Meditaciones cuantiosas me saturaron cuando entre celajes huraños,
pude entrever en la liturgia foránea del momento
la figura rompible y la exhuberancia platónica de tu silueta,
mágico medicamento que en cuentagotas el invierno me servía,
siempre de a poco, como si conociese de tu anhelante adicción.
Sometí a la intemperie las rosas concedidas y aludosas del Otoño,
me pasé de listo y dejé que la noche se apropiara de mi sueño;
de otra nueva utopía con trinquetes inconmensurables de secretos.
Suave como el algodón más minucioso desde su nacimiento
y como estremecimiento de impúberes en una primer noche de fiesta,
se acercaban tus manos, acuciosas de un candil impropio y errante
que le profirieren protección para su alma desconforme desde hace décadas.
Tildes estriadas de luna se dibujaron sin cortesías en tus brazos
que ya se enquistaban sobre mi cuello frío de caricias y empeños,
mientras desde el rincón de una penetrante napa de mi alma
se enfrentaron pasiones combatientes que afirmaban sus temores
y desangraban con sus gritos al corazón ausente.
Maravillosa agonía de una tarde cualquiera de Febrero,
sediciosa saturación la que me manifiestas de cuerpo entero,
cuando a torrentes bajan de tu pecho las fragancias efímeras
que estallan sin contemplar las consecuencias de sus tacañas fracciones.
Vagan los alientos como seducidos por una nostálgica musa etérea
y se desmoronan de inmediato y poco a poco desgranando diez mil poemas,
para trepar anónimamente a encubrirse entre tus labios de seda
que con benevolencia sin barreras acopian lo que resta,
guardándolo en subrepticios delirios que algunos llamarán estrellas.
El abismo de tus ojos me embelesa, y destruye de un solo soplido
los miedos habituales de soledades contenidos en mi faltriquera,
tapados con las piedras de un amor in contemplado ayer mismo,
cuando dicciones furiosas me engañaron para avivar su presencia.
Huyo ahora mismo de tus miradas de conspicua faldera
que inundan la atmósfera de sobreexcites y calles sin fronteras,
de fantasmas que con remozada modorra me superan con creces
y no permiten que mis alas crezcan elevándose por encima de sus garras,
para poder sentirme de nuevo el único artífice de mi destino.
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