Título: Placeres melancólicos de juan peña, Los
Autor/es: PEÑA, Juan


ISBN: 84-7785-731-8
Nº Referencia: 09088
Año Edición: 2006
Páginas: 79
Tomos: 1
Dimensiones: 16x23 cm
Precio: 6,01 EUR (1.000 PTA)
Colección: PUERTA DEL MAR
Materia/s: Poesía



Desde hace seis años Juan Peña no publicaba un nuevo libro. Cabría esperar, en consonancia con los signos de los tiempos, que su poesía hubiese adoptado nuevos modos y nuevos moldes. Y no es así; fiel a su poesía entrañada, anecdótica, emotiva, biográfica, de revulsivas y ácidas ideas, su autor no nos defrauda: nos da más y mejor sin cambiar de sitio. Aparece el libro en la muy cuidada colección Puerta del Mar, que edita la Diputación de Málaga. Los placeres melancólicos es un título que sugiere, suponemos que intencionada y provocativamente, un tipo de poesía emparentada con aquel prosaísmo sentimental y posmodernista (en alguna ocasión se ha relacionado a su autor con aquellos poetas de la provincia). Peña se sabe instalado, aún, en la que él mismo asume como una corriente de nuestra poesía hoy ya supuestamente trasnochada, rezagada y decadente. Y así, compasivamente, como quien velase a un moribundo, nos ofrece ese antológico poema que es La poesía de la experiencia duerme en los soportales, un poema que no sólo ilustra uno de los episodios más interesantes de nuestro panorama poético más reciente, sino que acaba hablándonos de algo tan fundamental y genérico como es la inmutabilidad de la sustancia del arte y la precariedad de sus afeites. Los placeres melancólicos es uno de esos títulos rotundos, pese a la sencillez de su formulación y a la ligereza de su cadencia. Su contundencia se debe a que en esa expresión se guarda toda una concepción del arte y de la vida: una plenitud que no deja de ser, a un tiempo, la celebración de su derrota. Y ahí, en gran medida, radica la novedad y originalidad de este libro: en el abandono del monocorde tono desolado o celebrativo que, excluyentemente, caracteriza a los más recientes libros de algunos de sus colegas. No se trata, parece decirnos Peña, de que la vida nos ofrezca alternativamente episodios de alegría y de tristeza, de que el dolor suceda antes o después del júbilo. Se trata, como el poema La poesía revela explícita y brevísimamente, de que en un mismo segundo, simultáneamente, suceden daño y gozo. A determinada edad, ya lo sabemos, sólo los santos o los estúpidos pueden sentirse felices sin mancha. Estos placeres melancólicos nos recuerdan que la felicidad, cuando es, está dejando de ser. La vida como un prodigio esencialmente paradójico. El libro está dividido en tres partes: Celebraciones, Moralidades y Brumas y sombras. Los poemas de Celebraciones encarecen el valor de la sensualidad, de la sexualidad y de los tibios goces domésticos. En Moralidades se encuentran los versos más reflexivos, versos en los que, como con un escalpelo humorado e indecoroso, se diseccionan ideas y costumbres que conforman la moralidad de nuestro tiempo. Brumas y sombras, la última sección, está habitada por seres desvanecidos e impalpables, diluidos en el humo del tiempo. Si, en un sentido amplio, todas las tradiciones poéticas, como alguna vez se ha dicho, pudiéramos reducirlas a dos (la romántica y la vanguardista), estos poemas, más emotivos que apasionados, se situarían, por su temática sentimental y biográfica, en una renovada tradición romántica, alejados siempre de esa vanguardia tradicional, metapoética y malabarista. De ahí que, aun los poemas más conceptuales, aparezcan concebidos mediante el procedimiento, tan característico de Peña, de ofrecernos anticipadamente algo así como una anécdota, el referente concreto del que acabará extrayendo una siempre sugestiva reflexión. Así ocurrirá en varios de los poemas en que se nos habla de la evanescencia del tiempo; la abstracción siempre aparecerá antecedida del necesario asidero plástico cernudiano (pags. 33, 63...) En uno de los aspectos en que Peña ha dado muestras de sobrada maestría es en el uso de la expresión más sustancial y sintética: la forma más breve abierta a infinitas sugerencias. Prueba de ello tenemos no sólo en este libro (pags. 27, 35, 48, 58, 60...) sino en la selección que de sus Teselas apareció en el nº 61 de esta misma revista. Se ha escrito alguna vez sobre el exceso sentimental en esta poesía, y es cierto que, después de leído el libro, podríamos afirmar que difícilmente encontraríamos a un autor que llore más en sus poemas ( pag. 15: "Se velaron entonces de lágrimas mis ojos", pag. 63: "y no pude evitar llorar de rabia.", pag. 67: "por qué vierto estas lágrimas.") o que pueda volver vidriosos los ojos de sus lectores ( pag. 61). Pero no debemos olvidar lo que de lucidez y maliciada inteligencia podemos hallar en muchos de estos versos. Una lucidez que, sin aspavientos, en voz baja, acaba por voltear, como con un delicado revulsivo, esas ideas encastilladas y mohosas por la pereza mental de la costumbre. Sin duda, uno de los grandes atractivos de este poemario radica ahí, en esa intención desmitificadora y subversiva, que busca retorcerle el cuello a incuestionadas creencias y actitudes, en ocasiones mediante planteamientos insólitos que en algo recuerdan la visión igualmente atrabiliaria con que Guido Ceronetti daba la vuelta a todos los fosilizados pensamientos de nuestro tiempo. Más lúcidos que emotivos, algunos poemas, pues, vienen a ser como un afilado e irreverente ejercicio de inteligencia en el que se nos desvelase, en ocasiones cínica o irónicamente, que fue virtud lo que creíamos pecado. En este sentido la lectura de muchas de estas páginas acaba siendo altamente estimulante: Peña es, en ocasiones, algo así como un descreído agitador de conciencias, un escéptico provocador que juega a hacer estallar ideas entumecidas y esclerotizadas, para dejarlas así, desbaratadas, a la espera de que cada cual las recomponga a su manera ( pags. 18, 22, 24, 25, 36, 45,...).El poema Las virtudes retóricas ha sido escrito con la ingenuidad, la incorrección y el descaro del niño aquel que señalaba a todos que el rey iba desnudo. De Fieras puedo decir que nunca he leído un poema de amor más brutal, más salvaje, más desvalido y más desesperado. En Contra toda advertencia hemos recordado a E. M. Cioran: "Es necesariamente vulgar todo lo que está exento de un toque fúnebre." En otro sentido, pero con igual intención transgresora, se nos presenta el supuestamente anticuado poema Otoño en el parque . De hecho recuerdo haber leído en alguna revista este mismo poema con el retrancado título de Otoño en el parque, con perdón. En atrevimientos de este tipo están versados nuestros admirados Trapiello y D'Ors. Ya lo ha dicho Virgilio Sánchez Rey: "Hoy no hay nada más transgresor que el tradicionalismo: ¿habrá mayor audacia que escribir, como hacen muchos poetas de ahora, sonetos a las Vírgenes del santoral y poemas al mismísimo Papa?". Esta poesía es de una corrección impecable, nada hay en ella que disuene, nada de melodramático o de grandilocuente, y sin embargo, bajo la contención de las formas, bullen las emociones más descarnadas y un pensamiento impúdico y restallante. Por ello, pese al evidente aire de escuela de su poesía, una lectura atenta de su obra nos revela a Juan Peña como un poeta singular y necesario. Pedro Bohórquez. Esta reseña apareció en el nº 65 de la revista Clarín