Arrojaste la piedra escondiendo la mano,
con ésa misma mano, con la que surcabas mi sueño,
con ése atino que siempre admiraba,
contemplando exhausto el poniente a lo lejos,
y olvidándonos del impacto
para otro momento.
Me arrojaste unos besos desde tu mirada,
los dejaste sin dueño
merodeando la nada...
midiendo despacio el alcance de nuestros tiempos,
los dejaste así, como una nostalgia
sorteando tristezas siempre bifurcadas,
escapando hacia desiertos,
igual que una manada...
Marcadores