Yo nací siendo Adán. Vivía en la inocencia, en la credibilidad, en la ignorancia, en la felicidad.
Pero a todos los Adanes nos llega una serpiente, esa culebra llamada “Inquietud”. Inquietud me encontró a mí, y me dijo: ¿Por qué no muerdes el Fruto del Conocimiento? ¿No sabes que así tú serás tu propio dios?
Yo me negué, pero Inquietud era muy persuasiva. ¿Y si todo lo que me habían enseñado era mentira? ¿Y si en realidad ese dios (al que por cierto, jamás había visto) no existiera?
No pude resistir la tentación, y mordí la manzana del árbol de la Ciencia, del Bien y del Mal, del Ying y el Yang, en definitiva, probé lo que los filósofos aman: La Sabiduría.
Al instante de probar el primer bocado, descubrí que estaba desnudo. Sí, desnudo de conocimientos. Mi primer conocimiento fue el siguiente: Sólo sé que no sé nada.
Al segundo bocado descubrí que el mundo no era como hasta entonces creía. Había guerras, muertes, enfermedades, injusticias, maltratos, etc.
Me vino la siguiente reflexión: Viniste de un polvo y acabarás hecho polvo.
El fruto del árbol de la Ciencia me había expulsado de mi Paraíso.
Hubo una cosa que no me quedó clara: ¿Dios existía o no? Los sabios han dicho que es una pregunta a la que nuestro conocimiento no puede acceder. Los Santos que sólo con un corazón inocente podemos acceder a Él. ¡A buenas horas! Yo antes tenía un corazón inocente y jamás llegué a conocerle. Por ello se escudan en la Fe.
No me gusta la palabra Fe. Es una palabra maldita que sólo aquellos que no probaron el Fruto Prohibido apreciarían. Pero un día mi conocimiento descubrió, sin necesidad de ese odioso vocablo, que en realidad, ese Dios, Ordenador, Realidad (que el lector lo llame como quiera) existe realmente. Fue cuando la vi.
Allí estaba ella. El rayo de Luz del amanecer, el ángel del anochecer.
Mis conocimientos no sabían explicar dicho fenómeno:
¿Era ella producto de una selección natural darwinista?
No, la Madre Naturaleza, (más bien la llamaría Madrastra), que ocasionaba tantas muertes mediante maremotos, terremotos, explosiones volcánicas, huracanes, etc; no podía haber creado a la vez un ser de extraordinaria belleza.
¿Era ella producto de una creación humana?
¿Pero qué digo? ¿Un ser así salir del ser humano? ¿El mismo ser humano que mata a los de su misma especie para conseguir petróleo? ¿El mismo ser humano que realizó el Holocausto y lanzó bombas atómicas sobre dos ciudades japonesas? Jamás ella podría ser producto de él.
Por lo tanto, sólo me queda aceptar que ella es el Espejo del Viejo Dios. ¡Señor, cuánta belleza hay reflejada en ella!
El Viejo Dios quiso castigarme por morder la Manzana de su Paraíso, así que colocó su Espejo en un lugar inalcanzable para mí, sin embargo, permanecía a mi vista.
Ese fue peor castigo que los dientes crujiendo, que el pus bebido y que las llamas atormentadoras de las que los profetas Jesús y Mahoma hicieron mención a sus discípulos al hablarles del Infierno.
Aquel era mi infierno personal: Atormentador y Eterno a su vez.
Por lo menos, como dijo Borges, espero que el Paraíso exista, aunque no sea para mí.
Desde entonces, llevo a cabo una vida piadosa, aunque de nada sirve si no tienes fe, ya que como el bueno de San Pablo (que por algo es Santo) dijo: Sin fe es imposible agradar a Dios.
De nada sirve que ayudes a los pobres a salir de la miseria, de nada sirve que visites a los enfermos, de nada sirve que adoptes a un huérfano… Ninguna de las acciones altruistas que se te ocurran sirve para alcanzar su perdón.
¿Será esto Justo? ¿Si la Manzana no me pudo advertir que Dios existía sabré lo que es la Justicia?
A veces debemos decir simplemente: No lo sé.
Sigo intentando llegar a razones con el Altísimo, pero sólo tengo acceso con la mamá de su niño. A ver si la virgencita le calma los nervios y es verdad que las mujeres son tan persuasivas como aquella culebra llamada “Inquietud”.
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