Si consideramos las distintas actividades intelectuales del hombre, podemos reconocer dos extremos, más o menos definidos, en cuanto al grado de objetividad y subjetividad de los resultados obtenidos en esas actividades.
Uno de los extremos está constituido por las ciencias exactas, como la física. Sus resultados son objetivos casi totalmente, porque si no hubiese existido el descubridor de alguna ley científica, otro habría llegado al mismo resultado, quizás en un tiempo muy breve. El resultado depende principalmente de la realidad, mientras que poco depende de las características personales de su descubridor.
En el otro extremo tenemos el caso de una obra literaria en la cual, de no haber existido su autor, es prácticamente imposible que otra obra idéntica hubiese sido realizada por alguien con diferente personalidad. En este caso, la realización de la obra tiene un carácter predominantemente subjetivo. El físico y Premio Nobel Emilio Gino Segré escribió: “Si Newton no hubiese existido, algún otro habría inventado el cálculo infinitesimal y descubierto la fuerza de gravedad, pero sin Shakespeare no habría habido Hamlet” (De “De los rayos X a los quarks” – Folio Ediciones)
En cuanto a la filosofía, podemos decir que es algo intermedio entre la ciencia y la literatura. La obra filosófica tiene un carácter más subjetivo que el de la ciencia, pero menos subjetivo que el de la literatura, ya que depende tanto de la propia realidad como de la personalidad del autor. Podemos hacer un esquema al respecto:
OBJETIVO..............INTERMEDIO................SU BJETIVO
Ciencia..................Filosofía................ ......Literatura
Surge el siguiente interrogante: ¿Hacia dónde deberá moverse la filosofía? Muchos pensamos que debe moverse hacia la izquierda, tratando de identificarse con la ciencia. Al menos deberá tenerla presente y complementarse con ella. Otros dirán que la filosofía deberá moverse hacia la derecha, para quedar en una posición cercana a la literatura y el arte.
Mientras más cercana esté de la ciencia, mayor cantidad de coincidencias habrá entre los distintos filósofos, que son quienes tienden a hacer los “sistemas de la filosofía”, idealmente ordenados en forma axiomática. En cambio, cuando se identifican con la literatura, aparecen filosofías netamente subjetivas, que coinciden generalmente con las posturas existenciales.
Quienes pretendemos que la filosofía se mueva hacia la izquierda, hacia lo objetivo, vemos a la otra tendencia como un camino que la lleva a su destrucción, es decir, un escrito pasará a ser parte de la literatura, pero perderá sus atributos objetivos que le daban el prestigio de la filosofía de otras épocas.
Como ejemplo de filosofía subjetiva, se sugiere al lector abrir al azar, en dos partes cualesquiera, al libro “El ser y el tiempo”, de Martín Heidegger, resultado que daremos ahora como ejemplo. Es posible que arribe a conclusiones similares a las que habremos de obtener:
(Página 314)
“La conciencia es la vocación de la cura que sale de la inhospitalidad del «ser en el mundo» y que avoca al «ser ahí» a volverse a su más peculiar «poder ser deudor». Como correspondiente comprender la invocación resultó darse el «querer tener conciencia». Ambas determinaciones no son armonizables sin más con la interpretación vulgar de la conciencia. Incluso parecen pugnar directamente con ella. Vulgar llamamos la interpretación de la conciencia porque en la caracterización del fenómeno y de su «función» se atiene a lo que uno conoce como conciencia, se atiene a cómo uno la siga o no la siga.
Pero ¿necesita la exégesis ontológica concordar con la interpretación vulgar? ¿No es ésta fundamentalmente sospechosa bajo el punto de vista ontológico? Si el «ser ahí» se comprende inmediata y regularmente por aquello de que se cura e interpreta todas sus maneras de conducirse como un «curarse de», ¿no interpretará encubriendo y cayendo justamente aquel modo de su ser que como vocación quiere rescatarlo del «estado de perdido» en los cuidados del uno? La cotidianidad toma al «ser ahí» como algo «a la mano» de que se cura, es decir, que se administra y se calcula. La «vida» es un «negocio», lo mismo si cubre que si no cubre sus costos”.
(Página 404)
“El «ser ahí» no existe como una suma de vivencias que vienen una tras otra para desaparecer después de haber sido reales un momento. Este «una tras otra» tampoco va llenando paulatinamente un recipiente. Pues ¿cómo sería éste «ante los ojos», si solo es «real» la vivencia «actual» y los límites del recipiente, el nacimiento y la muerte, el uno por pasado y la otra por venidera, carecen de realidad? En el fondo tampoco piensa la concepción vulgar del «continuo de la vida» en un recipiente situado «fuera» del «ser ahí», que a su vez estaría situado dentro de él, sino que lo busca con razón en el «ser ahí» mismo. Pero el tácito asentar ontológicamente este ente como algo «ante los ojos» «en el tiempo» condena al fracaso todo intento de caracterización ontológica del ser «entre» el nacimiento y la muerte” (De “El ser y el tiempo” – Ed. Planeta-Agostini)
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