Por Juan José Sebreli
“Heidegger, en cambio, tuvo mejor suerte: su filosofía ofrecía facetas compatibles con la ideología imperante. Más aún, su figura junto con la de Nietzsche servirían como guías espirituales de la nueva doctrina. Si en el caso de Nietzsche esta apropiación post mortem podía ser discutida, en Heidegger no quedaba duda alguna. Se afilió por propia voluntad al partido nazi y pagó sus cuotas hasta la disolución del mismo; usaba la divisa con la cruz esvástica aun cuando viajaba al extranjero a ver a su colega Jaspers”.
“El mismo Heidegger aconsejaba que la filosofía y el pensamiento necesitaban alejarse de la ciencia o, mejor, deberían ser alógicos e irracionales puesto que, según él, no era posible circunscribirlos a las reglas fijas de la lógica, del discurso racional y ni siquiera de la gramática, de cuyas cadenas precisaba «liberarse el lenguaje». Quizás su frase «la ciencia no piensa» sintetizara sus ideas no sólo sobre cuestiones metodológicas sino sobre el abismo infranqueable que se abría, para él, entre ciencia y pensamiento”.
“El hermetismo, una de las claves de su éxito, permitía a sus seguidores ostentar el privilegio de la pertenencia a una minoría de elegidos, a quienes les había sido otorgado el aura de copartícipes de un secreto. Uno de sus discípulos, Hans Jonas, describió esa sensación:
«….me sentía como ante un gran misterio, pero con el convencimiento de que merecía la pena convertirse en un iniciado. No se trataba sólo de mi instinto, sino que los demás estudiantes también se sentían fascinados por ese lenguaje sugestivo, a pesar de que no estoy muy seguro de que entendieran mucho más que yo»
Sobre sus dotes histriónicas y su habilidad demagógica que lograban hipnotizar a sus alumnos ha dado testimonio Karl Löwith, otro de sus discípulos:
«…era un hombre pequeño y oscuro que hacía desaparecer ante sus oyentes por arte de magia lo que les acababa de mostrar. La técnica de su discurso levantaba una construcción sobre ideas que luego procedía a desmontar para colocar al oyente ante el problema y dejarlo en el vacío. Sus artes de persuasión tuvieron a veces graves consecuencias: atraía con más facilidad a las personalidades más psicopáticas, y una estudiante llegó a suicidarse después de años de conjeturas»
La oscuridad disimulaba a veces el vacío de las ideas; así, cuando Heidegger abandonaba la prosa críptica, caía en vulgaridades. La novedad de El ser y el tiempo –como lo señalara Luis Fernando Moreno Claros- radicaba más en su forma que en su contenido, simple y esquemático si se lo traducía a un lenguaje convencional. Después de recorrer treinta páginas incomprensibles de Sobre la esencia de la verdad (1943), se llegaba a la siguiente conclusión: «la esencia de la verdad es la verdad de la esencia»”
“El último Heidegger no admitía llamarse filósofo –amigo de la sabiduría- sino sabio, pensador del Ser a través del lenguaje: «El Habla es la casa del Ser»”
“La parte más conflictiva de la vida de Heidegger transcurrió durante el régimen nacionalsocialista. Pocos meses antes de que Hitler asumiera el poder terminaba su curso sobre Platón con la siguiente propuesta: «Sobre esto (la situación política) no hemos de seguir hablando, ahora se trata solamente de actuar». Por esos días circulaba entre los profesores un documento de Heidegger incitando a afiliarse al partido nazi. En marzo de 1933 le escribió a Karl Jaspers aconsejándole adherir al movimiento, sin importarle que la mujer de éste fuese judía”.
“Dos meses después del ascenso de Hitler al poder -abril de 1933- Heidegger fue nombrado rector de la Universidad de Friburgo. Mintió ante el tribunal de desnazificación cuando alegó haber aceptado el cargo a pedido del rector renunciante y de un grupo de profesores democráticos «para evitar algo peor». Por el contrario, hizo activas diligencias para conseguirlo y fue apoyado por el grupo de universitarios nazis”.
“Con un sentido efectivista del espectáculo, se presentaba en sus cátedras vestido con traje tirolés, pantalón tres cuartos abrochado en la rodilla y camisa abierta, como un aldeano de la Selva Negra; los estudiantes, no sin sorna, lo llamaban «traje existencial», en tanto que a los profesores les parecía un campesino endomingado. Esa vestimenta folklórica fue, en su periodo de rector, alternada con el uniforme pardo de los SA”.
“Su discurso «La autoafirmación de la Universidad Alemana» fue toda una declaración ideológica: aclamó el advenimiento de Hitler como «la grandeza y magnificencia de un comienzo» y desplazó la cultura y el conocimiento a un lugar secundario:
«…el mundo espiritual de un pueblo no es la superestructura de una cultura ni tampoco un arsenal de conocimientos y valores utilizables, sino es el poder de conservación más profundo de sus fuerzas de tierra y de sangre, en tanto que poder de emoción más íntimo y poder de estremecimiento más vasto de su existencia»
El discurso mereció el comentario despectivo de Benedetto Croce: «Es una cosa ******** y al mismo tiempo servil. No me sorprende el éxito que su filosofar tendrá por algún tiempo: lo vacío y general siempre tiene éxito». Ese texto, como prueba de que Heidegger nunca había renegado de él, fue reeditado por su hijo Hermann en 1982”.
“Su rectorado no se limitó a la labor académica sino que encaró tareas de intensa agitación. A las directivas nazis, cumplidas puntualmente –uso de la esvástica en la solapa, saludo ritual al comienzo y final de clases- agregó ceremonias de su propia iniciativa: impuso a los estudiantes instrucción militar y en un gesto arcaizante restableció los duelos a espada. Lejos de considerarse un funcionario meramente administrativo, se definió a sí mismo Führer de la Universidad, como Hitler lo era del Estado”.
“El 3 de noviembre escribía en el órgano de estudiantes Freiburger Studenten Zeitung: «La revolución nacionalsocialista trae la completa subversión de nuestra existencia alemana» y recordaba a los jóvenes: «Las reglas de vuestro ser no son las máximas y las ideas. Sólo el Führer es la única realidad actual y futura de la acción alemana y de su ley»”.
“Su rectorado no fue ajeno a las prácticas discriminatorias, que no se limitaban a los judíos sino a todos los profesores conocidos como disidentes. En informes que le solicitaban funcionarios nazis y, a veces, en cartas secretas, denunció por propia iniciativa, entre otros, al profesor de química, Hermann Staudinger –futuro Premio Nobel- y a su antiguo amigo, el profesor Eduard Baumgarten, al que acusó de no simpatizar con los SA y de haberse «norteamericanizado»”.
“Si Hannah Arendt, víctima de ceguera de amor, no reaccionó ante estas señales, Jaspers las vio claramente y le respondió acusándolo de mantener viva una filosofía que alentaba los totalitarismos:
«Una filosofía que piensa y pronuncia frases como las de su carta, que evoca la visión de algo monstruoso, ¿no es acaso la preparación de otra victoria del totalitarismo puesto que se separa de la realidad? ¿No es la misma filosofía que circulaba antes de 1933 y que posibilitó el apoyo a Hitler? ¿Está pasando algo parecido?»
“El antisemitismo temprano de Heidegger así como su expectativa en la aparición de un dictador nacionalista para detener la invasión judía se manifestaban crudamente en cartas privadas como la enviada el 18 de octubre de 1916 a su entonces novia Elfride Petri:
«La judaización de nuestra cultura y de las universidades es en efecto pavorosa y pienso que la raza alemana debería encontrar suficiente fuerza interior para alcanzar la cumbre….Para que la raza alemana alcance la cumbre tiene necesidad de un Führer»
(Textos extraídos de “El olvido de la Razón” – Editorial Sudamericana SA)
Marcadores