Existe un criterio para establecer la conveniencia de adoptar cierta actitud, entre varias posibles, y es la del término medio. Guillermo A. Obiols escribe: “El término medio aristotélico significa una crítica tanto del ascetismo, que condena todos los impulsos naturales, como al naturalismo, que coloca los impulsos naturales por encima de todo. Si la virtud está en el medio, el vicio está en los extremos. La virtud consiste en el medio, pero, es un extremo en cuanto a su perfección” (De “Curso de Lógica y Filosofía” – Ed. Kapelusz)

Otro ejemplo es el de la cobardía y la temeridad, con la valentía como término medio. Si alguien tiene mucho temor, seguramente tenderá a la inacción buscando seguridad. Si alguien tiene muy poco temor, llegando hasta la imprudencia, arriesgará su vida en cada momento y es posible que la pierda fácilmente. Es evidente que el término medio, entre ambas actitudes, es el que mejor resultado produce.

La ética tiene como objetivo dar sugerencias generales respecto de la actitud a adoptar frente a la vida, pero no podrá prever cada una de las posibles variantes que podrán ocurrir. Es el mismo caso del legislador que establece una norma, mientras que es el juez el que dictaminará en cuánto el infractor se desvió de la norma. La ética está hecha para orientar al individuo antes que para juzgar sus acciones.

Las acciones humanas parecen seguir dos tendencias contradictorias por lo que es oportuno preguntarse si aquí también es apropiado utilizar el criterio del término medio de Aristóteles. Estas tendencias son:

1) Competencia

2) Cooperación

Así, el amor (compartir penas y alegrías) es una actitud que favorece la cooperación, mientras que el odio (cambiar alegrías de otros por penas propias y penas de otros por alegrías propias) y el egoísmo (interesarnos sólo por uno mismo) responden a la tendencia competitiva. De ahí que deberíamos buscar la virtud en el punto medio de estas tendencias extremas y contradictorias. Bertrand Russell escribió: “El moralista puede caer en la tentación de ignorar las demandas de la naturaleza humana, y si lo hace, es probable que la naturaleza humana ignore las demandas del moralista” (De “Sociedad humana: ética y política” – Ed. Altaya SA).

También la inacción produce males, si bien no es posible ubicarla en alguna de las tendencias mencionadas. Wolfgang Goethe dijo: “La negligencia y la disidencia producen en el mundo más males que el odio y la maldad”.

Es posible que tanto la competencia como la cooperación hayan sido ventajas adaptativas que apuntaron a fortalecer nuestra supervivencia. Queda al hombre discernir acerca de cuál es la proporción óptima que producirá el mejor resultado.

Es evidente que la competencia favorece el progreso individual en todos sus aspectos, mientras que la total ausencia de competitividad puede traer asociado el atraso y la inacción. Pero, en cuanto la competencia excluye totalmente la cooperación, se vuelve un serio defecto que tarde o temprano traerá inconvenientes. Por otra parte, la actitud totalmente cooperativa puede ser desventajosa para el individuo, especialmente en el caso en que esté rodeado de personas exentas de esa virtud. De ahí que el criterio del término medio también aquí parece funcionar.

Una solución interesante podría ser la de asociar nuestro espíritu competitivo a la efectividad de nuestra actitud cooperativa. Así, no sería descabellado decir que Teresa de Calcuta tenía un “elevado espíritu competitivo” y que buscaba ser la persona más solidaria del mundo, buscando de esa forma la óptima felicidad. Si, en definitiva, todos buscamos la felicidad y tenemos dos tendencias naturales que nos presionan, queda como solución competir en la búsqueda de la felicidad tratando de ser cada vez más cooperativo.

Esta actitud competitiva-cooperativa se debe dar luego de asumirse tal posibilidad mediante el razonamiento. No confundir con la simple hipocresía de desear mostrarse a los demás como una persona solidaria cuando los sentimientos hacia otras personas no responden a esa actitud.

Las dos principales tendencias sociales y económicas son aquellas que han promovido, como base de la sociedad, a la competencia (capitalismo privado) y a la cooperación (socialismo), excluyendo casi totalmente la otra actitud, y no han tenido los resultados esperados porque han descuidado, precisamente, el término medio.

Durante el proceso evolutivo, nuestro cerebro adquiere, entre otras, una parte que genera las emociones y que es compartida con otros seres vivientes. La evolución posterior nos permite disponer de la parte exterior de nuestro cerebro, que es la encargada de realizar el proceso del razonamiento. Bertrand Russell escribió: “Los deseos, las emociones, las pasiones (se puede elegir la palabra que se desee) son las únicas causas posibles de acción. La razón no es la causa de la acción, sino sólo un regulador”. “La ética y los códigos morales le son necesarios al hombre a causa del conflicto entre la inteligencia y el impulso. Si sólo hubiera inteligencia o sólo impulso no habría lugar para la ética”.

Y aquí aparece otro aspecto importante por cuanto la mejora individual y colectiva no depende tanto, pareciera, de la cantidad de emociones o sentimientos humanos, sino de su adecuada regulación. Y esa regulación provendrá del aspecto cognoscitivo. Así se reivindica la opinión de Sócrates, quien asociaba la virtud a la sabiduría y el vicio a la ignorancia.

La ética se reduce, en última instancia, a la descripción de los efectos producidos por nuestras acciones y actitudes. Siendo la ley natural un vínculo invariante entre causas y efectos, vemos que a la ética se le puede aplicar el método de la ciencia experimental. El conocimiento de las leyes éticas acrecentará nuestra conciencia de ellas, es decir, acrecentará nuestra conciencia moral.

La razón, que permite conocer los vínculos causales asociados a las acciones y actitudes humanas, orienta, justamente, nuestras propias acciones y actitudes según una creencia establecida previamente. Tal creencia implica principalmente saber cuál es la causa de la felicidad. Luego, mediante el proceso de introspección, cuando comparamos los efectos de nuestras acciones, con las creencias previas, es posible modificarlas, estableciéndose así el proceso de maduración del individuo. Epicteto dijo: “La verdadera libertad radica en el dominio de nuestros impulsos”.

Es oportuno decir que nuestra razón dispone tanto de creencias como de certezas, por lo que el proceso mencionado requiere de bastante tiempo y de muchos intentos para llegar a un adecuado nivel de adaptación al medio social. Epicteto dijo: “No son las cosas las que atormentan a los hombres, sino las opiniones que se tienen de ellas”.

Si alguna vez se solucionan los graves problemas sociales que aquejan a la humanidad, será porque habremos podido llegar al término medio entre competencia y cooperación, distinguiéndose dos etapas nítidas en la historia de la humanidad. Será, además, el triunfo del Bien sobre el Mal.

1) Era de la competencia: Predominan el egoísmo y el odio. Se busca el poder. Hay guerras y surgen imperios. Gandhi dijo: “Siempre ha sido un misterio para mí cómo puede haber hombres que se sientan honrados con la humillación de sus semejantes”.

2) Era de la cooperación.: predomina el amor al prójimo. Gandhi dijo: “Sé el cambio que quieras ver en el mundo”