Te dejo salir sin llanto.
Despacio, como por la válvula de escape de una olla a presión.
Sin dolor, o con un dolor sordo, tan grande, que ya ha dejado de dolerme.
Me empezaron a doler los besos. Los esperaba ansiosa, como al pan de cada día, como al amanecer, como a las noches que me devolvían tu presencia. Y los veía acercarse, los olía, los sentía, los podía tocar con la yema de los dedos, pero cuando estaban a un milímetro de mis labios, se tornaban chinchetas, agujas, cuchillos. Cada vez una apariencia y ninguna era buena.
Tú lanzándome besos a distancia, y yo esquivando apuñalamientos, sin perderte la cara para que no vinieran por la espalda y me pillaran por sorpresa.
Te dejo ir.
Impaciente, te empujo hacia la puerta.
Fíjate lo tarde que es...y tengo que hacer tantas cosas aún...
La vida son dos días...y uno llueve.
Besos;
Idem
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