"La Última Estación" 2009
No se habían desvanecido el humo el ruido y el penetrante olor a carbón y aceites quemados de una de las primeras locomotoras, cuando a alguien lo suficientemente sensible, se le ocurriera preguntarse; adonde podría llevarnos llevarnos todo aquello.
Más de cien años después, recién nacido el siglo XX, las sociedades aun luchaban tratando de ponerle orden al cuestionamiento. No había aun respuestas y soluciones para aquel mundo mecanizado, sino mas bien, una acumulación de dudas difíciles, para saber desentrañar cuales eran en verdad, las preguntas que valían la pena hacerse y como superar un apabullante desencanto con las nuevas creaciones humanas.
Los experimentos sociales llevados a cabo en el siglo XIX, basados muchos de ellos, en irrealizables pero seductoras utopías, sufrieron el espejismo de la comuna humana perfecta, ¿por que no?, si todo parecía favorecer tal proyecto.
Ingentes cantidades de riquezas disponibles, producto del trabajo organizado, estaban a la mano, solo faltaba arreglar un pequeño detalle, se trataba nada menos que de la naturaleza humana, y esa ciclopea tarea fue puesta, confiadamente, en manos de la educación y del perfeccionamiento, por distintos e imaginativos medios tenidos como posibles, del ser humano.
Esta de mas decir que aquellas optimistas actitudes e intenciones, no lograron su cometido, que solo quedarían en el intento, pero con ello, con sus monumentales fallos, aquellos filántropos teóricos, se adjudicaron un raro mérito, adelantaron un diagnóstico, empiricamente y dolorosamente conseguido, de lo que sería el fracaso de la estructura social funcional del industrialismo en el siglo XX, se averiguaría parte del como, pero seguiría sin saberse el o los por qué de fondo, si las personas y sus designios, son insondables para ellos mismos, ¿como se podía pretender alcanzar la felicidad individual y mucho menos aun, la de parte o la de todos los seres humanos?.
Los utopistas pasaron sin dejar casi huelllas en el mundo, como no fuera en las bibliotecas o derruidos falansterios, testimonios concretos de sueños tornados pesadilla, las escuelas filosóficas se volvieron obsoletas, los intentos de la religión mostraron, como siempre, su pavoroso vacío y la nada, vino de visita, en la forma del espantoso balance obtenido, luego de dos guerras mundiales.
El destino de los grandes hombres está ligado, obligatoriamente, a los pasares y pesares de la vida cotidiana, igual que para el mas humilde de los lacayos, para ambos serán los "días de gloria", equivalentes, los desencantos y los entusiasmos les serán idénticos, y mas allá de la curiosa filantropía, que León Tolstoy colocase como norte para su vida y motivo principal de su legado. La convivencia con la condesa Sofía, su mujer, despechada por su intención de testar "en favor de la humanidad", lo tenía a mal traer, como pudiera sucederle al resto de los mortales, la grandeza de miras y de fines se ve entorpecida por algo que es una constante en cualquier "corte real", por mas "igualitarias", progresistas o incluso revolucionarias, que se consideren determinadas organizaciones y sus "esclarecidos" jefes e integrantes, entre sus miembros la desconfianza, las envidias y las desavenencias campearán, tanto como los adulones y los interesados, que son tan difíciles de distinguir de los que nos quieren por lo que valemos por nosotros mismos, como nuestros mas legítimos intereses lo son, de las meras vanidades y caprichos.
Tratando de huir del frente de batalla hogareño, bajo el flamante, escrutador y entrometido ojo, de los novísimos medios de comunicación de masas, el grande hombre cede a la tentación, como podría ocurrirsele a cualquier humilde peón, de abandonar su casa y lanzarse a una senil y postergada aventura, alentado por contradictorias pasiones Tolstoi y un reducido séquito, abordan el tren que lo conducirá a la verdad y a La Última Estación.
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