“La Palabra [que había estado con Dios en el cielo] vino a ser carne y residió entre nosotros, y tuvimos una vista de su gloria, gloria como la que pertenece a un hijo unigénito de parte de un padre.” (Juan 1:14) “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado atentamente y nuestras manos palparon, respecto a la palabra de vida, (sí, la vida fue manifestada, y nosotros hemos visto y estamos dando testimonio e informándoles de la vida eterna que estaba con el Padre y nos fue manifestada,) lo que hemos visto y oído se lo estamos informando también a ustedes.”—1 Juan 1:1-3.
Cualquier cristiano que leyera estas palabras o las oyera leídas podría ver que eran palabras que denunciaban doctrinas falsas por las cuales abogaban apóstatas como Cerinto. El hombre Jesús era ciertamente el Cristo, el Hijo unigénito de Dios. En el principio, antes de la creación del universo, él estaba con el Padre en la región invisible de los espíritus. El apóstol ya envejecido escribía por experiencia personal. Juan sabía que el Cristo no era alguien cuya presencia no pudiera haberse verificado por los sentidos. El apóstol había estado personalmente con la “palabra de vida,” aquel a quien el Padre había otorgado tener poder dador de vida y por medio del cual la vida eterna es posible.
Marcadores