Sin embargo, llegó el punto en que los pecados de los israelitas fueron tan flagrantes que deshonraban el nombre divino ante las demás naciones, por lo que Jehová permitió que los babilonios se los llevaran cautivos. Obviamente, sufrieron este castigo tanto a nivel individual como colectivo (Jer. 52:3-11, 27).
De hecho, la Biblia indica que la culpa de la nación fue tan grande que al menos tres o cuatro generaciones sufrieron por los actos de aquellos israelitas desobedientes, tal y como había advertido Éxodo 20:5.Por otro lado, la Palabra de Dios menciona casos en los que la mala conducta del cabeza de familia perjudicó a sus descendientes. Recordemos el ejemplo del sumo sacerdote Elí, quien mantuvo a sus hijos en el sacerdocio a pesar de ser unos “hombres [inmorales] que no servían para nada” (1 Sam. 2:12-16, 22-25). Jehová se indignó al ver que Elí daba más importancia a sus hijos que a él y decretó que el cargo de sumo sacerdote dejaría de estar en manos de su familia. Estas palabras se cumplieron cuando fue destituido Abiatar, el tataranieto de Elí (1 Sam. 2:29-36; 1 Rey. 2:27). Otro caso que ilustra el principio de Éxodo 20:5 es el de Guehazí, el servidor de Eliseo. Abusando de su posición, quiso sacar provecho económico de la curación milagrosa del general sirio Naamán.
Por ello, Jehová le anunció mediante el profeta: “La lepra de Naamán se te pegará a ti y a tu prole hasta tiempo indefinido” (2 Rey. 5:20-27). Como vemos, sus descendientes también sufrieron las consecuencias de aquel pecado.Siendo como es el Creador y el Dador de la vida, Jehová tiene todo el derecho de determinar en cada caso cuál es el castigo justo y debido. Los ejemplos anteriores muestran que las faltas de los padres a veces perjudican a sus hijos e incluso a generaciones posteriores. Pero podemos tener la seguridad de que Dios “oye el clamor de los afligidos” que lo buscan con sinceridad, y les concede su favor y alivio del sufrimiento (Job 34:28 ).
Marcadores