Por miles de años - desde los más tempranos y obscuros comienzos de la conciencia humana - la religión ha sido una fuerza poderosa, que ha dirigido a la humanidad constantemente hacia un objetivo desconocido. Esta no ha sido la única fuerza conductora. El hambre ha sido otra, así como la ambición humana. Pero a través de la historia del hombre la religión ha ocupado siempre un primer plano; para bien o para mal. En su nombre reinos fueron construidos y destruídos y naciones vinieron a existir y fueron hechas desaparecer. Bajo su encanto, hombres se han elevado a los más sublimes niveles de amor y auto-sacrificio, mientras que otros cometieron en su nombre los más crueles actos de violencia. Dio a muchos una forma más plena de disfrutar la vida, y causo que muchos otros la despreciaran; como si se tratara de una vanidosa ilusión. Llenó a algunos con tal fervor creativo dándoles la fuerza para alcanzar imperecederas proezas (culturales); mientras que en otros dio lugar a la superstición, el oscurantismo y la estupidez. Pero para todos aquellos que la siguieron con sinceridad, ya sea en una u otra de sus formas, la religión significó, de alguna manera "la felicidad". Por lo tanto, y a pesar de la tan grande y obvia diversidad existente entre las diferentes profesiones y opiniones religiosas; debió haber habido o debe haber, algo en común que todas ellas compartían y comparten. Este "algo" debe ser muy importante, pues dio y da, la felicidad.
Obviamente, este "algo" es la convicción del hombre religioso de estar en concordancia con lo que él metafísicamente describe como: "La Realidad Suprema o lo Absoluto"; cualesquiera que sean los dogmas de una religión; sin importar que sublimes o primitivas sean sus enseñanzas, ya sean monoteístas, politeístas o panteístas: la principal esencia de cualquier experiencia religiosa es: primeramente; la convicción de que todo lo que es o pasa en este mundo es el resultado de un consiente y creativo Poder que lo abraza y abarca todo; o para ponerlo más simple, una "Voluntad Divina"; en segundo lugar; el sentir que uno está, o desea estar, en concordancia espiritual con las demandas de aquella Voluntad, sabiendo que este sentimiento y este deseo están basados en la facultad que posee el ser humano de juzgar entre el Bien y el Mal. Pues, a menos que asumamos que una absoluta y planificadora Voluntad es la raíz de toda creación, no hay sentido en suponer que cualquiera de nuestras intenciones y acciones pudiese estar intrínsecamente correcta o incorrecta, o ser moral o inmoral; en otras palabras, a menos que creamos en la existencia de tal Voluntad Planificadora, no tendremos una norma definida con la cual juzgar nuestras intenciones y acciones. En la ausencia de una creencia común, el concepto de la moralidad pierde toda su precisión y se transforma, en primera instancia en una vaga serie de convencionalismos; los cuales a su vez, se tornan (cada vez) más y más sujetos a la "conveniencia", ósea si la intención o la acción es de algún uso para la persona en particular (o para la comunidad a la que la persona pertenece), o no. Consecuentemente, lo Correcto y lo Errado se convierten en términos puramente relativos, a ser interpretados en una forma arbitraria de acuerdo a las necesidades personales (o de la comunidad), y a los cambiantes requerimientos de la época y el entorno económico. Estas reflexiones acerca del papel que desempeña el pensamiento religioso en el campo de la moralidad adquieren una importancia única si consideramos que la tendencia de nuestros tiempos es definitivamente antagónica al pensamiento religioso.
Todos los días y en todas partes nos es dicho, por una cierta clase de intelectuales, que la religión no es más que una reliquia del pasado barbárico del hombre; a ser reemplazado hoy en día, por la "Era de la Ciencia". La Ciencia, dicen ellos, esta por tomar el lugar de los ya gastados sistemas religiosos; la tan gloriosa e irresistiblemente creciente ciencia, le enseñara al hombre a vivir en conformidad con la razón pura, y eventualmente le ayudará a desenvolver nuevos patrones de moralidad sin ninguna característica metafísica. Ahora bien, este ingenuo optimismo con respecto a la ciencia no es en realidad nada "moderno": esta extremadamente pasado de moda es, a saber, una copia ciega del ingenuo optimismo del occidente de los siglos 18 y 19. En aquel entonces (y particularmente durante la segunda mitad del siglo 19), muchos científicos occidentales creyeron que la solución a los misterios del Universo se encontraba "a la vuelta de la esquina"; y que de ahí en adelante nada detendría al hombre, de ordenar su vida con una independencia casi divina y basadaen la racionalidad.
No obstante, los pensadores del siglo 20 son más reservados - por no decir escépticos (con respecto a este tema). Estos han visto que la determinista ciencia es incapaz de cumplir con las esperanzas espirituales que le habían sido confiadas en el pasado reciente: porque los misterios del Universo, se hacen más misteriosos y más complicados a medida que avanzan las investigaciones. Cada día se hace más evidente que nunca será posible responder mediante medios puramente científicos la interrogante de como apareció el universo, de como se originó la vida en él y por lo tanto la interrogante acerca de la verdadera naturaleza y propósito de la existencia humana. Pero mientras no estemos en posición de responder a la anterior pregunta no debemos siquiera intentar definir él "bien" y el "mal" simplemente porque estos términos no tienen un significado a menos que estén o sean relacionados a un conocimiento (real o imaginario) de la naturaleza y propósito de la existencia del hombre. Y mientras no estemos en posición de definir él "bien" y el "mal" no hay sentido en hablar sobre patrones de moralidad. Esto es lo que los científicos realmente avanzados están empezando a entender. Encarados con la imposibilidad de resolver interrogantes metafísicas; mediante la investigación física, estos han abandonado la infantil esperanza de los últimos dos siglos: que la ciencia pudiese proveer las directivas a seguir, en el campo de la ética. No es que ellos desconfíen de la ciencia como tal: pero, al mismo tiempo se dan cuenta que la ciencia no tiene una conexión
directa con la vida moral del hombre. La ciencia puede, y efectivamente nos guía hacia una mejor comprensión de nosotros mismos y del mundo que nos rodea; más al estar solamente interesada en la observación de las leyes que parecen gobernar las interrelaciones de esos fenómenos, la ciencia no puede ser llamada a verter un veredicto sobre el propósito (si es que existe) de la vida humana y de esta forma crear en nosotros una conciencia moral. Ninguna cantidad de entusiasmo por el pensamiento científico puede ocultar el hecho de que el problema de la moralidad no esta comprendido dentro del campo >de acción de la ciencia. La moral está, por otra parte, enteramente dentro del campo de la religión. Es tan solo a través de la experiencia religiosa que podemos alcanzar (correcta o incorrectamente) patrones de evaluación y apreciación ética y moral (independientes de los efímeros cambios que se dan a nuestro alrededor), al momento de reconocer algo bueno moralmente por el que valga la pena luchar y algo malo moralmente que deba ser evitado. He dicho: "correcta o incorrectamente" pues lógicamente, siempre existe la posibilidad de que una religión (cualquier religión), esté equivocada en sus premisas metafísicas. Por lo tanto nuestra aceptación o no de cualquier religión debe estar, en última instancia, guiada por nuestra experiencia y nuestra razón, que nos dice que tanto ésta religión en particular se encuentra en armonía con las principales necesidades del ser humano tanto físicas como espirituales. Mas, esta necesidad de utilizar nuestras facultades críticas con relación a la religión no afecta en nada al enunciado fundamental de que es tan solo la religión la que puede dotar a nuestras vidas de un significado y por tanto promover en nosotros la necesidad de conformar nuestro comportamiento a un patrón de valores morales enteramente independientes de la momentánea constelación de nuestra existencia. Dicho de otra forma: es tan solo la religión la que puede proveer una amplia base para llegar a un acuerdo, entre los diferentes grupos humanos; acerca de lo que es bueno (y por tanto deseable) y lo que es malo (por tanto indeseable y evitable). ¿Y existe acaso alguna duda de que tal acuerdo es un requerimiento absoluto e indispensable para cualquier tipo de orden en las relaciones humanas? Considerado desde este punto de vista, la necesidad de la religión (tomando la palabra "religión" en su más amplio sentido) no es una nueva fase pasajera en la historia del desarrollo humano; sino la máxima fuente de ética y moralidad, no es el resultado de una credulidad vulgar y simple que cualquier época o generación puede "superar", sino la única respuesta a una necesidad real y básica del ser humano en todos los tiempos y en todos los ambientes
En otras palabras, es un instinto nbsp;
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