A veces se acusa al apóstol Pablo de misoginia, es decir, aversión u odio a las mujeres, o repulsión por la sociabilidad con ellas. Es cierto que fue Pablo quien insistió en que las mujeres se mantuvieran en su debido lugar en la congregación cristiana. Normalmente no habían de enseñar en las reuniones de la congregación. (1 Corintios 14:33-35.) Si una cristiana hablaba en una reunión porque no había un varón cristiano presente o porque profetizaba impelida por el espíritu santo, se requería que ella se cubriera la cabeza. La cubierta que usaba era “una señal de autoridad”, una prueba visible de que la mujer reconocía el arreglo divino de la jefatura. (1 Corintios 11:3-6, 10.) Parece que a Pablo se le hizo necesario recordar a los cristianos primitivos aquellos principios teocráticos para que ‘todas las cosas se efectuaran decentemente’ en las reuniones de la congregación. (1 Corintios 14:40.)
Pero ¿quiere decir eso que Pablo estaba en contra de las mujeres, como alegan algunos? De ningún modo. ¿No fue Pablo quien en el último capítulo de su carta a los romanos envió saludos afectuosos a nueve cristianas? ¿No mostró su aprecio profundo a Febe, Prisca (Priscila), Trifena y Trifosa, y dijo que estas últimas dos eran “mujeres que están trabajando con ahínco en el Señor”? (Romanos 16:1-4, 6, 12, 13, 15.) Y fue Pablo quien escribió: “Todos ustedes los que fueron bautizados en Cristo se han vestido de Cristo. No hay ni judío ni griego, no hay ni esclavo ni libre, no hay ni varón ni hembra; porque todos ustedes son una persona en unión con Cristo Jesús”. (Gálatas 3:27, 28.) Está claro que Pablo amaba y apreciaba a sus hermanas cristianas, entre ellas Lidia, quien mostró hospitalidad ejemplar durante un período difícil. (Hechos 16:12-15, 40; Filipenses 4:2, 3.)
De modo que, en vista de lo considerado, no se a ustedes, pero a mi me queda muy, muy claro, que el apostol NO estaba en contra las mujeres.
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