En 1911 se ofreció a Einstein un cargo de profesor en Praga, pero luego se le denegó porque escribió "sin afiliación" en la pregunta sobre religión. Para obtener el empleo solicitó a los oficiales que cambiaran el registro.
En la oración de un desayuno en 1929 el cardenal O’Connell lanzó la acusación que tras la Relatividad se escondía "la fantasmal aparición del ateísmo". Un rabino envió de inmediato una carta a Einstein en la que le preguntaba si creía en Dios. Einstein respondió que él creía en el Dios de Spinoza. Su definición de Dios era meramente otra palabra para la Naturaleza y sus leyes. Einstein no creía en una superinteligencia, en la existencia de la Trinidad, en los milagros de Jesús, en la inmortalidad del alma, en la astrología ni en la existencia de lo sobrenatural.
Cuando Einstein hizo su frecuentemente citada (y malinterpretada) observación de que "Dios no juega a los dados con el Universo" – lo que quería decir era que no hay movimientos al azar en el Universo; que toda la Naturaleza se sujeta a leyes matemáticas.
Einstein también utilizaba la palabra "religión" en un sentido diferente. Para él significaba el deseo humano de entender y de ser ético, ya fuera asociándolo a Dios o no. En ese sentido solamente, consideraba necesaria la religión. Por eso es que comentó, "En esta época materialista nuestra los trabajadores científicos serios son las únicas personas profundamente religiosas" (3, p.40).
Einstein permaneció siendo un no creyente. Después de su muerte en 1955 su cuerpo fue cremado sin ceremonia religiosa alguna.
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