Quienes suponen que existe un Creador exterior al mundo, un Dios trascendente, basan su creencia, o su fe, en que este Creador actúa sobre el mundo interrumpiendo la ley natural e imponiendo su voluntad. Por lo general, consideran como una virtud personal adoptar esta creencia. Quienes suponen, por el contrario, que existe un universo regido por leyes naturales invariantes, no necesitan creer en un Dios que impone orden y un sentido al universo, o que impone cierta justicia natural, sino que para ellos todo esto constituye una evidencia. De ahí que no asocian ningún mérito de tipo ético el hecho de admitirla ni tampoco ven virtud alguna en quienes creen en la necesidad de un Dios trascendente.
Estas posturas difieren esencialmente de otras que descartan totalmente la existencia de un sentido asociado al universo, incluso de un sentido asociado a la propia humanidad.
En el primero caso, asociado a ese sentido, podemos encontrar los conceptos del Bien y del Mal absolutos. Ellos dependen de cuánto nos adaptemos, o no, a la tendencia aparente del universo. Por el contrario, si no se acepta la existencia de un sentido objetivo del universo, tampoco se acepta la existencia del Bien y del Mal absolutos. De esta tendencia surgen el relativismo moral, el relativismo de la verdad e incluso el relativismo cultural. José Ortega y Gasset escribió: “Cada individuo posee sus propias convicciones, más o menos duraderas, que son «para» él la verdad. En ellas enciende su hogar íntimo, que lo mantiene cálido sobre el haz de la existencia. «La» verdad, pues, no existe: no hay más que verdades «relativas» a la condición de cada sujeto. Tal es la doctrina «relativista»” (Citado en “El desafío del relativismo” de Luis Arenas y otros - Editorial Trotta).
El problema esencial del relativismo es que no busca lograr el Bien ni tampoco la verdad, simplemente porque no se cree en su existencia. En una entrevista al filósofo Mario Bunge, el periodista pregunta: “De uno de sus trabajos, La Investigación Científica, recuerdo el énfasis que usted coloca sobre la búsqueda de la verdad. ¿Cómo afecta esa búsqueda esta nueva cultura global tan influida por las concepciones posmodernas, de realidad fragmentaria e inasible, de relativismo, casi de verdad imposible?”. A lo que Bunge responde: «Es una ola oscurantista e irracionalista que afecta a algunos estudiantes que siguen el trayecto de las ciencias sociales, y que en particular invadió a los antropólogos –se habla ahora de etnometodología- y a los departamentos de literatura de las universidades. Pero no hizo mella en las ciencias naturales, que tienen una tradición establecida de búsqueda de la verdad. No creo que haya una adhesión masiva a todas estas corrientes de pensamiento destructoras de la cultura –la fenomenología, el existencialismo, el decontructivismo-, creo que esto se corresponde más con los intelectuales del subdesarrollo. En los EEUU estas corrientes no han tocado a los politicólogos, a los economistas, a los matemáticos o a los que hacen ciencias naturales. El posmodernismo es un movimiento marginal cuyo impacto más negativo es que extravía a muchos jóvenes a los que impide llegar a las ciencias. El mensaje es “no hay verdad”, entonces no la busquen. No estudien, repitan a los charlatanes» (Entrevista del Diario Clarín del 07/04/1994).
El tercer tipo de relativismo que aparece es el relativismo cultural. No existiría una cultura mejor que otra, ni un pueblo que se acerque más a la verdad, sino que todos deben tener una misma aceptación por diferentes que sean. Juan José Sebreli escribió: “El elogio al hombre primitivo y a su resistencia «obstinada a la historia» dejó a Lévi-Strauss libre para su reivindicación del «derecho de la barbarie»; no lo perturbaban estas ideas porque la originalidad de las sociedades atrasadas –esas que habían determinado su pasión etnográfica- todo lo justificaba” (De “El olvido de la razón” - Editorial Sudamericana)
Una de las formas en que se describe al desarrollo de la humanidad, es aquella en la que se contempla la lucha entre el Bien y el Mal, con la búsqueda del triunfo del primero. Desde el punto de vista que estamos considerando, la existencia del Bien y del Mal se contempla a partir de valores absolutos (en el caso del Bien) mientras que su ausencia (el Mal) está asociado al relativismo, en todos sus aspectos.
La lucha entre el Bien y el Mal, tema central de la Biblia, y en la cual aparece una última etapa simbolizada en el Apocalipsis, es en realidad una lucha de tipo ideológico entre los que adhieren al absolutismo del Bien, de la Verdad y de la cultura contra los que adhieren a la inexistencia de estos conceptos como valores absolutos.
El absolutismo reconoce a su adversario y trata de vencerlo. El relativismo, por el contrario, descalifica al rival por cuanto no acepta a los conceptos que aquél pretende hacer triunfar, sino que los asocia a una malintencionada invención para ejercer el dominio sectorial de clases, u otros fines nada aceptables.
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