Si bien existen distintas definiciones acerca de ciencia, algunas se adaptan mejor que otras a la mayoría de las realizaciones científicas. Así, Mario Bunge expresa: “La ciencia es un estilo de pensamiento y de acción: precisamente el más reciente, el más universal y el más provechoso de todos los estilos” (De “La investigación científica” – Ed. Siglo XXI). Lo esencial, en ciencia, es la actitud antes que el método adecuado, ya que, disponiendo de la actitud favorable, el método se dará como una consecuencia inmediata, mientras que la inversa es poco probable que se establezca.
El biólogo Ernst Mayr propone la siguiente definición: “Ciencia es el intento humano de lograr una mejor comprensión del mundo mediante la observación, la comparación, el experimento, el análisis, la síntesis y la conceptualización” (De “Por qué es única la biología” – Katz Editores). También podemos decir que «ciencia es la actividad cognoscitiva del hombre por medio de la cual describe la realidad con cierto margen de error arbitrario, o admisible». La existencia de este error está asociada al método general de «prueba y error», que caracteriza a la ciencia experimental. Además, el conocimiento científico estará organizado en forma axiomática, permitiendo establecer las secuencias que van desde lo particular a lo general (inducción) y desde lo general a lo particular (deducción).
Como ejemplo del método de la ciencia, podemos citar el caso de Paul Ehrlich, quien, luego de 605 intentos fallidos, logra finalmente, con su experimento 606, sintetizar el salvarsan, una nueva medicina para curar la sífilis. También podemos citar el caso de Johannes Kepler, quien, luego de diez años de “ensayo y error” logra establecer la tercera ley del sistema planetario solar.
La ciencia adopta algunos principios tácitos, o implícitos, tales como:
a) Se supone que todo es cognoscible
b) Se buscan aspectos observables y contrastables con la propia realidad
c) Existen leyes naturales invariantes que rigen todo lo existente
d) “El orden y conexión de las ideas es el mismo orden y conexión de las cosas” (Spinoza)
e) Realismo y objetividad: se supone que el universo y sus leyes existirán aun cuando el hombre no los observe.
f) Racionalismo: el método inductivo-deductivo lleva implícita cierta coherencia lógica (a veces coherencia matemática) que sería un segundo requisito de validez luego de la compatibilidad experimental.
De ahí que podemos hablar de una filosofía implícita en estos aspectos aceptados por la mayoría de los científicos. Esta filosofía implícita rechaza la existencia de interrupciones de la ley natural (milagros), incluso rechaza la posibilidad de un universo dual en el cual una parte del mismo estaría regido por leyes sobrenaturales, o bien por ausencia de leyes, lo que cuesta mucho imaginar. También puede decirse que la ciencia es incompatible con las posturas idealistas, subjetivistas, irracionalistas, etc.
En realidad, hasta ahora puede decirse que la postura filosófica previa de quien esto escribe le ha permitido establecer la definición de ciencia acorde a esa postura, por lo que otras posturas filosóficas distintas permitirán establecer otras definiciones distintas. Pero, como una de ellas se ajustará mejor que las otras, respecto de lo que la ciencia es, habrá también una filosofía mejor adaptada que las demás. De ahí que podamos decir que el método de la ciencia admite una postura filosófica que la identifica.
Otro aspecto interesante consiste en que la actitud científica, y su filosofía implícita, puede llevarse hasta la propia religión, lo que dará lugar a la religión natural, o deísmo. La aceptación de los postulados básicos de la ciencia, tales como la existencia de leyes naturales, su invariabilidad, el sentido aparente del universo, etc., trae implícita una actitud cercana a la religión natural. Ernest Renan define a la religión como: “Mi religión es, ahora como siempre, el progreso de la razón; en otras palabras, el progreso de la ciencia”.
Uno de los intentos unificadores más interesantes, entre ciencia y religión, es el establecido por Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955). Basándose en conocimientos puramente científicos establece el principio de Complejidad-Consciencia, el cual deriva de la tendencia, desde el origen del universo, que lleva a mayores niveles de complejidad (secuencia que va desde las partículas fundamentales, átomos, moléculas,…,vida inteligente). También la evolución biológica se interpreta como una tendencia que lleva a mayores niveles de consciencia. Por lo que sólo nos queda a los hombres adaptarnos a esa tendencia impuesta por el universo a través de la realización de la adaptación cultural al mismo.
Esta descripción fundamentada en hechos comprobados científicamente, o que pueden ser aceptados por tener cierta compatibilidad experimental, establece en sí una religión natural autónoma, ya que de ella puede establecerse un sentido del universo, un sentido de la humanidad, e, incluso, un sentido de la vida de cada ser humano. Teilhard de Chardin asocia esta postura con el cristianismo, dándole una nueva significación o una nueva interpretación (que resultó sacrílega o herética para varios cristianos).
Es evidente que existe una única verdad, respecto de cierto aspecto de la realidad, por lo que debe existir una verdad científica, que ha de ser coincidente con la verdad filosófica y con la verdad religiosa. Esto deriva de suponer la existencia de una realidad objetiva, independiente del hombre que la observa. De ahí que el grado de aproximación respecto al conocimiento de la realidad no depende del método empleado, sino del error, o del grado de aproximación a esa realidad. Walter Kaufmann escribió: “Verdad «subjetiva» significa que algo es «verdadero para mí». Verdad «subjetiva» es un sobrenombre indulgente para el autoengaño”.
Respecto de la verdad, existen criterios que separan la religión de la ciencia. Así, para el Islam existe el conocimiento (ciencia) y la sabiduría (el Corán), que es superior al primero. En el cristianismo ha pasado otro tanto. Walter Kaufmann escribe:
“Una distinción entre tipos de verdad es casi tan antigua como la filosofía misma: desde los tiempos de Parménides y Platón, los filósofos han distinguido conocimiento y creencia; y originalmente se creyó que éstos diferían en sus objetos. Al conocimiento se le consideró la aprehensión de lo eterno e inmutable, mientras que a la creencia se la identificó con la aprehensión de los objetos cambiantes de nuestra experiencia sensoria. Esta distinción fue acompañada por la convicción de que la creencia es inferior al conocimiento porque éste es cierto, mientras la creencia no lo es”.
“El cristianismo invirtió este argumento. El cristianismo afirma que el conocimiento es aprehensión de objetos sensorios cambiantes, mientras que sólo la creencia puede captar lo eterno e inmutable; y a la creencia se la considera superior porque sólo ella es cierta” (De “Crítica de la Religión y la Filosofía” – Fondo de Cultura Económica).
Incluso la creencia viene fundamentada por la revelación, por lo que John Locke se preguntaba: ¿Cómo sabemos en un caso dado si estamos ante una revelación verdadera? ¿Y cómo sabemos que la comprendemos bien?
En nuestras épocas podemos preguntarnos porqué debemos aceptar a Cristo, y no a Mahoma, o a la inversa, siendo que en los dos se produjo una revelación de la verdad. En este caso, sólo el criterio de la verdad aceptado por la ciencia es el que puede darnos la respuesta: una descripción es verdadera en cuanto es compatible con la ley natural, o es más verdadera en cuanto es más compatible con esa ley. Incluso el propio Cristo dijo: “…por sus frutos los conoceréis”, indicando que la verdad se mide por el grado de adaptación a la realidad antes que por el carácter sagrado de un libro o de un enviado de Dios.
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