Una de las diferencias esenciales que existe entre la vida inteligente y las restantes formas de vida, radica en la búsqueda, en el primer caso, de una finalidad, o de un sentido, para cada una de nuestras acciones. Decimos que alguien muestra un comportamiento normal cuando sus actos responden a una finalidad aparente (siempre que contemple los criterios éticos aceptados). Pierre Teilhard de Chardin escribió; “El hombre es el único animal en la escala zoológica que tiene que trazar su destino”.
Una vez que elegimos una meta, ensayamos mentalmente las distintas alternativas que posibilitarán su realización. La posterior intensidad de nuestro esfuerzo dependerá de cuánto de importante sea para nosotros lograr dicha meta. Benjamín Disraeli escribió: “No siempre la acción tiene felicidad, pero no hay felicidad sin acción”.
Hay quienes tratan de ser deportistas exitosos, otros tratan de destacarse en la ciencia, o en el arte, o en el comercio, etc. De ahí surge el interrogante acerca de la posible existencia de objetivos comunes que orienten y reúnan nuestras acciones individuales. Es conveniente buscar una finalidad que no dependa de cada uno de nosotros, sino del propio orden natural. Nuestros intentos por lograr una plena adaptación al mismo, mediante la cultura y el conocimiento, llevan implícito cierto objetivo común a todos los hombres.
Así como algunos suponen la existencia de una finalidad para nuestra vida, impuesta por el orden natural (fe positiva), otros niegan que la vida admita finalidad alguna (fe negativa). Esta última postura que, en cierta forma, reduce la vida inteligente a la vida natural, se la denomina “nihilismo”, que proviene de la palabra “nada”. Se ha escrito al respecto: “El nihilismo, fenómeno intelectual y afectivo, es un estado de incredulidad generalizada que lleva a la inacción” (De “La filosofía” de André Noiray y otros).
El fatalismo implica una finalidad particular impuesta exteriormente. Se supone que nuestra vida viene determinada desde nuestro nacimiento y que poco podremos hacer para cambiar el destino asignado. Esta creencia tiende a anular las características propias de la vida inteligente. Gustave Le Bon escribió: “El hombre es el verdadero creador de su destino. Cuando no está convencido de ello, no es nada en la vida”.
Existen filosofías y religiones que adhieren a estas tendencias del pensamiento, pero, finalmente, deberán surgir opiniones desde la ciencia experimental, ya que el conocimiento adquirido nos brinda una visión del mundo que puede orientarnos en estos aspectos. La humanidad irá hacia donde el pensamiento la dirija. El destino de la vida inteligente dependerá de sus propias conclusiones.
Todo lo que existe está regido por leyes naturales. La ciencia, al describirlas, nos sugiere una forma de observar al universo. Varios opinan, sin embargo, que no podrá servirnos de mucho. Se supone que, tanto la sociología como la psicología, nunca podrán orientarnos en la vida. El nihilismo epistemológico afirma que si existe una finalidad, nunca podremos describirla, y si la podemos describir, nunca la podremos expresar. Se apuesta al fracaso y se llega a coincidir con el nihilismo filosófico.
Muchos suponen la existencia de un Creador que actúa decidiendo los detalles de la vida cotidiana. Si así fuese, deberíamos admitir su voluntad de decidir la existencia de microorganismos que producen enfermedades y que, en el pasado, diezmaron poblaciones enteras; o también por no cambiar una imperceptible causa que producirá un efecto trágico en la vida de algunos seres humanos. Albert Einstein expresó: “Creo en el Dios de Spinoza que se manifiesta en la armonía de todo lo que existe, no en un Dios que se ocupa de las acciones humanas”.
Desde la religión revelada se acepta la existencia de una finalidad explícita (en los Libros Sagrados), mientras que, desde la religión natural, se supone la existencia de una finalidad implícita (en el propio orden natural). Los planteos filosóficos no sólo se centran en estas dos alternativas, sino también en el nihilismo. La diferencia esencial entre “creyente” (en un Dios personal o en un orden natural invariable) y “ateo”, radica en que el primero admite la existencia de una finalidad objetiva de la vida y del universo, mientras que el segundo rechaza esa posibilidad.
Esta última postura favorece la existencia de tendencias totalitarias, en las cuales el Estado decide aún los aspectos individuales y cotidianos. Cierta vez, un habitante de Camboya, reconoció, con arrepentimiento, haberse sumado a otros, a pedir la pena de muerte de una pareja de novios cuyo grave delito consistió en haber iniciado su vínculo afectivo sin haber recibido la autorización de los dirigentes del Partido Comunista, gobernante en esos momentos. Así como el nazismo nunca será aceptado ni perdonado por los judíos, el marxismo-leninismo nunca será aceptado ni perdonado por los cristianos (al menos por los que no olvidan las millones de víctimas del comunismo soviético y de otros países).
El pensamiento nihilista surge, a veces, como una reacción a las contradicciones lógicas asociadas a la religión revelada. Luego, al suponer inexistente una finalidad del hombre, descartan la idea del Bien y del Mal, como aspectos objetivos de la realidad. Desconocen todo tipo de obligación moral y es el derecho positivo, desvinculado de la ley natural, la única legalidad aceptada.
Varios pensadores, principalmente el psicólogo Víctor Frankl, asocian la mayoría de los problemas del hombre a la carencia de un sentido de la vida (vacío existencial). La desorientación individual y colectiva estarían vinculadas a esa ausencia. De ahí que, si no existiese un sentido objetivo de la vida, deberíamos resignarnos a vivir conflictuados por siempre.
El individuo dedicado al consumo, va en busca de la satisfacción de los deseos inmediatos, lo que conduce, tarde o temprano, al aburrimiento y al tedio. Incluso podrá llegar al vicio y la adicción. Se busca la diversión como una finalidad en sí misma, tratando de llenar una vida carente de significado. Alexander Pope escribió: “Las diversiones son la felicidad de la gente que no sabe pensar”.
Para las religiones que aceptan y proponen una finalidad objetiva, quien desconoce esa meta atenta contra la ética propuesta, ya que la ética no es otra cosa que el conjunto de reglas de conducta que favorece la acción orientada por tal finalidad.
El sufrimiento derivado de la carencia de una finalidad, proviene del desconocimiento de normas éticas. Esta falencia provoca el deterioro del orden social. Como este orden es la reproducción parcial del orden natural, puede interpretarse al sufrimiento como un efecto de la desadaptación del hombre respecto del orden natural.
La vida surge del azar, pero es moldeada por el proceso de prueba y error. Seguimos hablando simbólicamente de un Creador ya que se extraen similares conclusiones ya sea que consideremos un universo eterno o bien una creación localizada en el tiempo. En ambos casos podemos seguir hablando de la existencia de cierta finalidad.
La postura nihilista, por el contrario, se sustenta en la variación aleatoria de las mutaciones genéticas sin considerar la selección posterior que sufren tales variaciones. El inconveniente que deriva de esta postura es el rechazo a un camino de adaptación óptimo, dando lugar a una moral subjetiva o relativismo moral.
Cuando predomina el relativismo moral, cada uno hace lo que le viene en ganas, por cuanto todo es discutible o negociable, ya que nada sería absoluto u objetivo, sino que sólo dependería de la opinión de los hombres.
Las religiones y filosofías nihilistas conducen, generalmente, al inactivo autoperfeccionamiento; algo diferente al perfeccionamiento activo propuesto por el cristianismo. Esa es una de las diferencias que surgen a partir de haber considerado una finalidad objetiva o bien la ausencia de ella. Henri Bergson escribió: “La contemplación es un lujo, mientras que la acción es una necesidad”.
Algunas posturas nihilistas, si bien no buscan el camino hacia el cumplimiento de cierta finalidad, buscan soluciones para la vida cotidiana. Albert Camus escribió: “Nosotros no creemos que sea posible realizar el contentamiento y felicidad universal, pero creemos que es posible aminorar los sufrimientos de los hombres. Precisamente porque el mundo es sustancialmente miserable, estamos obligados a proporcionarle alguna felicidad. Precisamente porque este mundo es injusto, debemos trabajar por la justicia, y porque el mundo es en el fondo absurdo tanto más hemos de hacerlo razonable” (De “Diccionario de máximas” de P.I. Vargas Rojas).
La autodisciplina consiste en orientar todas y cada una de nuestras acciones en un mismo sentido. Es el método que permite que cada acción individual se agregue constructivamente a las propias acciones del pasado tanto como a las de los demás. Finalidad y disciplina actuarían como causa y efecto. Gotthold E. Lessing escribió: “El hombre más lento, que no pierde de vista el fin, va siempre más veloz que el que vaga sin perseguir un punto fijo”.
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