Lo esencial, en ciencia, no es tanto el empleo del método apropiado, sino una auténtica necesidad del conocimiento de la verdad.

El pseudocientífico es aquel que utiliza a la ciencia para propio prestigio personal. No le interesa tanto la verdad como el hecho de tener cierto reconocimiento social. Como no le interesa la verdad, se opondrá férreamente a todo intento científico que provenga de otra persona. Esto no es otra cosa que la simple envidia intelectual. Significa entristecerse por el éxito científico que otro pueda lograr. Pero esta envidia va casi siempre asociada a cierta actitud de burla y soberbia.

La envidia no siempre ha sido negativa para la ciencia. Es interesante mencionar el caso de Louis Pasteur y la obtención de la vacuna antirábica. Uno de sus detractores, que lo llamaba “charlatán”, acude a su laboratorio y pide muestras de saliva extraída a perros rabiosos. Ante la sorpresa de los presentes, se traga las muestras. Mayor fue la sorpresa cuando, pasados algunos días, no presenta síntomas de la penosa enfermedad.

Pasteur consulta a su ayudante respecto del tiempo de extracción de la muestra, que tenía 14 días. Esta información fue de gran utilidad para Pasteur, por cuanto se hizo evidente que los virus de la enfermedad se debilitan con el paso del tiempo. De ahí que el método de Pasteur consiste en aplicar dosis progresivas de la enfermedad, pero comenzando con una bastante debilitada. En este caso, la envidia fue beneficiosa para la ciencia.

Es oportuno señalar que, cuando Pasteur aplica por primera vez su vacuna (a un niño mordido por un perro rabioso) podía ser denunciado y penado por ejercicio ilegal de la medicina, por cuanto Pasteur era químico, y no médico. La pena para esa infracción era la muerte.

Pero no siempre la envidia beneficia al científico. En la Alemania del siglo XIX, George S. Ohm, profesor de matemáticas, es ridiculizado por la obtención de la ley que lleva su nombre (asociada a los circuitos eléctricos) Incluso pierde su cargo de profesor de secundaria cuando intenta convertirse en profesor universitario.

El médico alemán Julius Mayer intenta suicidarse luego de recibir una fuerte desaprobación al principio de conservación de la energía, propuesto por él por primera vez. Luego de salir de un hospital psiquiátrico, asiste a un Congreso de Químicos, en Alemania, en donde un diario local afirma que el Congreso fue exitoso a pesar de la asistencia de “algunos dementes”. Como casi siempre ocurre, el éxito de los demás es imperdonable.

El físico austriaco Ludwig Boltzmann, uno de los fundadores de la mecánica estadística, termina su vida suicidándose. No soportó las críticas a su teoría de los átomos como base de su descripción de los fenómenos térmicos.

El inventor Rudolf Diesel se suicida, arrojándose de un barco, posiblemente ante la poca expectativa que el motor por él inventado despierta en su momento.

El matemático Georg Cantor termina sus días en un hospital psiquiátrico por cuanto su teoría de los conjuntos es despreciada por el matemático Leopold Kronecker, quien dice que ni siquiera puede llamarse matemático al autor de tal trabajo. Debido a ésta, y otras opiniones adversas, queda marginado de las principales universidades alemanas.

Otros tuvieron mejor suerte, tales los casos del químico italiano Amedeo Avogadro y del biólogo austriaco Gregor Mendel, ignorados completamente por sus contemporáneos, siguen llevando una vida tranquila y normal.

Es importante conocer estos aspectos de la ciencia y saber que la burla y la envidia tarde o temprano llegarán tratando de impedir alguna realización científica, o de cualquier índole.