De veras que me he entretenido harto con las opiniones hasta ahora entregadas. Y estoy contento porque en todas las intervenciones he encontrado un factor común: la búsqueda de ese Dios escondido, cuyos secretos son revelados a los más simples y quedan ocultos para los más eruditos; la pura fe vs. la razón pura. “Athez” (curiosa similitud con “Ateos”: Del lat. athe?us) busca fundamentos, a mi entender, no para que quede demostrado que Dios existe sino para cuestionarse a sí mismo su peligrosa inclinación a aceptar que él también cree que sí existe; sólo que quisiera que ese Dios no fuera tan superior, al punto de ser y hacer innecesario demostrar su existencia, porque, con o sin tal demostración, igual sigue existiendo. Hasta donde yo percibo de vuestras reflexiones, todos estáis en lo correcto, porque todos vais, cada uno por su vía, acercándose al conocimiento íntimo de ese Ser Supremo, que se explica y demuestra a Sí Mismo de tan diversas y variadas formas: en la exactitud matemática del cosmos con sus constantes de espacio, tiempo y movimiento; con la estructura molecular de los elementos siguiendo siempre un patrón consecuencial tanto si se mantiene esa estructura como si la trastrueca; con la generación, regeneración y mutación de las especies… incluida la generación, la regeneración y mutación evolutiva del hombre; y, muy especialmente, en la simple fe que acepta creer por lo que ve en el entorno inmediato o en el universo o lo que de él alcanzan a percibir los sentidos o en la aceptación de la Palabra Revelada. “Athez” argüirá insistiendo en que él no es creyente, aunque, en alguna de sus intervenciones él afirma que prefiere no malgastar su tiempo en la búsqueda de Dios sino “en cosas más trascendentes” (trascendente es lo que está más allá de los límites de cualquier conocimiento posible: ¿es decir, Dios?)… pero se ha dado el tiempo para proponer esta banalidad de pretender que alguien le demuestre que es lo que él se siente capaz de demostrar que no es… pero, que hasta ahora, tampoco ha demostrado. En fin, hay que ayudar a “Athez” a que confirme su fe en la existencia de Dios: mira dentro de ti, amigo, mío y encontrarás y verás a tu Dios escondido: “Como la cierva busca las vertientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío…” Para cada uno de nosotros es válido lo dicho de “Athez”, porque ese Dios quiere no sólo que le encontremos, no sólo que le conozcamos, sino que, sobre todo, le poseamos. Y lo haremos, ciertamente, en la medida en que progresemos en nuestra búsqueda (o podríamos decir en nuestra duda). Felipe, uno de los doce, le proponía a Jesús: “Señor, muéstranos al Padre (Dios)”. A lo que Jesús le respondió: “Felipe, ¿tanto tiempo llevas junto a mí y aún no me conoces?” ¿Quieres conocer a Dios? Conócete a ti mismo. ¿Quieres encontrar a Dios? Encuéntrate contigo mismo. ¿Quieres poseer a Dios? Maravíllate de todo tu propio potencial, de tu capacidad infinita de re-crear todo lo ya creado, capacidad que no tiene, en lo hasta ahora conocido, ninguna otra creatura; capacidad transformadora que, incluso, te permite transformarte a ti mismo en un ser cada vez más perfecto (“Vosotros sed perfectos como es perfecto mi Padre –Dios– que está en los cielos”): es decir, cada vez más próximo al conocimiento íntimo y total de Dios. ¿Quieres una prueba de que Dios existe? Te doy ésta única: tú eres obra de Dios.
Marcadores