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Tema: Borges, Inmortal...

  1. #1
    Mircko
    Guest

    Smile Borges, Inmortal...

    "¿Dónde estarán? Pregunta la elegía / de quienes ya no son, como si hubiera / una región en que el Ayer pudiera / ser el Hoy, el Aún y el Todavía."

    Esta bellísima estrofa, con la que Jorge Luis Borges inicia su ya mítico poema El tango , siempre se nos ha presentado como la imagen paradigmática, el emblema por antonomasia de ese tan maravilloso como inasible sentimiento que llamamos nostalgia.

    Y vaya si hemos sabido naufragar, en más de una ocasión, en ese inmenso mar de angustia, los habitantes de las orillas del Plata. El tango conforma, sin duda, el reservorio por excelencia de la añoranza castiza que la lengua lusitana universalizó como saudade .

    Pero la nostalgia en Borges tiene un carácter activo. No se limita a la mera evocación -no exenta de una inapelable tristeza- sino que expresa la voluntad de convertir el pasado en un presente permanente, en "el hoy, el aún y el todavía", como si el tiempo se volviera, de pronto, eternidad.

    Precisamente, es el autor de El Aleph quien diferencia el tiempo de la eternidad. Uno enmarca en etapas sucesivas pasado, presente y futuro, mientras en la otra los tres estadios resultan simultáneos. De allí que el tiempo la contenga, y no, al revés, que la supuesta infinitud cronológica lo abarque.

    Y he aquí que tropezamos con un vívido ejemplo de esa tan fértil como febril imaginación borgeana. Porque hoy estamos memorando las dos décadas de la muerte de un inmortal. Y si no se tiene plena conciencia de que, en ciertos lapsos, Cronos guarda huellas de la eternidad, esta circunstancia, más que una paradoja semejaría un auténtico contrasentido.

    No obstante, la cuestión parece ser más simple que lo supuesto. Es que los inmortales no viven entre nosotros, sencillamente atraviesan nuestro tiempo y nuestro espacio, como seres de otra dimensión, o se comportan en forma similar a la luz de lejanas estrellas, que llega a nuestros ojos sin que sepamos si los cuerpos emisores existen o han perecido hace, tal vez, millones de años. Pero el fulgor de sus destellos ilumina nuestra existencia y vagará por el universo hasta el fin de los tiempos. De manera análoga, el genio de Borges nunca nos abandonará.

    Hace dos milenios y medio, pocos eran los habitantes de la Atenas posterior a Pericles que transitaban las estrechas callejuelas de su ciudad en dirección a la Academia platónica, o, décadas más tarde, encaminándose al Liceo regenteado por Aristóteles. Sin embargo, cada cuatro años los habitantes del centenar de polis y colonias griegas diseminadas en las costas tricontinentales del Mediterráneo oriental, concurrían al noroeste del Peloponeso para asistir o participar de los juegos sagrados en homenaje a Zeus olímpico.

    Claro que, a veinticinco siglos de aquellos hechos, seguimos aprendiendo de Platón y Aristóteles, pero no recordamos un solo nombre, siquiera, de los innumerables campeones de las casi trescientas Olimpíadas que celebraron los helenos a lo largo de, prácticamente, doce centurias, y si tenemos idea de alguno de ellos es a través de las inmortales odas triunfales -o epinicios- de Píndaro, quizás el primer cronista deportivo de la historia.

    Los recuerdos y expectativas de la especie son infinitas, pero los seres humanos poseemos, individualmente, una memoria limitada, y esperanzas que también lo son. Cuando pensamos en el futuro lo hacemos en nuestros hijos o, a lo sumo, en los nietos, y no más allá. En relación a los antecesores pasa algo similar: padres, abuelos y bisabuelos, cuanto más.

    ¿Qué suponemos para nuestro país dentro de dos mil quinientos años? Es inimaginable, siquiera, esbozar algo al respecto. Pero intuimos que, en ese lejano porvenir, en algún soporte informático -que desearíamos fuera un libro-, habrá unas pocas líneas sobre el siglo XX, y escasas referencias a la Argentina, o a cualquier país, dentro de ellas.

    Algún remoto lector, empero, se emocionará ante los avatares de un anciano no vidente vagando en una "alta y honda biblioteca ciega": "Lento en mi sombra, la penumbra hueca / exploro con el báculo indeciso, / yo, que imaginaba el Paraíso/ bajo la especie de una biblioteca".

    Y mayor será la turbación del espíritu de tal lector cuando sepa que el ciego no traslada a nadie la causa de su desgracia: "Nadie rebaje a lágrima o reproche / esta declaración de la maestría / de Dios, que con magnífica ironía / me dio a la vez los libros y la noche".

    Más aún, como a sus cuchilleros, cultores del coraje por el coraje mismo, ni siquiera le preocupa el final de la existencia: "Manuel Flores va a morir. / Eso es moneda corriente; / morir es una costumbre / que sabe tener la gente".

    Tanto hoy, como dentro de 2500 años, cuando la ficción nos conduzca al misterioso jardín con sus senderos bifurcados, nos hunda en los avatares de la lotería babilónica o en el asombro de la babélica biblioteca universal, nos haga transitar en laberintos de tiempos o entre espejos que nada reflejan, nos lleve a rondar el tablero de 64 escaques o el reloj ecuménico capaz de medir el tiempo circular, nos induzca a hojear las infinitas páginas de las milyunochescas noches o del libro de arena, o a contemplar la brújula planetaria, nos parecerá escuchar, como un eco del tiempo y de la nada, la voz pausada del maestro que nos dice, definiendo la eternidad: "Sólo una cosa no hay. Es el olvido. / Dios, que salva el metal, salva la escoria / y cifra en su profética memoria / las lunas que serán y las que han sido". Reconoceremos, entonces, el tono inconfundible de aquel a quien vislumbramos, desde que atravesó nuestro tiempo y nuestro espacio, como Jorge Luis Borges. Apenas, un inmortal.


    Fuente: [url="http://www.lanacion.com.ar/opinion/nota.asp?nota_id=814342&origen=relacionadas"]http://www.lanacion.com.ar/opinion/nota.asp?nota_id=814342&origen=relacionadas[/url]

  2. #2
    Forero Graduado Avatar de Darck_mario
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    Predeterminado Re: Borges, Inmortal...

    Los libros de Borges son lo mejor que he leido, mejor que el otro, el de lo 100 añois de soledad
    ¿Un foro de ciencia sin trolls?

    "El hombre, en su orgullo, creó a Dios a su imagen y semejanza.", Federico Nietzsche.

    "No creo en Dios, pero no estoy en contra de Él, estoy en contra de las religiones (sectas incluidas)". (Frase mia)

  3. #3
    rapipu
    Guest

    Predeterminado Re: Borges, Inmortal...

    Borges único, no puede haber mas, solo a alguien como Borges se le puede excusar sus defectos humanos y el enorme lunar que dejó sobre la política, pero su mundo era irreal, un mundo oscuro y genial permitido por su ceguera, consciente siempre de la terrible "enfermedad" de su alma, de ahí una frase suya que le define:
    He cometido el peor pecado que uno puede cometer. No he sido feliz.

  4. #4
    Mircko
    Guest

    Predeterminado Re: Borges, Inmortal...

    ..... tampoco confundas Chicha con Limonada.....
    Saludos.


    Cita Iniciado por Darck_mario
    Los libros de Borges son lo mejor que he leido, mejor que el otro, el de lo 100 añois de soledad

  5. #5
    Forero Graduado Avatar de Darck_mario
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    Predeterminado Re: Borges, Inmortal...

    Ya me acorde, de Gabriel Garcia Marquez, ese tio hizo lo 100 años de soledad...que aburricion con esa obra...
    ¿Un foro de ciencia sin trolls?

    "El hombre, en su orgullo, creó a Dios a su imagen y semejanza.", Federico Nietzsche.

    "No creo en Dios, pero no estoy en contra de Él, estoy en contra de las religiones (sectas incluidas)". (Frase mia)

  6. #6
    Forero Experto Avatar de Gise
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    Predeterminado Re: Borges, Inmortal...

    Cita Iniciado por Darck_mario
    Ya me acorde, de Gabriel Garcia Marquez, ese tio hizo lo 100 años de soledad...que aburricion con esa obra...
    Son cosas distintas. Cien Años de Soledad de García Márquez es un buen relato, e identifica bastante bien a Latinoamérica.
    Borges... Al principio no me gustaba, pero me obligué a leerlo y ahora lo agradezco. Me gusta sobre todo Historia Universal de la Infamia y el Aleph. Las Ruinas Circulares es un cuento excelente.
    Última edición por gise; 17/06/2006 a las 01:51
    Under the spreading chestnut tree, I sold you and you sold me.
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  7. #7
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    Predeterminado Las Ruinas Circulares

    Las Ruinas Circulares

    Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra. Lo cierto es que el hombre gris besó el fango, repechó la ribera sin apartar (probablemente, sin sentir) las cortaderas que le dilaceraban las carnes y se arrastró, mareado y ensangrentado, hasta el recinto circular que corona un tigre o caballo de piedra, que tuvo alguna vez el color del fuego y ahora el de la ceniza. Ese redondel es un templo que devoraron los incendios antiguos, que la selva palúdica ha profanado y cuyo dios no recibe honor de los hombres. El forastero se tendió bajo el pedestal. Lo despertó el sol alto. Comprobó sin asombro que las heridas habían cicatrizado; cerró los ojos pálidos y durmió, no por flaqueza de la carne sino por determinación de la voluntad. Sabía que ese templo era el lugar que requería su invencible propósito; sabía que los árboles incesantes no habían logrado estrangular, río abajo, las ruinas de otro templo propicio, también de dioses incendiados y muertos; sabía que su inmediata obligación era el sueño. Hacia la medianoche lo despertó el grito inconsolable de un pájaro. Rastros de pies descalzos, unos higos y un cántaro le advirtieron que los hombres de la región habían espiado con respeto su sueño y solicitaban su amparo o temían su magia. Sintió el frío del miedo y buscó en la muralla dilapidada un nicho sepulcral y se tapó con hojas desconocidas.

    El propósito que lo guiaba no era imposible, aunque sí sobrenatural. Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad. Ese proyecto mágico había agotado el espacio entero de su alma; si alguien le hubiera preguntado su propio nombre o cualquier rasgo de su vida anterior, no habría acertado a responder. Le convenía el templo inhabitado y despedazado, porque era un mínimo de mundo visible; la cercanía de los leñadores también, porque éstos se encargaban de subvenir a sus necesidades frugales. El arroz y las frutas de su tributo eran pábulo suficiente para su cuerpo, consagrado a la única tarea de dormir y soñar.

    Al principio, los sueños eran caóticos; poco después, fueron de naturaleza dialéctica. El forastero se soñaba en el centro de un anfiteatro circular que era de algún modo el templo incendiado: nubes de alumnos taciturnos fatigaban las gradas; las caras de los últimos pendían a muchos siglos de distancia y a una altura estelar, pero eran del todo precisas. El hombre les dictaba lecciones de anatomía, de cosmografía, de magia: los rostros escuchaban con ansiedad y procuraban responder con entendimiento, como si adivinaran la importancia de aquel examen, que redimiría a uno de ellos de su condición de vana apariencia y lo interpolaría en el mundo real. El hombre, en el sueño y en la vigilia, consideraba las respuestas de sus fantasmas, no se dejaba embaucar por los impostores, adivinaba en ciertas perplejidades una inteligencia creciente. Buscaba un alma que mereciera participar en el universo.

    A las nueve o diez noches comprendió con alguna amargura que nada podía esperar de aquellos alumnos que aceptaban con pasividad su doctrina y sí de aquellos que arriesgaban, a veces, una contradicción razonable. Los primeros, aunque dignos de amor y de buen afecto, no podían ascender a individuos; los últimos preexistían un poco más. Una tarde (ahora también las tardes eran tributarias del sueño, ahora no velaba sino un par de horas en el amanecer) licenció para siempre el vasto colegio ilusorio y se quedó con un solo alumno. Era un muchacho taciturno, cetrino, díscolo a veces, de rasgos afilados que repetían los de su soñador. No lo desconcertó por mucho tiempo la brusca eliminación de los condiscípulos; su progreso, al cabo de unas pocas lecciones particulares, pudo maravillar al maestro. Sin embargo, la catástrofe sobrevino. El hombre, un día, emergió del sueño como de un desierto viscoso, miró la vana luz de la tarde que al pronto confundió con la aurora y comprendió que no había soñado. Toda esa noche y todo el día, la intolerable lucidez del insomnio se abatió contra él. Quiso explorar la selva, extenuarse; apenas alcanzó entre la cicuta unas rachas de sueño débil, veteadas fugazmente de visiones de tipo rudimental: inservibles. Quiso congregar el colegio y apenas hubo articulado unas breves palabras de exhortación, éste se deformó, se borró. En la casi perpetua vigilia, lágrimas de ira le quemaban los viejos ojos.

    Comprendió que el empeño de modelar la materia incoherente y vertiginosa de que se componen los sueños es el más arduo que puede acometer un varón, aunque penetre todos los enigmas del orden superior y del inferior: mucho más arduo que tejer una cuerda de arena o que amonedar el viento sin cara. Comprendió que un fracaso inicial era inevitable. Juró olvidar la enorme alucinación que lo había desviado al principio y buscó otro método de trabajo. Antes de ejercitarlo, dedicó un mes a la reposición de las fuerzas que había malgastado el delirio. Abandonó toda premeditación de soñar y casi acto continuo logró dormir un trecho razonable del día. Las raras veces que soñó durante ese período, no reparó en los sueños. Para reanudar la tarea, esperó que el disco de la luna fuera perfecto. Luego, en la tarde, se purificó en las aguas del río, adoró los dioses planetarios, pronunció las sílabas lícitas de un nombre poderoso y durmió. Casi inmediatamente, soñó con un corazón que latía.

    Lo soñó activo, caluroso, secreto, del grandor de un puño cerrado, color granate en la penumbra de un cuerpo humano aun sin cara ni sexo; con minucioso amor lo soñó, durante catorce lúcidas noches. Cada noche, lo percibía con mayor evidencia. No lo tocaba: se limitaba a atestiguarlo, a observarlo, tal vez a corregirlo con la mirada. Lo percibía, lo vivía, desde muchas distancias y muchos ángulos. La noche catorcena rozó la arteria pulmonar con el índice y luego todo el corazón, desde afuera y adentro. El examen lo satisfizo. Deliberadamente no soñó durante una noche: luego retomó el corazón, invocó el nombre de un planeta y emprendió la visión de otro de los órganos principales. Antes de un año llegó al esqueleto, a los párpados. El pelo innumerable fue tal vez la tarea más difícil. Soñó un hombre íntegro, un mancebo, pero éste no se incorporaba ni hablaba ni podía abrir los ojos. Noche tras noche, el hombre lo soñaba dormido.

    En las cosmogonías gnósticas, los demiurgos amasan un rojo Adán que no logra ponerse de pie; tan inhábil y rudo y elemental como ese Adán de polvo era el Adán de sueño que las noches del mago habían fabricado. Una tarde, el hombre casi destruyó toda su obra, pero se arrepintió. (Más le hubiera valido destruirla.) Agotados los votos a los númenes de la tierra y del río, se arrojó a los pies de la efigie que tal vez era un tigre y tal vez un potro, e imploró su desconocido socorro. Ese crepúsculo, soñó con la estatua. La soñó viva, trémula: no era un atroz bastardo de tigre y potro, sino a la vez esas dos criaturas vehementes y también un toro, una rosa, una tempestad. Ese múltiple dios le reveló que su nombre terrenal era Fuego, que en ese templo circular (y en otros iguales) le habían rendido sacrificios y culto y que mágicamente animaría al fantasma soñado, de suerte que todas las criaturas, excepto el Fuego mismo y el soñador, lo pensaran un hombre de carne y hueso. Le ordenó que una vez instruido en los ritos, lo enviaría al otro templo despedazado cuyas pirámides persisten aguas abajo, para que alguna voz lo glorificara en aquel edificio desierto. En el sueño del hombre que soñaba, el soñado se despertó.
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  8. #8
    Forero Experto Avatar de Gise
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    Predeterminado Las Ruinas Circulares (continuación)

    El mago ejecutó esas órdenes. Consagró un plazo (que finalmente abarcó dos años) a descubrirle los arcanos del universo y del culto del fuego. Íntimamente, le dolía apartarse de él. Con el pretexto de la necesidad pedagógica, dilataba cada día las horas dedicadas al sueño. También rehizo el hombro derecho, acaso deficiente. A veces, lo inquietaba una impresión de que ya todo eso había acontecido... En general, sus días eran felices; al cerrar los ojos pensaba: Ahora estaré con mi hijo. O, más raramente: El hijo que he engendrado me espera y no existirá si no voy.

    Gradualmente, lo fue acostumbrando a la realidad. Una vez le ordenó que embanderara una cumbre lejana. Al otro día, flameaba la bandera en la cumbre. Ensayó otros experimentos análogos, cada vez más audaces. Comprendió con cierta amargura que su hijo estaba listo para nacer -y tal vez impaciente. Esa noche lo besó por primera vez y lo envió al otro templo cuyos despojos blanqueaban río abajo, a muchas leguas de inextricable selva y de ciénaga. Antes (para que no supiera nunca que era un fantasma, para que se creyera un hombre como los otros) le infundió el olvido total de sus años de aprendizaje.

    Su victoria y su paz quedaron empañadas de hastío. En los crepúsculos de la tarde y del alba, se prosternaba ante la figura de piedra, tal vez imaginando que su hijo irreal ejecutaba idénticos ritos, en otras ruinas circulares, aguas abajo; de noche no soñaba, o soñaba como lo hacen todos los hombres. Percibía con cierta palidez los sonidos y formas del universo: el hijo ausente se nutría de esas disminuciones de su alma. El propósito de su vida estaba colmado; el hombre persistió en una suerte de éxtasis. Al cabo de un tiempo que ciertos narradores de su historia prefieren computar en años y otros en lustros, lo despertaron dos remeros a medianoche: no pudo ver sus caras, pero le hablaron de un hombre mágico en un templo del Norte, capaz de hollar el fuego y de no quemarse. El mago recordó bruscamente las palabras del dios. Recordó que de todas las criaturas que componen el orbe, el fuego era la única que sabía que su hijo era un fantasma. Ese recuerdo, apaciguador al principio, acabó por atormentarlo. Temió que su hijo meditara en ese privilegio anormal y descubriera de algún modo su condición de mero simulacro. No ser un hombre, ser la proyección del sueño de otro hombre ¡qué humillación incomparable, qué vértigo! A todo padre le interesan los hijos que ha procreado (que ha permitido) en una mera confusión o felicidad; es natural que el mago temiera por el porvenir de aquel hijo, pensado entraña por entraña y rasgo por rasgo, en mil y una noches secretas.

    El término de sus cavilaciones fue brusco, pero lo prometieron algunos signos. Primero (al cabo de una larga sequía) una remota nube en un cerro, liviana como un pájaro; luego, hacia el Sur, el cielo que tenía el color rosado de la encía de los leopardos; luego las humaredas que herrumbraron el metal de las noches; después la fuga pánica de las bestias. Porque se repitió lo acontecido hace muchos siglos. Las ruinas del santuario del dios del fuego fueron destruidas por el fuego. En un alba sin pájaros el mago vio cernirse contra los muros el incendio concéntrico. Por un instante, pensó refugiarse en las aguas, pero luego comprendió que la muerte venía a coronar su vejez y a absolverlo de sus trabajos. Caminó contra los jirones de fuego. Éstos no mordieron su carne, éstos lo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin combustión. Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo.
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  9. #9
    Forero avanzado Avatar de Sibila Vane
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    Predeterminado Re: Borges, Inmortal...

    Aprendiendo

    Despues de un tiempo, uno aprende la sutil diferencia
    entre sostener una mano y encadenar un alma, y uno
    aprende que el amor no significa acostarse
    y una compañia no significa seguridad,
    y uno empieza a aprender...

    Que los besos no son contratos y los regalos no son
    promesas, y uno empieza a aceptar sus derrotas con
    la cabeza alta y los ojos abiertos, y uno aprende a
    construir todos sus caminos en el hoy, porque
    el terreno de mañana es demasiado inseguro para planes....
    Y los futuros tienen una forma de caerse en la mitad.

    Y despues de un tiempo uno aprende que si es
    demasiado,hasta el calor del sol quema. Asi que uno
    planta su propio jardin y decora su propia alma, en
    lugar de esperar a que alguien le traiga flores.

    Y uno aprende que realmente puede aguantar, que uno
    realmente es fuerte, que uno realmente vale, y uno aprende .
    Y aprende... y con cada dia aprende.

    Jorge Luís Borges.
    Última edición por Sibila Vane; 22/06/2006 a las 03:45
    Los recuerdos construyen un obstáculo
    en el camino de la esperanza.
    Khalil Gibrán.

  10. #10
    rapipu
    Guest

    Predeterminado Re: Borges, Inmortal...

    He cometido el peor de los pecados
    que un hombre puede cometer. No he sido
    feliz. Que los glaciares del olvido
    me arrastren y me pierdan, despiadados.
    Mis padres me engendraron para el juego
    arriesgado y hermoso de la vida,
    para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
    Los defraudé. No fui feliz. Cumplida
    no fue su joven voluntad. Mi mente
    se aplicó a las simétricas porfías
    del arte, que entreteje naderías.
    Me legaron valor. No fui valiente.
    No me abandona. Siempre está a mi lado
    La sombra de haber sido un desdichado.



    Jorge Luís Borges

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