En la Edad Media, el hombre creía estar en el centro del Universo. Por algo a este planeta había llegado el mismisimo Dios. Las estrellas eran como luces ubicadas para que el hombre las contemplara. Se suponía que la Tierra era el centro del universo, ya que se imponía el sistema geocéntrico de Claudio Ptolomeo. Podemos decir también que era un sistema "egocéntrico".
Nicolás Copérnico, con su sistema solar heliocéntrico (el Sol en el centro) desplaza a la Tierra del lugar preferencial en el cual se suponía que estaba, por lo que llevó bastante tiempo la aceptación de tal sistema astronómico.
En el siglo XIX, Charles Darwin propone que el hombre, como todos los demás seres vivos, no ha sido creado en una forma directa, sino tan sólo en una forma indirecta, no descartando la posibilidad de que seamos "parientes directos" de otras especies. También esta descripción nos alejó bastante de la visión medieval del hombre.
Para "colmo de males", los astrónomos del siglo XX llegan a la conclusión de que nuestro Sol no es más que una entre 100.000 millones de estrellas que forman la Vía Lactea, y que ésta no es más que una entre las 100.000 millones de galaxias que forman el Universo. Blaise Pascal había escrito hace unos siglos atrás: "No es en el espacio en donde debo buscar mi dignidad, sino en el orden de mi pensamiento". "Por el espacio el Universo me abarca y me absorbe como un punto: por el pensamiento, yo lo comprendo" (De "Pensamientos").
También en el siglo XX hemos podido entender la importante misión del hombre y de la vida inteligente. Henri Bergson escribió: "Lo más sublime que Dios ha creado es haber hecho al hombre cooperador suyo en la Creación". Podemos decir que estamos en pleno Génesis, ya que el hombre apareció hace un millón de años, mientras que al sistema planetario solar le quedan todavía unos cinco mil millones de años. Julian Huxley escribió: "De acuerdo con los nuevos conocimientos, se han definido la responsabilidad y el destino del hombre, considerándolo como un agente, para el resto del mundo, en la tarea de realizar sus potencialidades inherentes tan completamente como sea posible. Es como si el hombre hubiese sido designado, de repente, director general de la más grande de todas las empresas, la empresa de la evolución, y designado sin preguntarle si necesitaba ese puesto, y sin aviso ni preparación de ninguna clase. Más aún: no puede rechazar ese puesto. Precíselo o no, conozca o no lo que está haciendo, el hecho es que está determinando la futura orientación de la evolución en este mundo. Este es su destino, al que no puede escapar, y cuanto más pronto se dé cuenta de ello y empiece a creer en ello, mejor para todos los interesados" (De "Nuevos odres para el vino nuevo" - Editorial Hermes).
Esta es la nueva visión del hombre dentro del cosmos; una visión que nos desplaza desde la postura de simples observadores de la Creación a activos partícipes y actores en la misma.
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