Esto es parte de un largo ensayo sobre nuestro idioma, escrito por Santiago Sevilla. Se los comparto: (La versión completa, la pueden encontrar en:[url]http://www.liceus.com/cgi-bin/ac/pu/santiago_sevilla.asp[/url])
El Idioma Castellano como Instrumento de la Creatividad en la Retórica y la Literatura
El castellano es un idioma muy antiguo , muy rico en vocabulario, con unas normas muy lógicas, de fácil pronunciación y que sirve maravillosamente para la expresión hablada y escrita en la alocución, en el teatro, en la novela o en el tratado científico. Muy antiguo, si, porque hay obras magníficas que datan de los comienzos del milenio pasado, como es el Poema de Mío Cid, del que subsiste un manuscrito del año 1307. Escuchemos un ejemplo de aquella obra y de aquel idioma:
Embraçan los escudos delant los coraçones
abaxan las lanças abueltas de los pendones
enclinaron las caras de suso de los arzones
ivanlos ferir de fuertes coraçones.
"¡feridlos caballeros, por amor del criador!
" ¡Yo soy Roy Díaz, el Çid de Bivar Campeador!"
Todos fieren en el az do está Per Bermudoz.
Trescientas lanças son todas tienen pendones
seños moros mataron, todos de seños golpes
a la tornada que fazen otros tantos muertos son.
A diferencia de otros idiomas, como el inglés, donde varía mucho la pronunciación de las vocales en los distintos países en que se lo habla, hasta el punto de contradecirse totalmente lo dicho con lo escrito, en el castellano, y en el español internacional, las vocales se corresponden fielmente entre lo dicho y lo escrito. Igualmente, la longitud de la exhalación de cada vocal es siempre la misma, de modo que lo escrito por el autor, es dicho exactamente por el lector. Esto permite la perfecta traslación de la métrica de cada frase, sea esta dicha en verso o en prosa.
Las reglas de puntuación son tan consecuentes, que es imposible decir una cosa por otra, o alterar la musicalidad de la palabra escrita. Así el mensaje subliminal de cada palabra no puede falsearse y tanto la prosa, como la poesía nos llega pura e intocada, diáfana y perfecta al oído y a la lengua.
Cómo me duele a veces escuchar en el teatro ciertas obras de Shakespeare en inglés, trastocadas y trasteadas por un afán de modernizarlo, quitándole su estupenda musicalidad, en un atropello prosaico y banal. No se puede hacer lo mismo con Lope de Vega, Tirso de Molina o Calderón de la Barca, porque el Idioma Español no lo permite, ya que no se deja manipular, ni des-balbucear, ni mistificar. Si, es verdad que ciertos dialectos del español lo cantan, lo entonan, lo chasquean, lo arrastran, lo musitan nasalmente, lo corren o lo atrasan, pero no logran quitarle ni su lógica sintaxis, ni la pureza de sus vocales, ni la musicalidad de sus aliteraciones, ni el misterio de sus rimas. Pero, sigamos con que decíamos que es antiguo, porque perdura sin perderse desde antaño. Recordemos el español del Medioevo, que es tan parecido al que hablamos ahora que podemos comprender sin más a nuestros antepasados, no así ni en el Inglés, ni en el Alemán, que han evolucionado con transformaciones tan profundas, que como en una Torre de Babel, quienes los hablan hoy, no entienden el legado escrito de sus predecesores. El Canciller Don Pero López de Ayala, coetáneo del Rey Don Pedro el Cruel, en su Crónica del Rey Don Pedro del año 1369, nos narra el final de aquel gran personaje:
E vino allí armado, e entró en la posada de Mosén Beltrán; e así como llegó el Rey Don Enrique, trabó del Rey don Pedro. E él non le conoscía, ca había grand tiempo que non le había visto; e dicen que le dixo un caballero de los de Mosén Beltrán: "Catad que éste es vuestro enemigo." E el Rey don Enrique aun dubdaba si era él: e dice que dixo el Rey don Pedro dos veces: "Yo so, yo so". E entonce el Rey don Enrique conosciole, e firióle con una daga por la cara: e dicen que amos a dos, el Rey don Pedro y el Rey don Enrique, cayeron en tierra, e el Rey don Enrique le firió estando en tierra de otras feridas. E allí morió el Rey don Pedro...
El idioma español lleva consigo las palabras antiguas y las modernas. Casi no hay un vocablo que caiga en total desuso y fenezca. Nuevas palabras son acogidas por la Real Academia Española de la Lengua con gran largueza y latitud. Hay vasos comunicantes entre los idiomas y siempre hay maneras de asimilar nuevas expresiones. Arcaísmos, neologismos, galicismos, o anglicismos no deben asustarnos, porque la riqueza del idioma beneficia la comunicación y brinda nuevas posibilidades retóricas y literarias.
Hay ciertos preceptos y tradiciones en el uso del idioma para hablarlo y escribirlo que son muy útiles. No debemos considerar la preceptiva literaria como los santos mandamientos de Moisés, esos maravillosos diez preceptos de la Ley natural. La preceptiva es un recetario que no prohíbe cualquier improvisación. Las literatura es una "Cuisine spontanée". Pero el cocinero de las palabras bien puede inspirarse en reglas que no por antiguas han perdido su vigencia, ya que se generaron del profundo conocimiento de los arcanos de nuestra lengua.
Tanto en la oratoria, con miras a lograr la mayor elocuencia, como en la escritura retórica o literaria, es preciso conocer el peso de las palabras y su musicalidad. A veces, ciertos artistas del idioma, que nacen bien dotados de talento, instintivamente dicen las palabras con musicalidad, métrica y un sentido de estética admirable en cuanto a su significado, su onomatopeya y su aliteración. Pero también hay a veces gente que trompetean su cacofonía ofendiendo el oído y la razón pura del prójimo con sus dislates. Este mal se puede corregir, si no se lo hace adrede con algún despropósito. A veces el feísmo hace escuela en el afán caprichoso de ofender, pero ese ejercicio es una excepción.
Sepamos que cada palabra pesa tanto como la suma de sus sílabas. Cada sílaba pesa con relación a su puesto en la palabra y su acentuación. La sílaba acentuada al final de una palabra pesa doble, o vale por dos. La sílaba acentuada al comienzo de una palabra esdrújula pesa menos uno, o resta una sílaba a la palabra. La sílaba acentuada en una palabra grave, vale lo que pesa, que es uno. Así, sopesando las siguientes palabras, les daremos un valor:
Corazón = 4
fácil = 2
Penélope = 3
Este saber pesar las palabras ayuda mucho en la versificación, en la retórica y en la prosa. En la versificación enseña a medir la longitud de cada verso, si es pentasílabo, heptasílabo, octosílabo, decasílabo, o endecasílabo. Cuando se yerra en la medición, el oído se resiente, y hay cierta fealdad, por la falta de simetría o armonía. El oído musical aprende pronto a formular versos o frases de igual número de sílabas y si se quiere, de pareja acentuación, como fuera costumbre en el latín de Ovidio, o más tarde, en la Divina Comedia de Dante, en los sonetos de Petrarca y por último en los épicos versos de Rubén Darío.
El idioma español ha preferido mucho, entre todos, al verso octosílabo desde los primeros romances como el del Cantar de Mío Cid hasta los versos del Romancero Gitano de Federico García Lorca.
Pero nuestro idioma ha tenido un tipo de poema muy peculiar y particularmente armonioso que es aquel de versos de pie quebrado, o sea que tiene desigualdad en la longitud de cada verso. Así hay poemas que combinan versos de cinco y siete sílabas, o versos de siete con otros de once sílabas.
Encontramos las llamadas Silvas, Liras, Coplas y Madrigales, de acuerdo al pie quebrado de que se componen. Lo importante es saber este secreto de la armonía del idioma español, que hay una relación grata y maravillosa entre los versos impares y que basta que los compongamos de ese modo, para que suene una música sobrenatural de entre nuestras humildes palabras.
La influencia italiana de Petrarca hizo que adoptáramos en el español al verso endecasílabo y la importancia mundial que logró el Soneto en muchos idiomas europeos, hizo que se escribieran numerosos de estos bellos poemas. Son cuatro estrofas, dos cuartetos y dos tercetos, rimados entre si respectivamente, y que dan un sentido completo con un verso final, o epifonema que recoge y resume todo el soneto como con una revolera.
Shakespeare tiene en inglés muchos exquisitos sonetos, compuestos de tres cuartetos y dos versos finales pareados, pero debo decir que nadie puede igualar los sonetos de los grandes escritores españoles del siglo de oro, incluyendo al culterano Luis de Góngora y Argote:
Vana Rosa
Ayer naciste, y morirás mañana.
Para tan breve ser, ¿quién te dio vida?
¿Para vivir tan poco, estás lucida,
y para no ser nada, estás lozana?
Si te engañó tu hermosura vana,
bien presto la verás desvanecida,
porque en esa hermosura está escondida
la ocasión de morir muerte temprana.
Cuando te corte la robusta mano,
ley de la agricultura permitida,
grosero aliento acabará tu suerte.
No salgas, que te aguarda algún tirano,
dilata tu nacer para tu vida,
que anticipas tu ser para tu muerte.
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