Detrás de estas letras hay un hombre con placas de pus en la garganta, convaleciente desde hace unos días al inicio de sus vacaciones.

La enfermedad es una forma de injusticia natural. Nadie la exige, ningún legislador la codifica. Y, aunque así fuese, poco importaría: la imperfección misma de lo que nos rodea lo mantiene invariablemente sujeto a contingencias de crecimiento y decrecimiento.

No se duda de este extremo, el relativo a la injusticia o desorden. Sin embargo, ¿cuántos conocen la justicia natural?

La justicia no es sólo lo que aumenta mi poder (Nietzsche), y la injusticia su contrario. Un mero acto de fuerza ciega no puede regular la naturaleza, sino que más bien coadyuvará para destruirla.

¿Es la fuerza, en idéntico grado, algo común a lo existente? No lo es: a fin de que un cuerpo desplace a otro, éste tiene que ceder a la presión del primero, que se le impone (dos fuerzas idénticas y opuestas excluyen el movimiento). ¿Y la razón? Sí, la razón es común a todo, material o inmaterial, pues nada es sin razón.

Para progresar hacen falta razones; para regresar sólo ausencia de las mismas, ya que nuestra conservación es gratuita.

¿Gratuidad y justicia en armonía?


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