La Aplicación de la Canonicidad
El primer Cristiano primitivo en abordar explícitamente la cuestión de una lista precisa de los libros del Antiguo Testamento fue Melito (obispo de Sardis, aprox. 170 d.C.), y no acepta ninguno de los libros apócrifos. Atanasio rechazó tajantemente Tobías, Judit y Sabiduría, diciendo de ellos: “por causa de una precisión mayor... hay otros libros fuera de estos [recién enumerados] que ciertamente no están incluidos en el canon” (carta festiva 39, 367 d.C.). El erudito Jerónimo fue el principal traductor de la Vulgata Latina (que más tarde el Catolicismo Romano decretó como teniendo autoridad última para determinar doctrina).
Alrededor del 395 d.C., Jerónimo enumeró los libros de la Biblia Hebrea diciendo, “cualquiera que quede fuera de estos debe ser puesto aparte entre la Apócrifa.” Luego enumera libros ahora aceptados por la iglesia Católica Romana y dice categóricamente que Se hallan fragmentos de tres libros apócrifos entre los textos existentes de Qumrán, sin ninguna evidencia de que fueran considerados canónicos incluso por la secta que los produjo. Filón tampoco da muestras de aceptarlos. Algunas veces se apela a la versión Griega del Antiguo Testamento (la “Septuaginta”) para sugerir que “el canon de los Judíos Alejandrinos era más amplio.” F. F. Bruce sigue diciendo, “No hay evidencia de que esto fuera así: de hecho, no hay evidencia de que los Judíos Alejandrinos hayan promulgado alguna vez un canon de escritura” (Canon, pp. 44-45). De hecho, los manuscritos de la Septuaginta que poseemos fueron producidos por Cristianos mucho después, y los manuscritos existentes difieren entre sí, algunos excluyendo libros de los Apócrifos que Roma ha aceptado, mientras que otros incluían libros apócrifos que incluso Roma negó.
Aquellos que estudian la historia de la canonicidad se equivocarán estrepitosamente si no se pone atención al uso variado e inestable de términos en este punto en la historia de la iglesia (finales del siglo cuarto). Por ejemplo, el término “apócrifa” en sí conlleva una importancia distinta entre Atanasio y Jerónimo. Atanasio habló de tres categorías de libros: canónicos, edificantes y “apócrifos” – dando a entender obras heréticas que debían evitarse del todo. Jerónimo, por otro lado, usaba el término “apócrifa” para la segunda categoría de libros, aquellos que son edificantes (y Rufino los catalogaba como “eclesiásticos,” dado que podían leerse en la iglesia). Lo mismo es verdad del uso temprano del término “canon.” Atanasio parece ser el primero en usarlo en el sentido estricto que nosotros usamos hoy, naturalmente, tal uso no fue inmediatamente asimilado por todos los escritores. Algunas veces “canónico” fue usado con un sentido amplio e indiscriminado para incluir lo que otros autores delineaban más cuidadosamente como los libros de autoridad superior e inspirados (el estándar de la iglesia – el “canon”) lo mismo que los libros edificantes o “eclesiásticos” que podían ser leídos en la iglesia. Vemos esto, por ejemplo, en el Tercer Concilio provincial (no ecuménico) de Cartago en el 397, que identifica explícitamente “los escritos canónicos” con los que “debiesen leerse en la iglesia” e incluya las obras consideradas “edificantes” por Atanasio o “apócrifos” por Jerónimo. Los eruditos Católicos Romanos contemporáneos reconocen el uso variado del término “canónico” al hablar de los libros apócrifos como “deuterocanónicos.” “no están en el canon.” Más tarde escribió que tales libros son leídos “para edificación del pueblo pero no para establecer la autoridad de los dogmas eclesiásticos.” De igual manera, muchos años más tarde (aprox. 1140 d.C.), Hugo de San Víctor enumera los “libros de la sagrada escritura,” añadiendo “Existen también en el Antiguo Testamento ciertos libros que en verdad son leídos [en la iglesia] pero no están inscritos... en el canon de autoridad”; aquí enumera libros de la apócrifa.
Los libros apócrifos fueron algunas veces tenidos en alto o citados por su antigüedad o por su valor histórico, moral o literario,6 pero la distancia conceptual entre “valioso” y “divinamente inspirado” es considerable.
Así la versión de Wycliffe de la Biblia en Inglés (1395) incluía la Apócrifa y recomienda en particular el libro de Tobías, aunque también reconoce que Tobías “no es de fiar” – es decir, no pertenece a la misma clase de libros inspirados que pueden usarse para confirmar doctrina Cristiana. De igual manera, los Treinta y Nueve Artículos de la Iglesia de Inglaterra (1562) nombra los libros canónicos de la Escritura en una clase separada, y luego
introduce una lista de libros apócrifos diciendo: “Y los otros libros la Iglesia los lee para ejemplo de vida... pero no los aplica para establecer doctrina alguna.” Esta es igualmente la actitud de la mayor parte de eruditos Católico-Romanos de hoy, quienes consideran los libros de la Apócrifa como solamente “deuterocanónicos” (de autoridad secundaria).
Las iglesias Protestantes nunca han recibido estos escritos como canónicos, aunque han sido reimpresos algunas veces por su valor histórico. Incluso algunos eruditos Católico-Romanos durante el período de la Reforma disputaban el status canónico de los libros apócrifos, el que fueran aceptados (en esa fecha tardía) parece deberse a su utilidad en
oponerse a Lutero y a los reformadores – es decir, con propósitos contemporáneos y políticos, más bien que teológicos e históricos en nuestra primera discusión.
Finalmente, los libros de la Apócrifa abundan en errores doctrinales, éticos e históricos. Por ejemplo, Tobías afirma haber estado vivo cuando Jeroboam se sublevó (931 a.C.) y cuando Asiria conquistó Israel (722 a.C.), ¡a pesar del hecho que su lapso de vida fue de solo 158 años (Tobías 1:3-5; 14:11)! Judit identifica erróneamente a Nabucodonosor como rey de los Asirios (1:1, 7). ¡Tobías refrenda el uso supersticioso del hígado de pescado para protegerse de los demonios (6:6, 7)!
La historia y las citas anteriores con respecto al canon pueden ser cotejadas en F. F. Bruce, El Canon de la Escritura, passim.
creación del mundo a partir de materia pre-existente (7:17). II Macabeos enseña las oraciones por los muertos (12:45-46), y Tobías enseña la salvación por la buena obra de dar limosnas (12:9) – totalmente contrario a la Escritura inspirada (tales como Juan 1:3; II Samuel 12:19; Hebreos 9:27; Romanos 4:5; Gálatas 3:11).
Greg. L. Bahnsen, Th. M, Ph. D. (Filosofía; USC) fue Profesor Residente en el Centro de
Estudios Cristianos del Sur de California y anciano docente en la Iglesia Comunidad del
Pacto de la IPO.
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