Los hombres también lloran
Murió mi abuela. Con ella viví algunas etapas de mi infancia. Ella me enseñó cómo debía enjabonarme al bañarme y cómo debía secarme. Me enseñó cómo peinarme, y hasta la fecha lo hago todos los días de la misma manera. Me enseñó también cómo preparar unos sabrosos frijoles majados con piedra de río y sazonados con salsa inglesa.
Tengo tantos recuerdos lindos de ella... Preparaba unos macarrones con chorizo que eran una verdadera delicia. Me mandaba a cancelar la cuota de su televisor blanco y negro que había comprado a crédito en la ya desaparecida Casa Víctor. No me agradaba mucho esa encomienda, pues ella, ante el temor de que extraviara el dinero, ponía los veinte colones en una carterita de mujer y me advertía del cuidado que debía tener. Veinte pesos era mucho dinero en aquella época, pero a mí me daba vergüenza el tener que cargar con una cartera de mujer. Entonces la ponía en el bolsillo de mi pantalón y salía para cumplir con el mandado. Cinco metros antes del almacén, metía mi mano en el bolsillo y con mil contracciones extrañas lograba abrir la cartera sin sacarla. Luego metía dos dedos en ella y sacaba el dinero. ¡Se imaginan a un macho como yo con una cartera de mujer en la mano! No, eso sería muy vergonzoso.
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