EL SUEÑO DEL INFIERNO
Dije que una señora era absoluta,
Y siendo más honesta que Lucrecia,
Por dar fin al cuarteto la hice ****.

Forzóme el consonante a llamar necia
A la de más talento y mejor brío:
¡oh ley del consonante dura y recia!

Habiendo en un terceto dicho lío,
un hidalgo afrenté tan solamente
porque el verso acabó bien en judío.

A Herodes otra vez llamé inocente;
mil veces a lo dulce dije amargo,
y llamé al apacible impertinente.

Y por el consonante tengo a cargo
otros muchos delitos torpes, rudos;
y llega mi proceso a ser tan largo,
que porque en una otava dije escudos,
hice sin más ni más siete maridos,
con honradas mujeres, ser cornudos.

Aquí nos tienen como vez, metidos
y por el consonante condenados.
¡Oh, míseros poetas desdichados,
a puros versos, como ves, perdidos!

Francisco de Quevedo


El maestro Quevedo pone en boca de unos poetas condenados al infierno sus propias quejas sobre la costumbre de rimar los versos, así que desde el siglo XVII ya se pensaba en cambiar la forma de hacer poesia.