Con frecuencia calificamos la realidad como un melodrama, como una comedia de equívocos, como un sainete y, quién puede negarlo, también como un circo. La metáfora circense vale porque hay que hacer malabarismos para sobrevivir, porque se sienten las bofetadas en plena cara o porque cuando creemos que ya tenemos controlados todos los platitos la estantería se nos viene abajo. Ya casi no quedan carpas (las de verdad), pero la vida cotidiana se parece demasiado a un circo.
Toda la ciudad está colmada de niños y jóvenes practicantes de acrobacias elementales, de equilibrios imposibles o del viejo arte de sostener pelotas y clavas en el aire. En numerosas esquinas con semáforos, centenares de artistas de la necesidad y la desesperación buscan la recompensa de una moneda para resolver el sustento diario, así como los artistas verdaderos demandan el aplauso y la admiración de los espectadores.
Los artistas callejeros intentan colocar una gota de color en el paisaje oscuro de la indigencia. Están necesitados, y por eso piden y dan lo que pueden a cambio. Algunos lo hacen muy bien, hasta con originalidad. Otros lo hacen mal, porque no les dan los bracitos o porque debieron aprenderlo de una noche para la otra. Para aquellos que consienten la dádiva o para los que la rechazan, pero en cualquier caso no pueden dejar de mirarlo, este espectáculo involuntario pone en escena el interminable drama argentino.
En otros ámbitos también se filtra el antiguo y querible soplido del circo. En unidades médicas extremas, como terapias intensivas y salas de recuperación, de hospitales y sanatorios trabajan los Payamédicos, mezcla por mitades exactas de médicos y payasos, de sanadores y artistas.
No necesariamente son médicos: pueden ser enfermeros, psicólogos o gente de cualquier oficio deseosa de realizar una tarea solidaria de primerísima importancia. Se visten de blanco y se calzan narices de plástico rojo, se pintan la cara y no se olvidan los estetoscopios, hacen reír y vuelven tolerable la medicina necesaria.
A la manera de lo que enseñó al mundo el norteamericano Patch Adams –risa y buen humor para atenuar el dolor y la enfermedad–, estos artistas de alma tienen en los "payabesos" y en los "payaabrazos" el mejor de los remedios. Payasos de corazón ayudan a mitigar la pena de chicos con su salud seriamente amenazada. Alegrías y tristezas, esperanza y melancolía, volteretas y aplausos: postales de un tiempo difícil que nos toca vivir.
Todas esencias de un nuevo circo urbano que nos provoca lágrimas y sonrisas.
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