Bajo deprisa las escaleras,
acabo de decirle que ya no siento nada,
quizá tuve que darle un determinado número
de veces al mando del televisor para darme cuenta
que no quería encontrar nada,
mientras, en la calle, llueve, pero muy lentamente,
me alejo despacio de la casa de mis últimos
años pero apresudaramente me van subiendo
hasta la garganta, todos los días, cada minuto,
hasta cada segundo, y me atraganto, el nudo
crece, hasta que la agonía me llega al paladar,
entonces siento la hiel, la bilis de la duda, de las
indecisiones que dilataron el tiempo, una papelera
en el pecho me vuelve a la acera, el pie izquierdo
con zapato incluido se hunde en la tierra húmeda
de una acacia, el primer barro después de la tormenta,
quizá el principio de un camino de fango
que nadie sabe donde llevará, pero no me importa porque
ahora no me importa nada, me siento solo en esta calle llena
de gente,al andar los atravieso como si fuera invisible.
Enciendo un cigarrillo, la sequedad no amaina la amargura,
el humo no esconde la agonía, la arrojo al suelo y me veo en la colilla,
la piso con el tacón embarrado.