Contrariamente a lo que muchos piensan, no fueron las armas de fuego las que decretaron la caida en desgracia de los caballeros con armadura. En la batalla de Azincourt, el 25 de octubre de 1415, un ejército inglés de 15.000 hombres, la mayoría arqueros equipados arcos largos, de la altura de un hombre, venció a un ejército francés de 45.000 hombres.

Del lado francés estaba la flor de la nobleza feudal; los caballeros se lanzaron con sus cabalgaduras por el terreno empantanado y cayeron en masa frente a las flechas enemigas. Las pérdidas francesas ascendieron a 10.000, 8.000 de los cuales eran caballeros de la nobleza feudal, mientras los ingleses solamente perdieron 1.800 hombres. El drama de esta batalla y de cómo se llegó a ella está narrado en la genial obra "Enrique V", de William Shakespeare.

Si bien es cierto que las armas de pólvora terminaron el trabajo, ya había armas que podían derrotar a las armaduras en determinadas circunstancias, como por ejemplo las ballestas. Y también hubo armaduras que podían resistir disparos de armas de fuego tempranas, caracterizadas por su poca precisión y potencia.