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Tema: Resumen Tres Olas Alvin Toffler

  1. #1
    Forero inexperto
    Fecha de ingreso
    22 jul, 04
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    Predeterminado Resumen Tres Olas Alvin Toffler

    por favor resumen tres olas alvin toffler

  2. #2
    Forero inexperto
    Fecha de ingreso
    25 jun, 04
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    41

    Predeterminado Re: Resumen Tres Olas Alvin Toffler

    Capítulo 1
    Cronología de las tres olas
    Comenzaremos dividiendo la historia en tres períodos.
    El primero duró unos 10.000 años, desde el ocho mil antes de Cristo hasta el 1600 después de Cristo.
    El segundo duró unos 300 años, desde 1650 hasta mediados de 1950.
    El tercero, comenzó a mediados de 1950, y aun no se vislumbra su final.
    El primer período se conoce con el nombre de Era Agrícola y Civilización. En nuestro curso de alfabetización usaremos también el nombre que los Toffler le han dado: ‘Primera Ola’
    El segundo período se conoce, entre otros, con los nombres de Modernidad, Revolución Científica, Revolución Industrial o Era Industrial. Los Toffler lo llaman ‘Segunda Ola’.
    Para el tercer período hay muchos desacuerdos con relación al nombre apropiado. Se le ha llamado: Posmodernidad, Posindustrialismo, Superindustrialismo, Siglo XXI, Futuro, Era de las comunicaciones, Era de la electrónica, Segunda Revolución Industrial, etcétera, y cada uno ha sido rebatido por algún otro sector, línea de pensamiento o escuela. Los Toffler lo llaman ‘Tercera Ola’
    Gabriel-jaime Rivera
    A continuación, los sociólogos Alvin y Heidi Toffler:
    La imagen de "olas": procedencia y utilidad.
    ‘Esta imagen de olas no es original. Norbert Elias, en su obra The Civilizing Process, se refiera a ‘una ola de progresiva integración a lo largo de varios siglos’. En 1837, un escritor describía la colonización del Oeste norteamericano en términos de sucesivas ‘olas’..., primero los pioneros, luego los granjeros, luego, la ‘Tercera Ola’ de migración: los intereses comerciales. En 1893, Frederick Jackson Turner citó y utilizó la misma analogía de olas en su clásico ensayo The Significance of the Frontier in American History. Lo nuevo, por lo tanto no es la metáfora de la ola, sino su aplicación al cambio que se está produciendo en la Civilización actual
    Esta aplicación se revela sumamente fructífera. La idea de la ola no es sólo un instrumento para organizar grandes masas de muy diversa información. Nos ayuda también a penetrar bajo la embravecida superficie del cambio actual. Cuando aplicamos la metáfora de la ola, se vuelve claro mucho de lo que antes estaba confuso. Lo familiar aparece con frecuencia bajo una luz deslumbrantemente nueva.
    Una vez que empecé a pensar en términos de olas de cambio que entrechocaban y se arremolinaban, provocando conflicto y tensión a nuestro alrededor, cambió mi percepción del cambio mismo. En todos las campos, desde la educación y la salud hasta la tecnología, desde la vida personal hasta la política, se hizo posible distinguir aquellas innovaciones que son meramente cosméticas, o simples extensiones del pasado industrial, de las que son verdaderamente revolucionarias.
    Pero aún la metáfora más poderosa sólo es capaz de transmitir una verdad parcial.
    Ninguna metáfora cuenta toda la historia desde todos los lados, y, por ello, ninguna visión del presente, y mucho menos del futuro puede ser completa y definitiva. Cuando yo era marxista, hacia mis veinte años, creía, como muchos jóvenes, tener todas las respuestas. Pronto supe que mis ‘respuestas’ eran parciales, unilaterales y anticuadas. Más concretamente, llegué a comprender que la pregunta correcta suele ser más importante que la respuesta correcta a la pregunta equivocada.
    Albergo la esperanza de que mi obra, al mismo tiempo que suministre respuestas, plantee también muchas preguntas nuevas.
    La comprensión de que ningún conocimiento puede ser completo y ninguna metáfora perfecta, es humanizadora. Contrarresta el fanatismo. Concede incluso a los adversarios la posibilidad de verdad parcial, y a uno mismo, la posibilidad de error.
    En una época de explosivos cambios —en que las vidas personales se ven desgarradas, el orden social existente se desmorona y una nueva y fantástica forma de vida comienza a asomar por el horizonte—, formularnos las más amplias preguntas acerca de nuestro futuro no es una simple cuestión de curiosidad intelectual. Es una cuestión de supervivencia.
    Lo sepamos o no, la mayoría de nosotros estamos ya empeñados en impedir —o en crear— la nueva Civilización.
    Breve reseña de lo que ha sido la Segunda Ola
    A finales del siglo diecisiete, aun no se había agotado la fuerza de esta Primera Ola de cambio, cuando estalló en Europa la Revolución Industrial, que desencadenó la Segunda gran Ola de cambio planetario. Este nuevo proceso se extendió a través de naciones y continentes con una rapidez mucho mayor.
    Así pues, dos procesos de cambios separados y distintos recorrían simultáneamente la Tierra, a velocidades diferentes
    En la actualidad, la Primera Ola de cambio prácticamente ha cesado. Sólo a unas pocas y diminutas poblaciones tribales, en América del Sur o en Papua Nueva Guinea, por ejemplo, no ha llegado todavía la agricultura. Pero básicamente ya se ha disipado la fuerza de esta gran Primera Ola.
    Entretanto, la Segunda Ola, tras haber revolucionado en muy pocos siglos la vida en Europa, América del Norte y algunas otras regiones del globo, continúa extendiéndose a medida que muchos países, hasta ahora fundamentalmente agrícolas, se apresuran a construir altos hornos, fábricas de automóviles y de tejidos, ferrocarriles e industrias alimentarias. Aún se percibe el impulso de la Industrialización. Esta Segunda Ola no ha perdido por completo su fuerza
    Pero mientras continúa este proceso, ya ha comenzado otro, aún más importante (...) una Tercera Ola escasamente comprendida.
    A nuestros fines consideraremos que la época de la Primera Ola comenzó hacia el año 8.000 antes de Cristo y que dominó en solitario la Tierra hasta los años de 1650-1750 después de Cristo.
    A partir de este momento, la Primera Ola fue perdiendo ímpetu a medida que lo cobraba la segunda. La Civilización industrial, producto de esta Segunda Ola, se impuso entonces en el planeta hasta alcanzar su culminación durante mediados de la década de 1950, cuando (en Estados Unidos) el número de empleados administrativos y trabajadores de servicios superó, por primera vez, al de obreros manuales.
    Fue esa la misma década que presenció la introducción generalizada del computador, los vuelos de reactores comerciales, la píldora anticonceptiva y muchas otras innovaciones de gran impacto.
    Fue precisamente durante esa década cuando la Tercera Ola empezó a cobrar fuerza en Estados Unidos. Desde entonces ha alcanzado —con escasa diferencia en el tiempo— a la mayoría de naciones industrializadas en todo el mundo.
    En la actualidad todos los países de alta tecnología experimentan los efectos del choque entre la Tercera Ola y las anticuadas economías e instituciones remanentes de la Segunda Ola.
    Comprender esto es la clave para entender gran parte de los conflictos políticos y sociales que vemos en nuestro derredor.
    Diversos nombres propuestos para designar el fenómeno de la Tercera Ola.
    Tratamos de encontrar palabras para describir toda la fuerza y el alcance de este extraordinario cambio. Algunos hablan de una emergente Era espacial, Era de la información, Era electrónica o Aldea global. Zbigniew Brzesinski nos ha dicho que nos hallamos ante una ‘era tecnetrónica’. El sociólogo Daniel Bell describe el advenimiento de una ‘sociedad industrial’. Los futuristas (ex) soviéticos hablan de la ‘revolución cientificotecnológica. Nosotros mismos hemos escrito extensamente sobre el advenimiento de una ‘sociedad superindustrial’. Pero ninguno de esos términos, incluido el nuestro, es adecuado.
    Algunas de estas expresiones, al centrarse en un único factor, reducen, en vez de ampliar, nuestra comprensión. Otras son estáticas, dando a entender que una nueva sociedad puede introducirse suavemente en nuestras vidas, sin conflictos ni tensiones. Ninguno de esos términos empieza siquiera a transmitir toda la fuerza, el alcance y el dinamismo de los cambios que se precipitan hacia nosotros ni las presiones y conflictos que provocan.
    Breve reseña de lo que ha comenzado a ser la Tercera Ola
    ‘La humanidad se enfrenta a un salto cuántico hacia delante. Se enfrenta a la más profunda conmoción social y reestructuración creativa de todos los tiempos. Sin darnos cuenta claramente, estamos dedicados a construir una Civilización extraordinariamente nueva. Este es el significado de la Tercera Ola.
    La especie humana ha experimentado hasta ahora dos grandes olas de cambio, cada una de las cuales ha sepultado culturas o civilizaciones anteriores, y las ha sustituido por formas de vida inconcebibles hasta entonces.
    La Primera Ola de cambio —la revolución Agrícola— tardó miles de años en desplegarse (cerca de diez mil).
    La Segunda Ola —el nacimiento de la Civilización industrial— necesitó sólo trescientos cincuenta años. (1600-1950.).
    La historia avanza ahora con mayor aceleración aún, y es probable que la Tercera Ola inunde la historia y se complete en unas pocas décadas.
    Nosotros, los que compartimos el Planeta en estos explosivos momentos, sentimos y seguiremos sintiendo todo el impacto de la Tercera Ola en el curso de nuestras vidas.
    Disgregando a nuestras familias, zarandeando a nuestra economía, paralizando nuestros sistemas políticos, haciendo saltar en pedazos nuestros valores, la Tercera Ola afecta a todos, Pone en duda todas las viejas relaciones de poder, los privilegios y las prerrogativas de las élites dominantes, y proporciona el telón de fondo sobre el que se librarán mañana las luchas por el poder.
    Una nueva Civilización está emergiendo en nuestras vidas y hombres ciegos están intentando en todas partes sofocarla. Esta nueva Civilización trae consigo nuevos estilos familiares; formas distintas de trabajar, amar y vivir; una nueva economía; distintos conflictos políticos; y, más allá de todo esto, una conciencia modificada también.
    Actualmente existen fragmentos de esa nueva Civilización. Millones de personas están acompasando sus vidas a los ritmos del mañana. Otras aterrorizadas ante el futuro, se entregan a una desesperada y vana huida al un pasado lleno de nostalgia, e intentan reconstruir el agonizante mundo industrial que los vio nacer.
    El amanecer de esta nueva Civilización es el hecho más explosivo de nuestra vida. Es el acontecimiento central y la clave para comprender los años inmediatamente venideros. Es un acontecimiento tan profundo como aquella Primera Ola de cambio desencadenada hace diez mil años por la invención de la agricultura, o la sísmica Segunda Ola de cambio disparada por la Revolución Científica e Industrial, hace poco menos de cuatrocientos años.
    Ampliación de reseñas sobre la Primera y Segunda Olas
    "Nada de esto ‘ ocurrió como resultado de una estricta evolución biológica, espiritual o sociocultural, sino como un entretejido de múltiples interferencias, genéticas, cerebrales, sociales y culturales." (Edgar Morin)
    Hasta el año ocho mil antes de Cristo, el mundo estaba poblado por las llamadas sociedades primitivas, que vivían en pequeñas bandas y tribus y subsistían mediante la caza o la pesca, las cuales fueron dejadas de lado cuando el hombre inventó la agricultura, en lo que se conoce con el nombre de revolución agrícola y que nosotros llamaremos Primera Ola de cambio.
    Se llamó mundo ‘civilizado’ aquella parte del Planeta en que la mayoría de la gente cultivaba el suelo.
    Dondequiera que surgió la agricultura, echó raíces la Civilización. Desde China y la India hasta Benin y México, en Grecia y en Roma, las civilizaciones nacieron y murieron, lucharon y se fundieron en interminable y policroma mezcla. Pero por debajo de sus diferencias existían similitudes fundamentales. En todas ellas, la tierra era la base de la economía, la vida, la cultura, la estructura familiar y la política. En todas ellas prevaleció una sencilla división del trabajo y surgieron unas cuantas clases y castas perfectamente definidas: una nobleza, un sacerdocio, guerreros, ilotas, esclavos o siervos. En todas ellas el poder era rígidamente autoritario. En todas ellas, el nacimiento determinaba la posición de cada persona en la vida. Y en todas ellas la economía estaba descentralizada, de tal modo que cada comunidad producía casi todo cuanto necesitaba.
    Hubo excepciones..., nada es simple en la Historia. Había culturas comerciales cuyos marineros cruzaban los mares, y reinos altamente centralizados, organizados en torno a gigantescos sistemas de riego. Pero, pese a tales diferencias, estamos justificados para considerar todas estas civilizaciones, aparentemente distintas, como casos especiales de un fenómeno único: la Civilización agrícola, la Civilización extendida por la Primera Ola de cambio.
    Durante su dominación se dieron ocasionales indicios de cosas futuras. En las antiguas Grecia y Roma existieron embrionarias factorías de producción en masa. Se extrajo petróleo en una de las islas griegas en el año 400 antes de Cristo, y en Birmania, en el año 100 de nuestra Era. Florecieron grandes burocracias en Babilonia y en Egipto. Surgieron extensas metrópolis urbanas en Asia y América del Sur. Había dinero e intercambios comerciales.
    Rutas comerciales surcaban los desiertos, los océanos y las montañas, desde Catay hasta Calais. Existían corporaciones y naciones incipientes. Existió incluso, en la antigua Alejandría, un sorprendente precursor de la máquina de vapor
    Sin embargo, no hubo en ninguna parte nada que, ni remotamente, hubiera podido denominarse una Civilización Industrial. Estos atisbos del futuro, por así decirlo, fueron meras singularidades producidas aisladamente en la Historia, dispersas a lo largo de lugares y periodos distintos. Nunca se combinaron, ni hubieran podido combinarse, en un sistema coherente. Por tanto, hasta 1650-1750, podemos hablar de un mundo agrícola o de Primera Ola. Pese a los parches de primitivismo y a los indicios de Industrialismo, la Civilización agrícola dominaba el Planeta y parecía destinada a dominarlo siempre.
    Pero, hace trescientos años —cincuenta años, más o menos— se oyó una explosión cuya onda expansiva recorrió la Tierra, demoliendo antiguas sociedades y creando una sociedad totalmente nueva. Esta explosión fue, naturalmente, la Revolución Industrial. Y la gigantesca fuerza de impetuosa marea que desató sobre el mundo —la Segunda Ola—chocó con todas las instituciones del pasado y cambió la forma de vida de millones de personas (...) creando una extraña y febrilmente enérgica contracivilización.
    El Industrialismo era algo más que chimeneas y cadenas de producción. Era un sistema rico y multilateral que afectaba a todos los aspectos de la vida humana y combatía todas las características del pasado de la Primera Ola. Produjo la gran factoría Willow Run en las afueras de Detroit, pero puso también el tractor en la granja, la máquina de escribir en la oficina y el frigorífico en la cocina. Creó el periódico diario y el cine, el ‘Metro’ y el ‘DC-3·’. Nos dio el cubismo y la música dodecafónica; los edificios de Bauhaus y las sillas de Barcelona, huelgas de brazos caídos, píldoras vitamínicas y una vida más larga. Universalizó el reloj de pulsera y la urna electoral. Más importante, unió todas estas cosas —las ensambló como una máquina— para formar el sistema social más poderoso, cohesivo y expansivo que el mundo había conocido jamás: la Civilización de la Segunda Ola.
    Al extenderse a través de varias sociedades, la Segunda Ola encendió una sangrienta y prolongada guerra entre los defensores del pasado agrícola y los partidarios del entonces futuro industrial. Las fuerzas de la Segunda Ola arremetieron frontalmente, apartando a un lado y, a menudo diezmando, a los pueblos ‘agrícolas’ que encontraba a su paso.
    En los Estados Unidos, por ejemplo, esta colisión comenzó con la llegada de los europeos, resueltos a imponer una Civilización agrícola de Primera Ola, sobre los pueblos primitivos que encontraron. Una marea agrícola blanca avanzó incontenible hacia el Oeste, despojando a los indios, dejando, a su paso, un sedimento de granjas y poblados agrícolas, en incesante progresión hacia el Pacífico.
    Pero, pisándoles los talones a los granjeros, llegaron también los industrializadores, agentes del futuro de la Segunda Ola. Fábricas y ciudades empezaron a surgir en Nueva Inglaterra y Estados de la costa atlántica. Para mediados del siglo diecinueve, el Nordeste tenía un sector industrial en rápida expansión que producía armas de fuego, relojes, aperos de labranza, hilanderías, máquinas de coser y otros artículos, mientras el resto del continente continuaba gobernado por los intereses agrícolas. Las tensiones económicas y sociales entre las fuerzas de la Primera Ola y las de la Segunda Ola crecieron en intensidad hasta que, en 1861, estallaron en violencia armada.
    La guerra civil norteamericana no se libró exclusivamente, como muchos creían, por la cuestión moral de la esclavitud ni por cuestiones económicas tan mezquinas como la relativa a los aranceles. Se libró por una cuestión de alcance mucho mayor: ¿Iba a ser gobernado el Nuevo Continente por lo granjeros o por los industrializadores?; ¿por las fuerzas de la Primera Ola o por las de la Segunda Ola?
    Cuando los ejércitos del Norte vencieron, la suerte quedó echada. La Industrialización de los Estados Unidos de América estaba asegurada. A partir de ese momento, en política y en la vida social y cultural, la agricultura fue batiéndose en retirada y comenzó a ganar preponderancia la industria. La Primera Ola fue perdiendo ímpetu mientras avanzaba, incontenible, la segunda.
    En otros lugares se produjo también el mismo choque de civilizaciones. En Japón, la Restauración Meiji, iniciada en 1868, repitió, en términos inequívocamente japoneses, la misma lucha entre pasado agrícola y futuro industrial. La abolición del feudalismo hacia 1876, la rebelión del clan Satsuma en 1877, la adopción de una constitución de corte occidental en 1889, fueron reflejos de la colisión de las Olas Primera y Segunda y los primeros pasos en el camino que condujo al surgimiento del Japón como primera potencia industrial del mundo.
    También en Rusia se produjo la misma colisión entre las fuerzas de la Primera y la Segunda Ola. La revolución de Octubre (1917) fue la versión rusa de la guerra civil norteamericana. No se libró fundamentalmente, como se aprecia, por el comunismo, sino, una vez más, por la cuestión de la Industrialización. Cuando los bolcheviques borraron los últimos vestigios de servidumbre y monarquía feudal, relegaron a un segundo plano la agricultura y aceleraron conscientemente el Industrialismo. Se convirtieron el partido de la Segunda Ola.
    En un país tras otro fue estallando el mismo choque entre los intereses de la Primera Ola y los de la Segunda, originando crisis políticas y agitaciones, huelgas, levantamientos, golpes de Estado y guerras. Sin embargo, para 1950, las fuerzas agrícolas de la Primera Ola estaban desbaratadas, y era la Civilización industrial de la Segunda Ola la que reinaba sobre la Tierra.
    En la actualidad, un cinturón industrial ciñe el Globo entre los paralelos 25 y 65 del hemisferio Norte. En América del Norte, unos 250 millones de personas llevan una forma de vida industrial. En la Europa Occidental, desde Escandinavia hasta Italia, otros 250 millones de seres humanos viven bajo el Industrialismo. Hacia el Este se halla situada la región industrial ‘eurorrusa’ —Europa Oriental y la parte occidental de la ex-Unión Soviética—, allí encontramos otros 250 millones de personas que viven en sociedades industriales. Finalmente llegamos a la región industrial asiática, que comprende Japón, Hong Kong, Singapur, Taiwan, Australia, Nueva Zelanda y partes de Corea del Sur y de China continental, y allí hay otros 250 millones de personas en sociedades industriales. En total, la Civilización industrial de la Segunda Ola, se extiende a unos mil millones de seres humanos, la cuarta parte de la población del Globo (1).
    (1). A los efectos de esta obra, definiremos el sistema industrial mundial hacia 1979, como comprensivo de Estados Unidos, Canadá, Escandinavia, Gran Bretaña e Irlanda, Europa Oriental y Occidental (excepto Portugal, España, Grecia, Albania y Bulgaria), Rusia, Japón, Taiwan, Hong Kong, Singapur, Australia y Nueva Zelanda. Naturalmente, también se podrían incluir también otras naciones..., así como enclaves industriales en naciones esencialmente no industriales: Monterrey y Ciudad de México en México, Bombay en la India, y muchos otros.
    Primera y Segunda Olas: Ventajas y desventajas
    Subsiste un misterio.
    ¿Fue el Industrialismo un borbotón en la Historia, un mero lapso de trescientos años perdido en la inmensidad del tiempo?
    ¿Qué fue lo que causó la Revolución Industrial?
    ¿Qué fue lo que lanzó a la Segunda Ola a través del Planeta?
    Muchas corrientes de cambio convergieron para formar esta gran confluencia. El descubrimiento del Nuevo Mundo trasmitió una vibración de energía a la cultura y la economía de Europa en vísperas de la Revolución Industrial. El agotamiento de los bosques madereros de Gran Bretaña incitó al uso del carbón. Esto, a su vez, forzó a que los pozos de las minas fueran siendo cada vez más hondos, hasta que las viejas bombas accionadas por caballos no pudieran ya vaciarlos de agua. La máquina de vapor fue perfeccionada para resolver este problema, y ello condujo a un fantástico despliegue de nuevas oportunidades tecnológicas. La gradual difusión de ideas propias de la realidad industrial (Indusrealidad) desafió a la autoridad eclesiástica y política de la época. El descenso del analfabetismo, la mejora de las carreteras y del transporte... , todo ello convergió en el tiempo e hizo que se abrieran de par en par la puertas de la Segunda Ola de cambio.
    Cualquier búsqueda de la causa de la Revolución Industrial está condenada al fracaso. Pues no hubo una causa única o dominante. La tecnología, por sí sola, no es la fuerza impulsora de la Historia. Ni lo son por sí mismos los valores o las ideas. Ni lo es la lucha de clases. Ni es la Historia simplemente un conjunto de cambios ecológicos, tendencias demográficas o inventos de comunicaciones. La economía sola no puede explicar este ni ningún otro acontecimiento histórico. No existe ninguna ‘variable independiente’ de la que dependan otras variables. Existen sólo variables interrelacionadas, ilimitadas en su complejidad.
    Situados frente a este laberinto de influencias causales, incapaces incluso de detectar todas sus interacciones, lo máximo que podemos hacer es centrarnos en las que parecen más reveladores para nuestros fines y reconocer la distorsión que conlleva esta elección.
    La Civilización Industrial de la Segunda Ola no se limitó a alterar la Tecnología, la Naturaleza y la Cultura. Alteró también la personalidad, ayudando a producir un carácter social nuevo. Naturalmente, mujeres y niños conformaron la Civilización de la Segunda Ola, y fueron a la vez conformados por ella. Pero, como los varones eran atraídos más directamente a la matriz del mercado y a los nuevos modos de trabajo, adquirieron características industriales más pronunciadas que las mujeres, y tal vez nos perdonen las apreciadas lectoras por el uso de la expresión ‘hombre industrial’ para resumir estas nuevas características.
    El hombre industrial era diferente de todos sus precursores. Era dueño de ‘esclavos energéticos’, que amplificaban enormemente su diminuto poder. Pasaba gran parte de su vida en un medio ambiente de estilo fabril, en contacto con máquinas y organizaciones que empequeñecían al individuo. Aprendió, casi desde la infancia, que la supervivencia dependía, como nunca hasta entonces, del dinero. Típicamente, crecía en una familia nuclear (padre, madre y dos o tres hijos) y asistía a una escuela de tipo fabril. Obtenía de los medios de comunicación de masas su imagen básica del mundo. Trabajaba para una gran corporación o un organismo público. Pertenecía a sindicatos iglesias y otras organizaciones, a cada una de las cuales entregaba un trozo de su dividida personalidad. Se identificaba cada vez menos con su pueblo o su ciudad que con su nación. Se veía a sí mismo en oposición a la Naturaleza, explotándola diariamente en su trabajo. Paradójicamente, sin embargo, se apresuraba a acudir a ella los fines de semana. (De hecho, cuanto más expoliaba a la Naturaleza, más la idealizaba y la reverenciaba con palabras). Aprendió a verse a sí mismo como parte de vastos e interdependientes sistemas económicos, sociales y políticos cuyos límites se difuminaban en complejidades (entretejimientos) que rebasaban su comprensión.
    Enfrentado a esta realidad, se rebelaba sin éxito. Luchaba por ganarse la vida. Aprendía a practicar los juegos exigidos por la sociedad. Desempeñaba sus papeles asignados, a menudo odiándolos y sintiéndose víctima del mismo sistema que mejoraba su nivel de vida. Percibía el rectilíneo tiempo llevándole implacablemente hacia el futuro en el que le esperaba su tumba. Y, mientras su reloj desgranaba uno a uno los momentos, se aproximaba a la muerte sabiendo que la Tierra y todos cuantos moraban en ella, incluido el mismo, eran meras partes de una máquina cósmica mayor, de movimientos regulares e inexorables.
    El hombre industrial ocupaba un entorno que, en muchos aspectos, habría sido irreconocible para sus antepasados. Hasta los signos sensoriales más elementales eran diferentes. La Segunda Ola cambió el paisaje sonoro, sustituyendo el canto del gallo por el silbato de la fábrica; el chirrido de los grillos, por el rechinar de los neumáticos. Iluminó la noche, ampliando las horas de vigilia. Trajo imágenes visuales que ningún ojo había visto hasta entonces..., la Tierra fotografiada desde el cielo, o montajes surrealistas en el salón de cine local, o formas biológicas reveladas por primera vez por potentes microscopios. El aroma de la tierra durante la noche dejó paso al olor a gasolina y al hedor a fenoles. Los sabores de carne y verduras se alteraron. Todo el paisaje perceptual se había transformado.
    Y también el cuerpo humano, que por primera vez creció hasta lo que ahora consideramos su estatura normal; generaciones sucesivas se iban haciendo cada vez más altas que sus padres. Igualmente cambiaron las actitudes respecto al cuerpo. Norbert Elias nos dice, en ‘The Civilizing Process’, que, mientras que hasta el siglo dieciséis en Alemania y otras partes de Europa, ‘la vista de la desnudez total era algo cotidiano’, cuando se extendió la Segunda Ola, la desnudez llego a ser tenida por vergonzosa. El comportamiento en la alcoba cambió al introducirse el uso de camisas de dormir especiales. El comer adquirió un carácter tecnologizado con la difusión de tenedores y otros utensilios especiales de mesa. De una cultura en la que se encontraba un placer activo ante la vista de un animal muerto sobre la mesa, se pasó a otra en la que ‘debe evitarse al máximo todo lo que recuerde que el plato de carne tiene algo que ver con la muerte de un animal’.
    El matrimonio se convirtió en algo más que una conveniencia económica. La guerra fue ampliada y llevada a las cadenas de montaje de las fábricas de producción en serie. Cambios operados en la relación de los padres con los hijos, en las oportunidades de movilidad ascencional, y en todos los aspectos de las relaciones humanas, dieron a millones de personas una percepción radicalmente modificada del yo.
    Enfrentado con tantos cambios, tanto sociológicos como económicos, tanto políticos como sociales, el entendimiento se desconcierta ante la tarea de evaluarlos.
    ¿Con arreglo a qué criterios juzgamos una Civilización entera?
    ¿Por el nivel de vida que proporcionó a las masas que vivían en ella?
    ¿Por su influencia sobre quienes vivían fuera de su perímetro?
    ¿Por su impacto sobre la biosfera?
    ¿Por la excelencia de sus artes?
    ¿Por la mayor duración de la vida de sus habitantes?
    ¿Por sus logros científicos?
    ¿Por la libertad del individuo?
    Dentro de sus fronteras, pese a masivas depresiones económicas y a una horripilante destrucción de vidas humanas, la Civilización de la Segunda Ola mejoró claramente el nivel material de vida de la persona corriente. Los críticos del Industrialismo, al describir la miseria de la clase obrera en Gran Bretaña durante los siglos dieciocho y diecinueve, rodean con frecuencia de una aura de romanticismo el pasado de la Primera Ola. Describen ese pasado rural como cálido, comunitario, estable, orgánico y provisto de valores espirituales, más que puramente materialistas. Sin embargo, la investigación histórica revela que esas supuestamente idílicas comunidades rurales eran, en realidad, pozos de desnutrición enfermedad, pobreza, falta de hogar y tiranía, con gentes desvalidas ante el hambre, el frío y los latigazos de sus dueños y señores.
    Mucho se ha hablado de los horribles suburbios y barrios miserables que surgieron en torno a las ciudades industriales o dentro de ellas, de los alimentos adulterados, de los suministros de aguas contaminadas, de los asilos y de la sordidez cotidiana. Pero, por terribles que fuesen estas condiciones —y lo eran, indiscutiblemente— representaban, sin duda, una gran mejora sobre las condiciones que la mayoría de esas personas habían dejado atrás.
    Como ha señalado el autor británico John Vaizey, ‘la imagen idílica de la pastoril Inglaterra campesina era exagerada’, y para un importante número de personas, el traslado al suburbio de la gran ciudad proporcionó, de hecho, ‘una dramática elevación en el nivel de vida, medido en términos de duración de la vida, mejora de las condiciones físicas de alojamiento y aumento de la cantidad total y de la variedad de alimentos’.
    Por lo que se refiere a la salud, basta leer ‘The Age of the Agony’, de Guy Williams, o ‘Death, Disease and Famine in Pre-Industrial England’, de L. A. Clarkson, para neutralizar a los que glorifican la Civilización de la Primera Ola, a expensas de la Segunda. Escribe Christina Larner en un comentario a estos libros: ‘La labor de historiadores y demógrafos sociales ha arrojado luz sobre la abrumadora presencia de enfermedad, dolor y muerte en el campo abierto, así como en las malsanas ciudades. La esperanza de vida era baja: unos cuarenta años en el siglo dieciséis, reducidos a veintitantos en el siglo diecisiete, a consecuencia de las epidemias, y elevados a poco más de cuarenta en el dieciocho... Era raro que los matrimonios viviesen muchos años juntos..., todos los hijos se encontraban en peligro.’
    Por justamente que podamos criticar los actuales y mal dirigidos sistemas sanitarios, vale la pena recordar que, antes de la Revolución Industrial, la medicina oficial era letal, centrada en la sangría y en la cirugía sin anestesia. Las causas más importantes de muerte eran la peste, el tifus, la influenza o gripe, la disentería, la viruela y la tuberculosis. ‘Los sabios han hecho notar a menudo —escribe sarcásticamente Larner— que nos hemos limitado a sustituir todo esto por un grupo diferente de agentes mortales... pero estos tardan un poco más en llegar...’
    Pasando de la salud y la economía al arte y la ideología, ¿ha sido el Industrialismo, pese a su mezquino materialismo, más embrutecedor mentalmente que las sociedades feudales que le precedieron? ¿Era la mentalidad mecanicista, menos abierta a nuevas ideas —incluso herejías— que la Iglesia medieval o las monarquías del pasado? Por mucho que detestemos nuestras gigantescas burocracias, ¿son acaso más rígidas que las burocracias chinas de hace siglos o que las antiguas jerarquías egipcias? Y en cuanto al arte, ¿son las novelas, poemas y cuadros de los últimos trescientos años en Occidente menos vivos, profundos, reveladores o complejos que las obras de periodos anteriores?
    Sin embargo también se encuentra el lado oscuro. Si bien la Civilización de la Segunda Ola hizo mucho por mejorar las condiciones de vida de nuestros padres, también provocó violentas consecuencias externas con imprevistos efectos secundarios. Figuran entre ellos el desenfrenado y quizás irreparable daño causado a la frágil biosfera de la Tierra. Debido a la Indusreal tendencia a vivir contra la Naturaleza, a su tecnología feroz y a su incesante necesidad de expansión, provocó un mayor cataclismo ambiental que ninguna otra Era precedente. He leído cifras de estiércol de caballo existente en las calles de los poblados de la Era Agrícola (ofrecidas, generalmente, como tranquilizadora prueba de que la polución no es nada nuevo). Sé que las aguas negras llenaban las calles de las ciudades preindustriales. Sin embargo, la sociedad industrial llevó los problemas de la polución ecológica y del abuso de los recursos naturales a un nivel radicalmente nuevo, haciendo incomparables el pasado Agrícola con el presente Industrial.
    Nunca hasta ahora había creado ninguna Civilización los medios para destruir, literalmente, no una ciudad, sino el planeta entero. Jamás se enfrentaron océanos enteros a la toxificación, especies enteras desaparecieron de la Tierra, de la noche a la mañana, como resultado de la avaricia o la inadvertencia humanas; jamás las minas llenaron tan salvajemente de cicatrices la superficie de la Tierra; jamás los aerosoles mermaron la capa de ozono ni la termopolución amenazó el clima del Planeta.
    Similar, pero más compleja (interrelacionada) aún es la cuestión del imperialismo. El sometimiento a esclavitud de los indios y negros para trabajar en las minas de América del Sur, la introducción del sistema de plantaciones en grandes partes de África y Asia, la deliberada extorsión de las economías coloniales para acomodarlas a las necesidades de las naciones industriales, todo ello, dejó una estela de sufrimiento, hambre, enfermedad y desculturización. El racismo exudado por la Civilización industrial de la Segunda Ola, la integración forzada de economías pequeñas y autosuficientes en el sistema comercial mundial, dejaron enconadas heridas que no han empezado aún a curarse. En lo que se refiere a duración de la vida, alimentación, mortalidad infantil, analfabetismo, así como dignidad humana, cientos de millones de seres humanos, desde el Sahel hasta América Central, todavía padecen miserias indescriptibles.
    Pero seria prestarles un mal servicio inventar un ficticio pasado romántico en nuestra precipitación por juzgar el presente. El camino hacia el futuro no pasa por una reversión a un pasado más miserable aún.
    Así como no existe una única causa productora de la Civilización industrial de la Segunda Ola, tampoco puede existir una única evaluación. He tratado de presentar una imagen de la Civilización de la Segunda Ola, incluidos algunos de sus defectos. Si parece que por una parte la condeno y por otra la apruebo, ello se debe que a los juicios simples son engañosos.
    Detesto el modo en que el Industrialismo aplastó a la Primera Ola y a los pueblos primitivos. No puedo olvidar la forma en que masificó la guerra, e inventó Auschwitz, y liberó el átomo para incinerar Hiroshima. Me avergüenzo de su arrogancia cultural y de sus depredaciones contra el resto del mundo. Me repugna el desperdicio de energía, imaginación y espíritu humanos de nuestros ghettos y suburbios. Pero el odio irrazonado hacia la propia época y los propios contemporáneos no constituyen la mejor base para la creación del futuro.
    ¿Fue el Industrialismo una pesadilla de aire acondicionado, un yermo desierto, un absoluto horror? ¿Fue un mundo de ‘visión única’, como pretendían los enemigos de la ciencia y la tecnología? Sin duda, eso fue. Pero fue también mucho más que eso. Fue, como la vida misma, un agridulce instante en la eternidad.
    Fuentes de energía
    Las sociedades de la Primera Ola obtenían su energía de 'baterías vivientes' —potencia muscular animal y humana— o del sol, el viento y el agua. Los bosques eran talados para tener leña con qué preparar la comida y calentarse. Ruedas accionadas por corrientes de agua o por la fuerza de las mareas hacían girar piedras de molino. Los molinos de viento rechinaban en los campos. Los animales arrastraban el arado. Se ha calculado que, en la época, de la Revolución francesa, Europa obtenía energía de unos 14 millones de caballos y 24 millones de bueyes. Todas las sociedades de la Primera Ola explotaban, pues, fuentes renovables de energía. La naturaleza podía reponer los bosques que talaban, el viento que hinchaba sus velas, los ríos que hacían girar sus ruedas de paletas. Incluso los animales y las personas eran 'esclavos energéticos' renovables.
    En contraste con ello, todas las sociedades de la Segunda Ola empezaron a obtener su energía del carbón el gas y el petróleo..., de combustibles fósiles irremplazables. Este revolucionario cambio, acaecido tras la invención de una máquina de vapor susceptible de explotación en 1712, significaba que, por primera vez, una Civilización estaba consumiendo el capital de la Naturaleza, en vez de limitarse a vivir del interés que producía.
    La matriz tecnológica
    Paralelamente al salto de un nuevo sistema de energía, se produjo un gigantesco avance en el campo de la tecnología. Las sociedades de la Primera Ola habían descansado en lo que hace dos mil años llamó Vitruvio 'invenciones necesarias'. Pero esas primitivas cabrias y cuñas, catapultas, lagares, palancas y grúas fueron utilizadas principalmente para amplificar los músculos humanos o animales.
    La Segunda Ola llevó la tecnología a un nivel completamente nuevo.
    Creó gigantescas máquinas electromecánicas que movían piezas, correas de transmisión, cojinetes, en medio de constantes chirridos y martilleos. Y estas nuevas máquinas hicieron algo más que aumentar la fuerza del músculo. La Civilización industrial dio órganos sensoriales tecnológicos, creando máquinas que podían oír, ver y tocar con mayor exactitud y precisión que los seres humanos. Dio a la tecnología una matriz al inventar máquinas destinadas a engendrar nuevas máquinas en progresión infinita, es decir, las denominadas 'máquinas-herramientas'. Más importante: reunió varias máquinas en sistemas interconectados y bajo un mismo techo, creando la factoría y, finalmente, la cadena de montaje dentro de la factoría.
    El comercio
    Sin embargo, la producción en serie carecía de sentido si no se llevaban a cabo cambios paralelos en el sistema de distribución. En las sociedades de la Primera Ola, las mercancías se confeccionaban normalmente con métodos artesanales. Los productos eran creados de uno en uno sobre una base rutinaria. Otro tanto puede decirse de la distribución.
    Es cierto que grandes y perfeccionadas compañías comerciales habían sido constituidas por mercaderes, en el viejo orden feudal en Occidente. Estas compañías abrieron rutas comerciales por todo el mundo, organizaron convoyes de buques y caravanas de camellos. Vendían vidrio, papel, seda, nuez moscada, té vino y lana, índigo y macís.
    Sin embargo, la mayor parte de estos productos llegaban a los consumidores a través de pequeñas tiendas o sobre los hombros o en los carros de buhoneros, que se desperdigaban por las zonas rurales. Las malas comunicaciones y los primitivos medios de transporte limitaban drásticamente el mercado. Estos tenderos al por menor y vendedores ambulantes no podían ofrecer sino muy pocos surtidos catálogos, y a menudo se quedaban sin este o aquel artículo durante meses, incluso años, seguidos.
    La Segunda Ola introdujo en este rechinante y sobrecargado sistema de distribución, cambios que fueron tan radicales, a su manera, como los más conocidos progresos realizados en la producción. Ferrocarriles, carreteras y canales hicieron accesibles las zonas interiores, y con el Industrialismo llegaron los 'palacios del comercio', los primeros grandes almacenes. Surgieron complejas redes de intermediarios, vendedores al por mayor, comisionistas y representantes de los fabricantes, y en 1871 George Huntington Hartford, cuya primera tienda en Nueva York estaba pintada de color bermellón y su sección de Caja tenía forma de pagoda china, hizo por la distribución lo que más tarde hizo Henry Ford por la fabricación. La llevó a un estadio completamente nuevo, creando el primer sistema de cadena comercial del mundo: la 'Great Atlantic and Pacific Tea Company'.
    La familia
    Antes de la Revolución Industrial las formas familiares variaban de un lugar a otro. Pero dondequiera que predominaba la agricultura, la gente tendía a vivir en grandes agrupaciones multigeneracionales, con tíos, tías, parientes políticos, abuelos o primos, viviendo todos bajo el mismo techo, trabajando todos juntos como una unidad económica de producción, desde la 'familia colectiva' de la India, hasta la 'zadruga', en los Balcanes y la 'familia extensa' en la Europa Occidental. Y la familia era inmóvil, enraizada en la tierra.
    Al comenzar a moverse la Segunda Ola sobre las sociedades de la Primera Ola, las familias experimentaron la tensión del cambio. Dentro de cada una, la colisión de frentes de olas adoptó la forma de conflicto, ataques a la autoridad patriarcal, relaciones modificadas entre hijos y padres, nuevas nociones de decencia. Al desplazarse la producción económica del campo a la fábrica, la familia dejó de trabajar como una unidad. Con el fin de liberar trabajadores para la fábrica, las funciones clave de la familia fueron encomendadas a nuevas instituciones especializadas. La educación de los niños fue encomendada a las escuelas. El cuidado de los ancianos fue puesto en manos de casas de beneficencia o asilos. Por encima de todo, la nueva sociedad necesitaba movilidad. Necesitaba trabajadores que siguieran de un lugar a otro a los puestos de trabajo.
    Agobiada bajo la carga de parientes ancianos, enfermos, incapacitados y gran numero de hijos, la familia extensa era cualquier cosa menos móvil. Por tanto, empezó a cambiar, gradual y dolorosamente, la estructura familiar. Desgarradas por la emigración de las ciudades, vapuleadas por las tempestades económicas, las familias se deshicieron de parientes indeseados, se hicieron más pequeñas, más móviles y más adecuadas a las necesidades de la nueva Tecnosfera.
    La llamada familia nuclear —padre, madre y unos pocos hijos, sin parientes molestos— se convirtió en el modelo 'moderno' standard, socialmente aprobado, de todas las sociedades industriales, tanto capitalistas como socialistas. Incluso en Japón, donde el culto a los antepasados otorgaba a los ancianos un papel excepcionalmente importante, la gran familia multigeneracional, estrechamente unida, empezó a derrumbarse a medida que avanzaba la Segunda Ola. Aparecieron más y más unidades nucleares. En resumen, la familia nuclear se convirtió en una identificable característica de todas las sociedades de la Segunda Ola, singularizándolas frente a las de la Primera Ola con tanta evidencia como los combustibles fósiles, las fábricas de acero o las cadenas de tiendas.
    La educación
    Al desplazarse el trabajo de los campos y el hogar, era necesario preparar a los niños para la vida de la fábrica. Los primeros propietarios de minas, talleres y factorías de la Inglaterra en proceso de Industrialización descubrieron, como escribió Andrew Ure en 1835, que era 'casi imposible transformar a las personas que han rebasado la edad de la pubertad, ya procedan de ocupaciones rurales o artesanales, en buenos obreros de fábrica'. Si se lograba encajar previamente a los jóvenes en el sistema industrial, ello facilitaría en gran medida la resolución posterior de los problemas de disciplina industrial. El resultado fue otra estructura central de todas las sociedades de la Segunda Ola: la educación
    Constituida sobre el modelo de la fábrica, la educación general enseñaba los fundamentos de la Lectura, la Escritura y la Aritmética, un poco de Historia y otras materias. Esto era el 'Programa descubierto''. Pero bajo él existía un 'Programa encubierto' o invisible, que era mucho más elemental. Se componía —y sigue componiéndose en la mayor parte de las naciones industriales— de tres clases: una, de puntualidad; otra, de obediencia y otra de trabajo mecánico y repetitivo. El trabajo de la fábrica exigía obreros que llegasen a la hora, especialmente peones de cadenas de producción. Exigía trabajadores que aceptasen sin discusión órdenes emanadas de una jerarquía directiva. Y exigía hombres y mujeres preparados para trabajar como esclavos en máquinas o en oficinas, realizando operaciones brutalmente repetitivas.
    Así, pues, a partir de mediados del siglo diecinueve, mientras la Segunda Ola se extendía por un país tras otro, asistimos a una incesante progresión educacional; los niños empezaban a asistir a la escuela cada vez a menor edad, el curso escolar se iba haciendo cada vez más largo, y el número de años de educación obligatoria creció irresistiblemente.
    La educación pública general constituyó, evidentemente, un humanizador paso hacia delante. Como declaró en 1829 un grupo de obreros y artesanos de Nueva York: 'Después de la vida y la libertad, consideramos que la educación es el mayor bien concedido a la Humanidad'. Sin embargo, las escuelas de la Segunda Ola fueron convirtiendo, generación tras generación de jóvenes, en una dócil y regimentada fuerza de trabajo del tipo requerido por la tecnología electromecánica y la cadena de producción.
    Ambas juntas, la familia nuclear y la escuela de corte fabril, formaron parte de un único sistema integrado para la preparación de los jóvenes con miras al desempeño de papeles en la sociedad industrial, En éste como en muchos otros aspectos, son similares todas las sociedades de la Segunda Ola, Capitalistas o Comunistas, del Norte o del Sur.
    La Corporación
    En todas las sociedades de la Segunda Ola surgió una institución que amplió el control social de las dos primeras. Fue la invención conocida con el nombre de Corporación. Hasta entonces, la típica empresa comercial había sido propiedad de un individuo, una familia o una asociación. Las corporaciones existían, pero eran sumamente raras.
    Incluso en la Revolución americana, según el historiador Arthur Dewing, 'nadie podría haber concluido' que la corporación —más que la asociación o la propiedad— fuera a convertirse en la principal forma organizativa. En fecha tan reciente como 1800 sólo había 335 corporaciones en los Estados Unidos. La mayor parte dedicadas a actividades semipúblicas tales como construir canales o administrar pasos de peaje. El nacimiento de la producción en serie cambió todo esto. Las tecnologías de la Segunda Ola necesitaban grandes capitales, más de lo que podía aportar una persona individual o incluso un pequeño grupo. Mientras los propietarios o socios arriesgaban la totalidad de sus fortunas personales con cada inversión, se mostraban reacios a empeñar su dinero en empresas vastas o arriesgadas. Para animarles, se introdujo el concepto de responsabilidad limitada. Si una corporación se hundía, el inversionista perdía tan sólo la suma invertida, y nada más. Esta innovación abrió las compuertas de la inversión.
    Además, la corporación era tratada por los tribunales como un 'ser inmortal', en cuanto que podía sobrevivir a sus inversionistas originales. Esto significaba, a su vez, que podía trazar planes a muy largo plazo y emprender proyectos de en*****dura mucho mayores que nunca.
    En 1901 apareció en escena la primera corporación de mil millones de dólares —la United States Steel—, una concentración de fondos inimaginable en ningún período anterior. Para 1919 había media docena de estos monstruos. De hecho, las grandes corporaciones se convirtieron en una característica intrínseca de la vida económica en todas las naciones industriales, incluyendo las sociedades socialistas y comunistas, donde la forma variaba, pero la sustancia (en términos de organización) seguía siendo muy semejante. Estas tres juntas —la familia nuclear, la escuela de corte fabril y la corporación gigante— se convirtieron en las instituciones sociales definidoras de todas las sociedades de la Segunda Ola.'
    Los artistas
    Alrededor de estas tres instituciones fundamentales (la familia nuclear, la escuela de corte fabril y la corporación gigante), surgió una multitud de otras organizaciones. Servicios gubernamentales, clubes deportivos, iglesias, cámaras de comercio, sindicatos, organizaciones profesionales, partidos políticos, bibliotecas, asociaciones étnicas, grupos recreativos y miles más, brotaron en la estela de la Segunda Ola, creando una complicada ecología organizativa en la que cada grupo servía, coordinaba o contrapesaba a otro.
    A primera vista, la variedad de estos grupos sugiere una idea de azar o caos. Pero un examen más detenido revela una pauta oculta. En un país tras otro de la Segunda Ola, los inventores sociales, creyendo que la fábrica era el órgano más avanzado y eficaz de producción trataron de incorporar también sus principios a otras organizaciones. Escuelas, hospitales, cárceles, burocracias gubernamentales y otras organizaciones asumieron, así, muchas de las características de la fábrica, su división del trabajo, su estructura jerárquica y su metálica impersonalidad.
    Incluso en las artes encontramos algunos de los principios de la fábrica, En vez de trabajar para un patrono, como era habitual durante el largo reinado de la Civilización agrícola, músicos, artistas, compositores y escritores fueron siendo crecientemente arrojados a merced del mercado. De forma progresiva, acabaron por convertirse en 'productos' para consumidores anónimos. Y, a medida que este cambio se producía en todo país de la Segunda Ola, fue cambiando la estructura misma de la producción artística.
    La fabrica de música
    La música proporciona un notable ejemplo. Al llegar la Segunda Ola empezaron a surgir salas de concierto en Londres, Viena, París y otros lugares. Con ellas llegaron la taquilla y el empresario, la persona que financiaba la producción y luego vendía entradas a consumidores de cultura.
    Naturalmente, cuantas más entradas pudiera vender, tanto más dinero podría ganar. Fueron añadiéndose más butacas. Pero, a su vez, unas salas de concierto más grandes requerían sonidos más fuertes, música que pudiera oírse con claridad incluso desde la última fila. El resultado fue un cambio desde la música de cámara a formas sinfónicas.
    Dice Curt Sachs en su autorizada History of Musical Instruments: El paso de una cultura aristocrática a una cultura democrática, operado en el siglo dieciocho, sustituyó los pequeños salones por salas de concierto de dimensiones mucho mayores, que exigían un mayor volumen de sonido'. Como no existía aún tecnología que hiciera esto posible, se añadieron más instrumentos e intérpretes para producir el volumen de sonido necesario. El resultado fue la moderna orquesta sinfónica, y fue para esta institución industrial para la que Beethoven, Mendelssohn, Schubert y Brahms escribieron sus magníficas sinfonías.
    La orquesta reflejaba incluso, en su estructura interna, ciertas características de la fábrica. Al principio, la orquesta sinfónica carecía de intérpretes. Más tarde, los intérpretes, exactamente igual que los trabajadores de una fábrica o de una oficina burocrática, fueron divididos en departamentos (secciones instrumentales), cada uno de los cuales contribuía al resultado final (la música), cada uno de ellos coordinados desde arriba por un gerente (el director) o incluso, finalmente, un subjefe situado en un punto más bajo de la jerarquía de mando (el primer violinista o el jefe de sección). La institución vendía su producto a un mercado masivo y, más tarde, añadió discos fonográficos a su rendimiento. Había nacido la fábrica de música.
    La historia de la orquesta ofrece sólo una ilustración de la forma en que surgió la Sociosfera de la Segunda Ola, con sus tres instituciones centrales (la familia nuclear, la escuela de corte fabril y la corporación gigante), y sus millares de diversas organizaciones, todas ellas adaptadas a las necesidades y al estilo de la Tecnosfera industrial. Pero una Civilización no se reduce simplemente a una Tecnosfera y a una Sociosfera ajustada a ella, Todas las civilizaciones requieren también una 'Infosfera' para producir y distribuir información. En este sentido también fueron notables los cambios introducidos por la Segunda Ola.
    El Correo
    Todos los grupos humanos, desde los tiempos primitivos hasta la actualidad, dependen de la comunicación cara a cara, persona a persona. Pero se necesitaban también sistemas para enviar mensajes a través del tiempo y el espacio. Se dice que los antiguos persas levantaron torres o 'postas de llamada', en lo alto de las cuales situaban hombres de voz potente con la misión de transmitir mensajes gritándolos de una torre a la siguiente. Los romanos pusieron en funcionamiento un vasto servicio de mensajes llamado el cursus publicus. Entre 1305 y primeros años del siglo diecinueve, la Cámara de Postas dirigió por toda Europa una forma de pony express. En 1628 daba empleo a veinte mil hombres. Sus correos, vestidos con uniformes azul y plata, surcaban el continente llevando mensajes entre príncipes y generales, mercaderes y prestamistas.
    Durante la Civilización de la Primera Ola, todos estos canales estaban reservados exclusivamente a los ricos y poderosos. La gente corriente no tenía acceso a ellos. Como dice el historiador Laurin Zilliacus, incluso 'los intentos de enviar cartas por otros medios eran mirados con recelo o... prohibidos' por las autoridades. En resumen, mientras que el intercambio de información cara a cara estaba abierto a todos, los sistemas más nuevos utilizados para llevar información más allá de los confines de una familia o un poblado eran esencialmente cerrados y empleados con fines de control social o político. En realidad, eran armas de la élite.
    La Segunda Ola, al avanzar sobre un país tras otro, destruyó este monopolio de las comunicaciones. No ocurrió esto porque los ricos y poderosos se volvieran súbitamente altruistas, sino porque la tecnología de la Segunda Ola y la producción en serie de las fábricas necesitaban movimientos masivos de información que los viejos canales no podían ya manejar.
    La información necesaria para la producción económica en las sociedades primitivas y en las de la Primera Ola es relativamente sencilla, y en general, se pueden obtener de alguien cercano. Su forma es principalmente oral o gesticular. Por el contrario, las economías de la Segunda Ola requerían la estrecha coordinación de un trabajo realizado en muchos lugares. No sólo materias primas, sino también grandes cantidades de información debían ser producidas y cuidadosamente distribuidas.
    Por esta razón, al crecer el ímpetu de la Segunda Ola, todos los países se apresuraron a crear un servicio postal. La oficina de Correos fue un invento tan imaginativo y socialmente útil como lo fueron la desmontadora de algodón o la máquina de hilar, y, en un grado hoy olvidado, despertó un arrebatador entusiasmo. El orador norteamericano Edward Everett declaró: 'No puedo por menos considerar la oficina de Correos, junto con el Cristianismo, como el brazo derecho de nuestra moderna Civilización '.
    Pues la oficina de Correos proporcionaba el primer canal enteramente abierto para las comunicaciones de la Era industrial. Hacia 1837, la Administración de Correos británica transportaba no simplemente mensajes para una élite, sino unos 88 millones de objetos postales al año..., un verdadero alud de comunicaciones para la época. Para 1960 aproximadamente, en el momento en que la Tercera Ola comenzó su movimiento, ese número había aumentado ya a diez mil millones. Ese mismo año, los servicios postales de los Estados Unidos distribuían 355 objetos de correo interior por cada hombre, mujer y niño de la nación.
    Pero el incremento en el número de mensajes postales que acompañó a la Revolución Industrial no hace sino insinuar el auténtico volumen de información que empezó a fluir tras la Segunda Ola. Un número mayor aún de mensajes circuló a través de lo que cabría denominar 'sistemas micropostales' existentes en el seno de grandes organizaciones. (Los memorándums son cartas que nunca llegan a los canales públicos de comunicaciones). En 1955, mientras la Segunda Ola se encrespaba en los Estados Unidos, la Comisión Hoover investigó los archivos de tres grandes corporaciones. Descubrió respectivamente, 34.000, 56.000 y 64.000 documentos y memorándums archivados por cada empleado en nómina.
    Telégrafo y teléfono
    Pero las crecientes necesidades de información que asediaban a las necesidades industriales tampoco podían ser satisfechas solamente por medios escritos. Así, el teléfono y el telégrafo fueron inventados en el siglo diecinueve para llevar su parte de la carga —en constante aumento— de comunicaciones. En 1960, los norteamericanos celebraron unos 256 millones de conversaciones telefónicas por día —más de 93.000 millones al año—, y aún los sistemas y redes telefónicas más avanzados del mundo se veían con frecuencia sobrecargados.
    Todos éstos eran esencialmente sistemas para la transmisión de mensajes de un remitente a un solo destinatario. Pero una sociedad que desarrollaba sistemas de producción y consumo en masa necesitaba también medios para enviar mensajes en masa, comunicaciones de un solo remitente a muchos destinatarios a la vez. A diferencia del patrono pre-industrial, que podía visitar personalmente a su puñado de empleados en sus propias casas si era preciso, el patrono industrial no podía comunicarse con sus miles de obreros individualmente. Menos aún podía, el vendedor o distribuidor en masa, comunicares con sus clientes uno a uno. La sociedad de la Segunda Ola necesitaba —y, nada sorprendentemente, inventó— poderosos medios para enviar el mismo mensaje a muchas personas a la vez, de una manera barata, rápida y segura.
    Los servicios postales podían llevar el mismo mensaje a millones de personas, pero no rápidamente. Los teléfonos podían transmitir mensaje rápidamente, pero no a millones de personas al mismo tiempo. Este vacío hubo de ser llenado con los medios de comunicación de masas.
    Periódicos y revistas
    Naturalmente, en la actualidad el periódico y la revista de circulación masiva constituyen una parte tan habitual de la vida cotidiana de todos, que no se les concede mayor importancia, Sin embargo, el aumento de estas publicaciones en el ámbito nacional reflejaba el convergente desarrollo de muchas nuevas tecnologías industriales y formas sociales. Así —escribe Jean-Jacques Servan-Schreiber— fueron hechas posibles, por la combinación de 'trenes para transportar en un solo día las publicaciones a través de todo un país; rotativas capaces de sacar docenas de millones de ejemplares en unas horas; una red de telégrafo y teléfono, un público al que, la educación obligatoria, había enseñado a leer, y además, industrias que necesitaban una distribución masiva de sus productos.'
    En los medios de comunicación de masas, desde los Periódicos y la Radio hasta el Cine y la Televisión, encontramos también una encarnación del principio básico de la fábrica. Todos ellos estampan mensajes idénticos en millones de cerebros, del mismo modo que la fábrica crea productos idénticos para su uso en millones de hogares. 'Hechos' estandarizados, fabricados en serie, fluyen desde unas cuantas y concentradas factorías de imagen hacia millones de consumidores. Sin este vasto y poderoso sistema para canalizar información, la Civilización industrial no habría podido tomar forma ni funcionar debidamente.
    Sociosfera, Tecnosfera e Infosfera
    En todas las sociedades industriales, tanto capitalistas como comunistas, surgió una refinada Infosfera, canales de comunicación a cuyo través podían distribuirse mensajes individuales y colectivos tan eficazmente como mercancías o materias primas. Esta Infosfera se entrelazaba con la Tecnosfera y la Sociosfera, ayudando a integrar la producción económica con el comportamiento privado.
    Cada una de estas esferas desempeñaba una función clave en el sistema y no habría podido existir sin las otras. La Tecnosfera producía y asignaba riqueza; la Sociosfera, con sus miles de organizaciones interrelacionadas, asignaba determinados papeles a los individuos integrados en el sistema. Y la Infosfera asignaba la información necesaria para el funcionamiento de todo el sistema. Juntas, formaban la arquitectura básica de la sociedad Industrial.
    Por tanto vemos aquí esbozadas las estructuras comunes de todas las naciones de la Segunda Ola, con independencia de sus diferencias culturales o climáticas, con independencia de su herencia étnica y religiosa, con independencia de que se autotitulen Capitalistas o Comunistas.
    Estas estructuras paralelas, tan fundamentales en la ex Unión Soviética y Hungría como en Alemania, Francia o Canadá, fijaron los límites dentro de los que se expresaban las diferencias políticas, sociales y culturales. Surgieron por todas partes sólo después de encarnizadas batallas políticas, culturales y económicas entre quienes intentaban preservar las estructuras de la Primera Ola y los que comprendían que sólo una nueva Civilización podría resolver los difíciles problemas de la vieja.
    Bienestar social
    La Segunda Ola trajo consigo una fantástica ampliación de la esperanza humana. Por primera vez, hombres y mujeres se atrevieron a creer que podrían ser vencidas la pobreza, el hambre, la enfermedad y la tiranía. Escritores utópicos y filósofos, desde Abbe Morelly y Robert Owen hasta Saint-Simon, Fourier, Proudhon, Louis Blanc, Edward Bellamy y decenas de otros, vieron en la naciente Civilización industrial la potencialidad de lograr paz, armonía, pleno empleo, igualdad de riqueza o de oportunidades, la terminación de los privilegios basados en el nacimiento, el punto final a todas aquellas condiciones que parecieron inmutables o eternas durante los centenares de miles de años de existencia primitiva y los millares de años de Civilización agrícola.
    La cuña invisible
    Si hoy la Civilización industrial nos parece algo menos que utópica —si parece, de hecho, ser opresiva, sombría, ecológicamente precaria, inclinada hacia la guerra y psicológicamente represiva—, necesitamos saber por qué. Y sólo podremos responder a esta pregunta si volvemos nuestra mirada hacia la gigantesca cuña que dividió la mente de la Segunda Ola en dos partes en conflicto.
    La Segunda Ola, como una reacción nuclear en cadena, separó violentamente dos aspectos de nuestras vidas que siempre, hasta entonces, habían sido uno solo. Al hacerlo, introdujo una gigantesca e invisible cuña en nuestra economía, nuestras mentes e incluso en nuestra personalidad sexual.
    A un nivel, la Revolución Industrial creó un sistema social maravillosamente integrado, con sus propias tecnologías distintivas, sus propias instituciones sociales y sus propios canales de información, todos ellos perfectamente ensamblados entre sí. Pero a otro nivel destruyó la unidad subyacente de la sociedad, creando una forma de vida llena de tensión económica, conflicto social y malestar sicológico. Sólo si comprendemos cómo ha moldeado nuestras vidas esta invisible cuña a lo largo de la Era de la Segunda Ola, podremos apreciar todo el impacto de la Tercera Ola, que está empezando a remoldearnos.
    Productor, consumidor y prosumidor
    Las dos mitades de la vida humana que la Segunda Ola separó fueron la producción y el consumo. Estamos acostumbrados, por ejemplo, a pensar en nosotros mismos como productores o consumidores. Esto no fue siempre así. Hasta la Revolución Industrial, la gran mayoría de todos los alimentos, bienes y servicios producidos por la especie humana, eran consumidos por los propios productores, sus familias o una pequeña élite, que recogía los excedentes para su propio uso.
    En casi todas las sociedades agrícolas, la gran mayoría de las personas eran campesinos, que se agrupaban en pequeñas comunidades semi aisladas. Llevaban una vida de mera subsistencia, cultivando apenas lo suficiente para mantenerse ellos vivos, y a sus amos, contentos. Careciendo de medios para almacenar alimentos durante largos períodos de tiempo, careciendo de las carreteras necesarias para transportar sus productos a mercados lejanos, y conscientes de que cualquier aumento en sus rendimientos sería probablemente confiscado por el dueño de esclavos o señor feudal, carecían también de incentivos para mejorar la tecnología o incrementar la producción.
    Comercio
    Existía el comercio, desde luego. Sabemos que un pequeño número de intrépidos mercaderes transportaba mercancías a lo largo de miles de kilómetros por medio de camellos, carretas o barcos. Sabemos que surgieron ciudades que dependían de los alimentos procedentes del campo. En 1519, cuando los españoles llegaron a México, quedaron asombrados al encontrar en Tlatelolco millares de personas dedicadas a comprar y vender joyas, metales preciosos, esclavos y sandalias, ropas, chocolate, cuerdas, pieles, pavos, verduras conejos, perros y miles de variados y distintos objetos de cerámica. The Fugger Newsletter, correspondencia privada para banqueros alemanes en los siglos dieciséis y diecisiete, presenta una colorida evidencia de las dimensiones que entonces tenía el comercio. Una carta de Cochin, desde la India, describe con detalle las penalidades de un mercader europeo que llegó con cinco naves para comprar pimienta y transportarla a Europa. 'Una t

  3. #3
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    Predeterminado Re: Resumen Tres Olas Alvin Toffler

    ADEMAS, AQUI TE MANDO UN COMENTARIO GLOBALIZADO, ES DECIR, UN RESUMEN, OPINIONES, SOBRE LA OBRA "TRES OLAS" DE ALVIN TOFFLER. LO MAS IMPORTANTE SOBRE DICHO AUTOR. VALE LA PENA. SUERTE, Y SALUDOS.


    Alvin Toffler analiza la situación de parte de América Latina y de los Estados Unidos tras los sucesos de Venezuela y centra en Chávez las (des)esperanzas de cara al futuro: Hugo Chávez, el Che y la batalla de los símbolos: "Ni la izquierda ni la derecha han captado aún las implicaciones del cambio económico más importante de los últimos cincuenta años. Si las teorías de ambos bandos son cada vez más obsoletas, es porque ha surgido un nuevo sistema creador de riqueza, la tercera ola, basado en principios radicalmente distintos de aquellos que la izquierda y la derecha vienen discutiendo desde hace dos siglos"
    Según Toffler, antes de la segunda ola el conocimiento era transmitido de persona a persona, algunos niños tenían tutores y otros mas aprendían a leer y escribir de su padres o familiares mayores. Después de que Newcomen invento la maquina de vapor en 1712 se produjo un cambio radical en la forma de producción de la civilización. Antes trabajaban con recursos naturales renovables, animales para jalar y cargar, madera de los árboles para cocinar y calentarse por las noches e inviernos, molinos de viento, etc. Con la industrialización vino la explotación de las reservas energéticas no renovables. Los cambios se dejaron sentir en todos los ámbitos de la vida, llegando a las estructuras familiares que hasta ese entonces consistían en familias de varias generaciones viviendo y trabajando bajo el mismo techo. La nueva sociedad necesitaba movilidad, los padres necesitaban deshacerse de sus hijos por unas horas para ir a trabajar a las fabricas, entonces vino la educación en masa. Pero la industria no pararía ahí. No era suficiente mandar a los ancianos a asilos y los niños a las escuelas, había que condicionar a los pequeños para que una vez creciditos, formaran parte del ejercito laboral sin tener dificultades de adaptarse al nuevo ritmo de vida impuesto. Andrew Ure escribió en 1835 “es casi imposible convertir a una persona después de la pubertad, sea del trabajo rural o artesanal, en manos útiles para las fabricas”. Los niños tenían que estar condicionados para poder adaptarse en un futuro. Fue en medio de estos cambios y para fines muy concretos como se fundo el sistema de enseñanza que hoy seguimos en nuestras escuelas. No es difícil visualizarlo, levantarse muy temprano por la mañana, el timbre suena y todos rápido al salón , trabajo repetitivo, ¿alguien recuerda los trabajos de la primaria?, obediencia ciega a los maestros (superiores), atención despersonalizada, un pequeño receso y jornada de lunes a viernes. Y una embarradita de todo. Un poco de historia, un poco de matemáticas, leer y escribir, lo básico. Todo esto traería como fruto adultos acostumbrados a trabajar largas horas, disciplinados, puntuales y obedientes. El comercio y no el humanismo impulso la educación en masa. Una fabrica donde los maestros son los obreros que moldean a su materia prima, los alumnos, en obreros del futuro. Si, la revolución industrial trajo consigo la educación a las masas y muchas escuelas regadas por el mundo, pero también es cierto que los jóvenes cada vez salen de la escuela mas ignorantes que nunca. Hablar con un universitario de cultura general es toparse con una triste realidad, solo aquellos que por su cuenta leen y buscan información logran un nivel intelectual superior, y eso es difícil que suceda con el inexistente estimulo de los maestros desde los años de primaria. Todos sabemos que en México se lee muy poco, casi nada. En las escuelas solo aprendemos a leer y a escribir, datos históricos que olvidamos rápidamente y mas matemáticas de las que vamos a usar, por alguna razón que no comprendo. En los últimos años hemos gozado del sistema abierto, donde los alumnos estudian en sus casas o con alguna asesoría y presentan exámenes. Sus calificaciones dependen solamente de su conocimiento, no de su puntualidad, de su obediencia, o su capacidad para ser agradable a sus maestros. Una forma mas individualista y libre , este es un sistema donde realmente se aprende.

    Pero, comparado con lo que vendría después , todo esto era insignificante.
    Pues el tesoro que estos primitivos aventureros y conquistadores enviaban a sus países era, en realidad, botín privado. Financiaba guerras y opulencia personal..., palacios de invierno, fastuosas fiestas, un ocioso estilo de vida para la Corte. Pero tenía muy poco que ver con la economía aún básicamente autosuficiente del país colonizador.
    Situados en gran medida fuera del sistema monetario y la economía de mercado, los siervos que a duras penas se ganaban la vida en las abrasadas tierras de España o en los húmedos brezales de Inglaterra no tenían nada, o muy poco, que exportar al extranjero. Obtenían apenas lo suficiente para el consumo local. Y tampoco dependían de materias primas robadas o compradas en otro países. Para ello, la vida seguía , de una u otra manera. Los frutos de la conquista de tierras ultramarinas enriquecían a la clase gobernante y las ciudades, más que a la masa de gentes comunes, que vivían como campesinos. El imperialismo de la primera ola era todavía pequeño, no integrado aún en la economía.
    La segundo ola transformó en un gran negocio esta especie de hurto a escala relativamente pequeña. Transformó el pequeño imperialismo en gran imperialismo.
    Se trataba de un nuevo imperialismo, que no se limitaba a obtener unos cuantos cofres de oro o esmeraldas, especias o sedas. Se trataba de un imperialismo que se proponía en un último término, transportar cargamento tras cargamento de nitrato, algodón, aceite de palma, estaño, caucho, bauxita y tungsteno. Se trataba de un imperialismo que explotaba minas de cobre en el Congo y levantaba en Arabia torres perforadas do petróleo Se trata de un imperialismo que extraía materias primas de las colonias, las cometía a tratamientos industrial y, muy frecuentemente, devolvía a las colonias los productos manufacturados, obteniendo en la operación un enorme beneficio económico. Se trataba, en resumen, de un imperialismo que había dejado de ser periféricos para integrarse en la estructura económica básica de la nación industrial de un modo tal que los puestos de trabajos de millones de obreros llegaron a depender de él.
    Y no sólo los puestos de trabajos. Además de nuevas materias primas, Europa necesitaba también cantidades crecientes de alimentos. A medida que las naciones de la segunda ola volcaban sus esfuerzos en la fabricación, transfiriendo la mano de obra rural a la factorías, se iban viendo obligadas a importar del extranjero provisiones alimenticias cada vez más abundantes: carne de vaca, carneros, trigo, café, té y azúcar de India, de China, de África, de las Antillas y de las América Central.
    A su vez, al aumentar la fabricación masiva de productos, las nuevas élites industriales necesitaban mercados mayores y nuevas salidas a la inversión. En las décadas finales del siglo pasado, los estadistas europeos proclamaron sin rubor sus objetivos. “El imperio es comercio”, afirmó el político británico Joseph Chamberlain. El Primer Ministro francés Jules Ferry fue más explícito aún: Lo que Francia necesitaba – declaró – eran “vías de salida para nuestra industrias, exportaciones durante generaciones observada por el medio a que su la expansión colonial se detenía, el desempleo subsiguiente condujera a una revolución armada, en sus países.
    Sin embargo, las raíces del Gran Imperialismo no eran exclusivamente económicas. Consideraciones estratégicas, fervor religioso, idealismo y aventura, todo ello desempeñó también su papel, al igual que el racismo, con su implícita presunción de la superioridad blanca o europea. Muchos consideraban la conquista imperial como una responsabilidad divina. La expresión de Kipling, “la carga del hombre blanco”, resumía el celo misionero por extender el cristianismo y la “civilización”, civilización de la segunda ola, naturalmente. Pues los colonizadores consideraban las civilización de la primera ola, por refinadas y complejas que fuesen, con atrasadas y subdesarrolladas. Se tenían por infantiles a la gente del campo, especialmente si su piel era oscura. Eran “bribones y deshonestos”. Eran “ perezoso”. No “valoraban la vida”.
    Estas actitudes hacían más fácil a las fuerzas de la segunda ola justificar la aniquilación de quienes se interponían en su camino.
    En The Social History of the Machine Gun (Historia social de la ametralladora), John Ellis muestra cómo esta arma nueva y fantásticamente mortal, perfeccionada en el siglo XIX, fue al principio sistemáticamente utilizada contra poblaciones “nativas” y no contra europeos blancos, ya que se consideraba poco deportivo matar con ella a un igual. Pero disparar sobre los habitantes de las colonias se estimaba que eran más una cacería que una guerra por lo cual se aplicaban otras pautas de medida. “Segar matabeles, derviches o tibetanos - escribe Ellis – estaba considerada más como una arriesgada especie de “tiro al blanco” que como una verdadera operación militar.”
    En Omdurman, a orillas del Nilo, frente a Jardum esta superior tecnología se manifestó con destructor efector en 1898, cuando los guerreros derviches acaudillos por el mahdí fueron derrotados por tropas británicas armadas con seis ametralladoras “Maxim”. Un testigo presencial escribió: “Fue el último día del mahdismo y el más grande ... No fue una batalla, sino una ejecución . En aquella batalla murieron 21 británicos, dejando detrás 11.000 cadáveres derviches, 392 bajas coloniales por cada una inglesa. Escribe Ellis: “Se convirtió en otro ejemplo del triunfo del espíritu británico y de la general superioridad del hombre blanco.”
    Tras las actitudes racistas y las justificaciones religiosas y de otro tipo, mientras británicos, franceses, alemanes, holandeses y otros europeos se extendían por el mundo existían una única y cruda realidad. La civilización de la segunda ola no podía subsistir aislada. Necesitaba desesperadamente la oculta subvención de recursos baratos procedentes del exterior. Por encima de todo, necesitaba un único mercado mundial, integrado a través del que hacer circular esas subvenciones.

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