PDA

Ver la versión completa : Hay una puerta abierta



RodolfoCarmona
27/02/2002, 21:11
Hay una puerta abierta. Al fondo, se ve un gran ventanal que da a la calle. La calle rezuma vida. Esa vida, urbana y con olor a humo, de la ciudad. Es imposible detener el instante, atrapar la esencia de este monstruo. Su lengua de asfalto recoge miles de ruedas, el hedor constante de sus desperdicios.
Amaneció hace horas, pero la luz no halla su sitio hasta bien preñada la mañana. El aire busca adverbios por las esquinas. Retumba su voz entre las nubes; nubes que por no admitir, no admiten adjetivos. Hace días que las flores entreven la primavera y tejen su manto de color para las novias y cortejos. Hace días que piden el verde de sus hojas. Hace días que sonríen con la lentitud de un invierno que se agarra al calendario.
Alguien fuma un cigarrillo, le da la última calada a la broza que contiene y lo tira. En ese gesto está lo que buscaba. No hay desdén ni puede haber olvido porque, al parecer, nada importa. Aspiró con fuerza y todo se acabó: la vida.
Se echa de menos la ternura en la gran ciudad. Todo tiene un halo insustancial y, a pesar de no serlo, fugacidad desquiciada.
Nadie lo comenta, pero es incontestable el número de morosos de amor que anda tan tranquilamente por las calles, sin interrogarse, casi sin saberlo, tomando una cerveza tal vez sonrían y se engañen y se digan amo – y seguidamente- a mi mujer o a mi amante. Qué tarde sabemos que no hay posesiones en el amor, no cabe lo propio, lo que es mío y poseo, para definirlo.
Cojo un autobús urbano. Ese autobús de los mil nombres que circunda el corazón. Todas las ciudades tienen uno. En ése aséptico y servicial que huye del dolor ajeno como de la peste. Surcan las ciudades con arreos de mulo para no ver los lados de la calle. Se suben en él todos aquellos que huyen de lo que no pertenece a su círculo.
El mundo da, quita, reparte, roba, derrocha, racanea, hace el amor con la belleza y la miseria, dibuja dolores y esperanzas en las paredes y ríe rosas y tose pus. No juzga. No toma partido por nada ni por nadie –ese derecho, ese deber sólo nos corresponde a nosotros en todo el universo–. La Historia está repleta de casos parecidos, lugares donde la tragedia tomaba el desayuno y leía Hamlet: Siberia, Uganda, Afganistán, Sudáfrica, Berlín, Pekín, San Sebastián, Sarajevo, Jerusalén, Ecuador, Chile, Argentina, Auswitz…mientras una multitud silenciosa y egoísta toma o tomaba –y tomará– el autobús rumbo hacia sus casas o trabajos preocupados de que nadie les acuse de no ser buenos ciudadanos o patriotas o ejemplares gentes de provecho.
Alguien tararea una canción en mitad del trabajo. Le miro. Sonríe. La sonrisa de una mujer es el mejor soneto que he visto y leído a la alegría.
Probablemente esto es lo que finalmente nos salve. La risa cotidiana de hombres y mujeres. La sinceridad del beso de una madre. El roce festivo de los amantes…esa contenida exuberancia de la joven que ahora observo. No, no soy un viejo verde. No te asustes. Es sólo que admiro su hermosura y no lo oculto.
Tomar café en las terrazas. Dejar que las palomas campen a sus anchas y reírse de uno mismo. Pautas necesarias para no sucumbir a la desidia que, reconozcámoslo, traen algunos días. Reírse. Al tiempo que uno percibe lo que trasciende, lo que merece la pena. Cada amanecer la humanidad entera debería contemplarse en el espejo, saber adivinar su reflejo en las alas de una mariposa, en el maullar de un gato, en el bufido ancestral de un bisonte en la pradera, en el caimán que espera la herencia de la sangre, en el plancton antártico, en la arena, en el polvo, en la racha del aire, en la tormenta, en el mar, en una luna rojiza y femenina y, también, es necesario, en la mano tendida, en el dolor ajeno, en la hedionda injusticia que reina soberana en las tres cuartas partes de este jodido y maravilloso planeta que habitamos.