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Ver la versión completa : Quiero contarte una historia



RodolfoCarmona
06/02/2002, 15:47
Quisiera relatarte una historia. Quisiera, si es posible, contártela a ti, solamente a ti. Desearía, ya se que pido demasiado, que fuera en voz baja. Así, casi en susurros, para evitar indiscreciones. No vaya a ser que me tomen por loco. Para evitar que tengas que dar explicaciones por conversar conmigo.
No te asustes. No es nada extravagante. En esta historia no hay fantasmas, ni seres extraños, sólo realidad y un mucho de fantasía.
Me conoces de hace tiempo. Nos hemos abrazado por las noches o a media tarde, sin horarios fijos. Nos hemos dicho muchas cosas. Sabemos que la amistad, la nuestra, se compone de todo aquello que nos hace soñar y emocionarnos.
Me dijiste, algunas veces, que me querías. Yo también te quiero. Lo sabes. No es hoy momento para dudar de lo evidente. No nos hemos visto nunca. Pero es tu alma tan hermosa que no lleva detrás ningún adjetivo. Yo, perdóname, siempre en penumbra como un cuadro de religioso y tenebrista. Tengo miedo que me veas. Miedo a no ser lo que imaginas. Un temor infundado y adolescente –a pesar de mis años–, no hace falta que lo digas. En fin, siempre supiste mis miserias. Y sigues ahí. No puedo pedirte más.
Pero volvamos al principio. Tengo una historia que contarte. Un relato sobre un charco de agua y un árbol. Poca cosa, ya lo sé. Ya te dije que no era nada electrizante.
El arranque del otoño fue especialmente lluvioso por estos pagos. Lluvia cada dos o tres días. Lluvia necesaria para un sur que se deseca con alma de urbanización y campo de golf. Lluvia que dejó imágenes de rayos y tormentas. Lluvia que lo impregnó todo. Lluvia que parió charcos y barro.
Y de uno de esos charcos va lo que te cuento. Fue en un ya lejano mes de octubre. Un jueves once a eso de las siete de la noche. La mañana había transcurrido envuelta en nubes, pregonando un manto de agua que no cayó hasta esa hora. Empezó como una llovizna ligera, de esas en las que a uno le apetece caminar bajo su abrazo, sin intermediarios sospechosos. Media hora después la lluvia arreció. Y entre café, un poco de tabaco y conversación transcurrió la noche.
El amanecer nos sorprendió sin sol, con un cielo plomizo y cargado. La calle estaba llena de mares y fango. Sacar al perro se convirtió en una tarea difícil. La verdad, no me hizo ninguna gracia la odisea. Ese día llovió constantemente.
El sol apareció tres días más tarde.
Siete días más fueron suficientes para que todo volviera a la normalidad. Sólo un charco de agua de unos dos metros de ancho y poco menos de ocho de largo quedó como testimonio de lo ocurrido.
Una noche, alrededor de las once y media, paseando ocurrió algo que cambió por completo mi relación con él. El perro ladró. Yo mire con recelo, esperando algo sospechoso. No vi nada en un primer momento y seguí caminando. Hay una farola a mitad de la estrecha bocacalle donde estaba. Así que la iluminación no alcanza a definir los perfiles. Gipsi, que es como se llama mi perra, se detuvo. Y yo con ella.
Un erizo era el motivo de su alarma. La tranquilice y nos quedamos los dos mirando fijamente. Éste no se percató de nuestra presencia enfrascado como estaba en beber con fruición. La luz de la farola se reflejaba sobre el espejo de agua. Una ligera brisa enfiló la calle por la izquierda y dejó su caricia en forma de ondas sobre el minúsculo océano. Y allí estaba yo. Mi imagen reflejada bailó al ritmo de la brisa. Es curioso como estos pequeños detalles le emocionan a uno.
La brisa continuó su marcha calle arriba y segundos después todo quedo en suspenso. Cuando quisimos darnos cuenta el erizo no estaba. Gipsi olfateó el aire y yo mire de un lado a otro si atisbar rastro alguno…

Una mañana un grupo de tórtolas se bañaban plácidamente. Pero nuestra visita no fue bien recibida y un aleteo de plumas alardeó, te lo juro, improvisando un concierto.
Por las tardes, una treintena de gorriones se abandonaba en el agua, dejando de lado las premuras cotidianas.
Pero te estarás preguntado por el árbol del que te hablaba al principio. Y tienes toda la razón, pues esta historia va de un charco y un árbol.
Como sabes, vivo en una ciudad que crece con desmesura. Nada queda detrás de las grúas y el hormigón. Ya son muy pocos los lugares para el milagro de la vida. Para el milagro de una mariposa y una abubilla.
En medio de todo esto, un pino, cerca de casa, se erguía orgulloso de sus ramas. Incluso, cosa bastante sorprendente, las grúas, laz zanjas, los albañiles, habían tomado la precaución de cercarlo para que el paso de la maquinaria no le perjudicara. No te engaño si te digo que brindé por su suerte.
No se conocían nuestros dos protagonistas. No podían verse. Una hilera de casas les separaba. Sólo yo les hablaba al uno del otro.
El invierno trajo nuevas lluvias. Y el charco recibió el agua con gozo infinito. Su vida se prolongaba ya dos meses. Formaba ya parte del paisaje. De ese paisaje que de tan cercano no vemos. Nuestros sueños viajan a lejanas montañas, a selvas legendarias, a mares remotos. Nos olvidamos de que la vida se expresa también en la flor que nace solitaria en el hueco del asfalto.
Pasaron los días, las semanas… el agua seguía sobre la calle, obstinada en no desaparecer. Aferrada al pequeño lugar que le había visto nacer. Pasaron las lluvias y su reclamo de vida. Sin embargo aguantaba como si fuera a durar eternamente.
El pino, seguro en su cerco, observaba la evolución de los albañiles sobre los tejados en construcción.
He de confesarte que una noche, al refugio de la oscuridad coloqué dos grandes piedras a la entrada de la calle para impedir que los coches perturbaran la lenta agonía del charco que poco a poco iba desapareciendo.
Pero el destino nos tenía preparada una alegría. Un dieciocho de de diciembre de nuevo la lluvia. Nos reímos los tres a carcajadas. Y no fuimos nosotros solos. Las tórtolas, cuatro palomas, tres erizos, una bandada de gorriones, diez mariposas, dos perros y catorce gatos, también lo festejaron a su manera.
Enero llegó con nuevas lluvias. Mis paseos se convirtieron en paradas a la vera del charco mirando embobado la inquieta y nerviosa vida que palpitaba en el fondo.
Los albañiles acabaron su trabajo. Un remesa de nuevos vecinos con sus coches se instalaron. El pino resistía, ajeno a su alrededor. Me comentó una vez que se pasaba el día recordando. Me acuerdo, me djo, cuando aquí, aunque te parezca mentira, nada había. Un interminable extensión de flores lo presidía todo. Lo contó de tal forma que te juro que lo vi con mis propios ojos.
Hoy hace tres semanas días que el sol nos saluda a todas horas. Hoy hace veinte días en que el charco se consume lentamente. Mentira, no quiero engañarme ni engañarte. Esta mañana ya no quedaba rastro de él. Puedes imaginarte mi congoja. Me detuve un largo rato sobre su esqueleto, acaricie sus cenizas. Contuve las lágrimas. Mas que nada por los vecinos. Ya doy motivos para habladurías. No sumemos otra más a sus hatillos.
Con todo ese dolor doble la esquina. Me fallan ahora las fuerzas. El árbol yace en el suelo, como un barco varado. Todo él es una larga derrota.
Se han marchado los dos el mismo día. Qué extraño. Es confusa la vida y sus causalidades. No sé sí esta casualidad encierra algún significado oculto. Alguna clave que no comprendo. Lo único cierto es que no me acostumbro al dolor. Y como soy muy dado a las ceremonias, he cogido un trozo de rama y un poco del barro que aún queda. Pienso, cada otoño, encender una vela en su recuerdo. Ya ves, mi existencia se construye de estas cosas. De pequeñas alegrías que me sostienen y me construyen tal como soy. No me importa que todo se desvanezca después. Aún me quedas tu para contarte mis historias. Quiero que sepas que te quiero. Aunque no sea tiempo para dudar de lo evidente.

Anonymous
07/02/2002, 15:02
Bello. Bello. Bello.