PDA

Ver la versión completa : En fin, ya sabéis



RodolfoCarmona
18/01/2002, 18:09
Busco desde hace días una palabra. Visito ese almacén inmenso donde acuñan los sueños de la literatura, naturalmente por orden alfabético. Las imágenes de fuego a la derecha. Metáforas, como dioses de agua, en el centro. La retórica, a la izquierda. Hipérboles, al fondo, un poco antes de llegar a los sinécdoques. En fin, ya sabéis.
Y esta búsqueda me tiene retirado de las elementales tareas cotidianas. Comer, dormir, leer, escuchar música, escribir, amar; se convierten en afanes secundarios. Las realizo como el que está en huelga de si mismo. Esta quimera de creerme literato me lleva de cabeza. No consigo enderezar las cosas. Un poema me detiene. El tiempo se aclimata, me espera. Me engaña, ya sé. Ahora me ha dado por los sonetos. Si al menos fueran sonetos de amor. En fin, ya sabéis.
Ayer casi la encuentro. Pero me despistó en el último segundo. Rimaba con jazmín, que es una buena forma de rimar. Dicen que el cerebro segrega endorfinas y otras fábulas cuando realizamos un hallazgo –del tipo que sea: la bioquímica no distingue entre la fórmula de un universo cuántico o la lista del supermercado–. Endorfinas que no llegaron. Endorfinas apeadas en la última estación de metro antes de la alegría.
La otra tarde hablando no sé qué con no sé quién me quedé bloqueado. La ví. Tenía cinco sílabas, un diptongo y sonreía. Me sonreía. Hay que tenerlos bien puestos para contener la euforia en público. No es cosa, tampoco, de montar escenas. Me costó. Lo confieso. Pero en esto que mi interlocutor me espetó, con toda la razón, es cierto, un ¿pero es que no me escuchas? Y todo acabó. Ni sonrisa, ni diptongo. Ya no estaba. La conversación continuó con mi ego –que es un ser que me acompaña a todas partes– subido a un mástil oteando el horizonte.
Mientras preparaba las lentejas del domingo. Me asaltó una idea peregrina. Y si está entre los libros, me dije. Maldita la hora. Ni lentejas, ni palabra. Al final acabamos comiendo un trozo de chorizo y una ensalada de tomate, lechuga y atún. Y los libros por los suelos. Y mi mujer anotando en su agenda el número de un siquiatra conocido.
Palabras. Triste destino el de los aspirantes a escritor. Las palabras nos dan vida. Y las editoriales, con palabras, nos la quitan. Es curioso como nunca coincidimos con su actual línea editorial. Curioso, también, que hallemos casi siempre las palabras que ellos no buscaban. Cada fin de mes me pregunto si serviré para esto. En fin, ya sabéis. Qué os voy a contar.