ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO
27/01/2019, 08:28
“Estamos muy lejos de darnos cuenta de todo lo que nuestras pasiones nos hacen hacer” (La Rochefoucauld, Aforismos)
Los cambios que se producen en la adolescencia, como el rechazo de los hijos hacia sus padres, son auténticas lecciones morales de la naturaleza (*). Ninguna especulación filosófica es comparable en complejidad a su intriga afectiva.
El rechazo afectivo no es como el efecto de un obstáculo que encuentro en mi camino (**), un negativo abstracto y vacío (***). Al dar un paseo podría aprender algo, de alguna manera, de la negación que conlleva el movimiento, una especulación que podría limitar el espacio adaptándolo a la figuración del concepto; sin embargo, no podría especular con un afecto que no había como si lo hubiera (****). Los cambios que se producen en la adolescencia no se podrían anticipar remitiendo la especulación al pasado. Los auténticos cambios, de los que más podríamos aprender, son los que no se esperan y para los que no estamos preparados.
(*) En la reflexión moral es conveniente cierto cinismo y distancia con las cosas. El drama afectivo de la adolescencia no tiene sólo a los hijos como protagonistas, sino también a los padres; los padres no contemplan pasivamente el padecimiento de sus hijos, sino que responden a ellos con una compleja potencia afectiva.
(**) No me refiero a otro obstáculo que el reemplazo ilimitado del espacio. El espacio no es sólo la posición que ocupan los objetos, una reflexión vacía que da vueltas en torno a la repetición del movimiento, sino su anticipación y reajuste consecuente.
(***) La expectativa causal, de una importancia enorme en todo desarrollo, no tiene validez fuera de la regla que repite. No hace más que moverse hacia atrás, regresivamente; no sabe nada de lo que está delante, esto es, por venir.
(****) La complejidad que exige la coordinación afectiva, lejos de perderse en una incertidumbre dialéctica infinitamente vacilante, está perfectamente resuelta y, en su mayor parte, hecha, esto es, pisa suelo firme.
Los cambios que se producen en la adolescencia, como el rechazo de los hijos hacia sus padres, son auténticas lecciones morales de la naturaleza (*). Ninguna especulación filosófica es comparable en complejidad a su intriga afectiva.
El rechazo afectivo no es como el efecto de un obstáculo que encuentro en mi camino (**), un negativo abstracto y vacío (***). Al dar un paseo podría aprender algo, de alguna manera, de la negación que conlleva el movimiento, una especulación que podría limitar el espacio adaptándolo a la figuración del concepto; sin embargo, no podría especular con un afecto que no había como si lo hubiera (****). Los cambios que se producen en la adolescencia no se podrían anticipar remitiendo la especulación al pasado. Los auténticos cambios, de los que más podríamos aprender, son los que no se esperan y para los que no estamos preparados.
(*) En la reflexión moral es conveniente cierto cinismo y distancia con las cosas. El drama afectivo de la adolescencia no tiene sólo a los hijos como protagonistas, sino también a los padres; los padres no contemplan pasivamente el padecimiento de sus hijos, sino que responden a ellos con una compleja potencia afectiva.
(**) No me refiero a otro obstáculo que el reemplazo ilimitado del espacio. El espacio no es sólo la posición que ocupan los objetos, una reflexión vacía que da vueltas en torno a la repetición del movimiento, sino su anticipación y reajuste consecuente.
(***) La expectativa causal, de una importancia enorme en todo desarrollo, no tiene validez fuera de la regla que repite. No hace más que moverse hacia atrás, regresivamente; no sabe nada de lo que está delante, esto es, por venir.
(****) La complejidad que exige la coordinación afectiva, lejos de perderse en una incertidumbre dialéctica infinitamente vacilante, está perfectamente resuelta y, en su mayor parte, hecha, esto es, pisa suelo firme.