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Ver la versión completa : Del olvido y la esperanza



RodolfoCarmona
25/12/2001, 19:30
El cielo es gris esta mañana de junio. El viento se hace presente en el rítmico balanceo del toldo de la terraza y en el baile sin ton ni son de los frágiles tallos del jazminero. En una ciudad con mar el levante siempre es sinónimo de oleaje, de espuma, de imágenes tenues y húmedas desdibujadas por unos ojos entreabiertos.
La pura verdad es que no sé por qué recuerdo ahora a aquella pareja de cierta edad rondando ya los sesenta, la vida hecha y los hijos fuera de casa y probablemente de sus vidas. Qué absurdamente hirientes son a veces, demasiadas para echarle la culpa a la casualidad o a la dejadez, las relaciones humanas.
En estos tiempos que corren la vida se ha convertido en un puro acto de supervivencia, en un cotidiano salto al vacío, en un ir y venir de aquí para allá sin brújula ni equipaje, en un toma y daca en que la felicidad es un Golf gti y un bolso Loewe con detalles dorados… pero me estoy yendo por los cerros de Ubeda.
La historia que quiero contarles este mes tiene que ver con el coraje, con la batalla al olvido, con la recuperación del recuerdo, con la justificación de una vida, pero será mejor que me deje de hostias y les diga su verdadero nombre: Alzehimer.
Terrible y amarga palabra que esconde tras de si el dolor y el drama de una existencia consumida en vano porque te arranca la raíz, porque te amputa la certeza de quién eres, porque te bebe el alma y se emborracha y ni siquiera te vomita despojos en los que poder seguir o adivinar tu propio rastro.
Fue una noche de invierno de hace unos tres años. Era sábado y yo había decidido quedarme en casa a ver si por fin conseguía desprenderme de un catarro que me tenía bien agarrado el pecho y la moral. Como suele pasar cuando uno no tiene nada que hacer ni tampoco las ganas de leer me entretuve con el mando de la televisión. De pronto allí estaban. Ella se llamaba… pongámosle, María, él, Arturo. La pantalla nos ofrecía la imagen de un hombre y una mujer sentados tras de una mesa de comedor oscura. María hablaba despacio, sin apartar los ojos de la cámara, sin ese nerviosismo patoso y acelerado de quien sale por primera vez por la tele. Arturo estaba en silencio, como ido, mirando sin ver, oyendo sin escuchar. Poco a poco María fue desgranando su historia. Hasta hace tres años trabajaba en una fábrica. Dijo. Era un hombre fuerte y alegre. No la alegría de la huerta pero vamos. Lo normal. Aclaró. Ahora ya lo ven, parece un vegetal. No habla, no sabe quién es él ni quién soy yo. A veces cree que soy su madre y dice mamá, mamá y se calla.
Esto es muy duro. Dice, luego bebe un poco de agua y se aclara la garganta. Un silencio irrumpe en la pantalla. Los sentimientos son como lavas hirvientes, como sangre olorosa y fértil, como clavos suaves donde agarrarse para no caer. Esto no es vida. Prosigue. Es como estar muertos. Todo la casa esta llena de fotos y pasa por ellas como un extraño. Tengo que hacerle todo. Afeitarle, darle de comer, acostarle. No. Comenta alzando la voz. No digan como todos que es como un bebé. Porque un bebé sonríe y él no sonríe nunca. Parece como si no hubiéramos vivido esta vida, como si esta vida que yo recuerdo fuera de otros. Esta enfermedad nos lo ha robado todo. María guarda una pausa. Intenta proseguir, pero rompe a llorar.
Arturo que parecía estar en otro momento, en otro lugar, mira a la cámara, lo cierto es que nos miró a todos nosotros. Luego giró la cabeza y observó un instante a su mujer y se echó a llorar. Qué quieren que les diga. Yo también lloré. Pero no con las lágrimas de Arturo. Por que esas eran las lágrimas de la impotencia sí, pero también de la esperanza. De la certeza de saber que a pesar de todo aún queda un rincón de la memoria donde aferrarse a la ilusión de que no todo se ha perdido todavía.

Adi
27/12/2001, 15:18
"La memoria es el único pecado que no tiene perdón, el olvido perpetuo y singular no se refleja en el alma. A pesar de ello no provoca sufrimiento, únicamente ofrece vacío."

RodolfoCarmona
27/12/2001, 15:23
Gracias Adi por detenerte unos instantes ante mis palabras. Un saludo.