ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO
22/12/2018, 08:48
"¡Ponerse en guardia contra quienes dan mucho valor a que se confíe en su tacto y sulileza morales en cuestión de distinciones morales!" (Friedrich Nietzsche, Más allá del bien y del mal)
La reciprocidad emocional, que “tú" y “yo” están a lo mismo, no es una figura; ninguna acumulación de experiencias sería capaz de asegurar que “tú” y “yo” sintiesen, de alguna manera, lo mismo.
La coordinación afectiva surge, más que en un nivel que nos compenetre y nos permita acercarnos al sentir ajeno (*), en uno en que ya estamos coordinados (**). La descoordinación afectiva, para decirlo problemáticamente, es un trámite necesario de la experiencia emocional, una fase “negativa” imprescindible.
Con atender a la infinidad de matices emocionales que exige una conversación, una manera habitual de relacionarse entre personas, aunque sea científicamente poco sofisticada, se comprueba que la coordinación tiene poco que ver con hacer por acercarse al otro.
(*) La cuestión de la empatía y lo que se viene a llamar “ponerse en el lugar de los demás” podría prescindir de todo trámite reflexivo. Al contrario, la reflexión afectiva es en un nivel primario que no requiere de ningún pensar en ello ni ninguna buena intención. Las “malas” intenciones, para decirlo de manera cínica, tienen tanto valor emocional como las “buenas”; la esencia del co-sentir no depende de ninguna expectativa de méritos ni de ningún merengue lingüístico.
(**) La falta de conciencia de que la coordinación emocional es una cuestión de hecho, un ”factum”, como lo llamara el sabio Kant, es una garantía del éxito de la intriga moral y la reciprocidad sentimental; la coordinación afectiva está asegurada más allá de nosotros. Si la coordinación fuese una elección, si estuviese abierta a una mejora sustancial, los hombres difícilmente se compenetrarían.
La reciprocidad emocional, que “tú" y “yo” están a lo mismo, no es una figura; ninguna acumulación de experiencias sería capaz de asegurar que “tú” y “yo” sintiesen, de alguna manera, lo mismo.
La coordinación afectiva surge, más que en un nivel que nos compenetre y nos permita acercarnos al sentir ajeno (*), en uno en que ya estamos coordinados (**). La descoordinación afectiva, para decirlo problemáticamente, es un trámite necesario de la experiencia emocional, una fase “negativa” imprescindible.
Con atender a la infinidad de matices emocionales que exige una conversación, una manera habitual de relacionarse entre personas, aunque sea científicamente poco sofisticada, se comprueba que la coordinación tiene poco que ver con hacer por acercarse al otro.
(*) La cuestión de la empatía y lo que se viene a llamar “ponerse en el lugar de los demás” podría prescindir de todo trámite reflexivo. Al contrario, la reflexión afectiva es en un nivel primario que no requiere de ningún pensar en ello ni ninguna buena intención. Las “malas” intenciones, para decirlo de manera cínica, tienen tanto valor emocional como las “buenas”; la esencia del co-sentir no depende de ninguna expectativa de méritos ni de ningún merengue lingüístico.
(**) La falta de conciencia de que la coordinación emocional es una cuestión de hecho, un ”factum”, como lo llamara el sabio Kant, es una garantía del éxito de la intriga moral y la reciprocidad sentimental; la coordinación afectiva está asegurada más allá de nosotros. Si la coordinación fuese una elección, si estuviese abierta a una mejora sustancial, los hombres difícilmente se compenetrarían.