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ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO
24/11/2018, 08:17
“Se levantó y se apoyó en uno de los brazos del sillón. Heathcliff se volvió hacia ella con una expresión de inmensa desesperanza en la mirada. Sus ojos, ahora húmedos, centelleaban al contemplarla, y su pecho se agitaba convulsivamente” (Emily Brontë, Cumbres borrascosas)

Estaba hablando cara a cara con alguien mientras me preguntaba si esa conversación se sostendría sin señales afectivas, esto es, si no se sintiese nada al hablar. Me dije, “si no te viese ni te oyese (*), ¿sentiría lo que siento, podría prescindir de sentirte?”.

Según el empirismo y el asociacionismo (**), las relaciones son consecuencias de la experiencia; no habría nada que no tuviese una deuda con la sensibilidad. Si fuese así, no sabría de ti si no te pudiera ver u oír; “tú” serías porque te vería o te oiría (***).

Quién eres “tú” puede parecer una pregunta sin interés. Que “tú” seas, según parece, no debiera inquietarme ni despertarme sospechas filosóficas. “Tú” no suscita tanta reflexión como la ha suscitado “yo” (****). Pienso lo contrario, quién eres “tú” es una pregunta mucho más difícil de responder que quién soy “yo”.

(*) Mi pregunta era si los valores básicos de la afectividad dependían de que te viera, o si, por el contrario, serían aunque no estuvieras ante mis ojos.

No pretendo negar la importancia de verte u oírte. Defiendo, más bien, que se abstrae la sensibilidad (*****), se la representa como si la sensibilidad fuese representable con garantía, sin una oposición contradictoria, con solución o, dicho de manera compleja, con una negación de su esencia problemática.

(**) Me refiero al empirismo y al asociacionismo como los modelos más cercanos al sentido común.

Mejor visto, esto es, poniendo más carne en el asador de la que exige entregarse a la experiencia, pensaba si el estimable Hume, un pensador especialmente atento a los detalles de la sensibilidad, no podría haberse contradicho con mirarse al espejo y advertir las relaciones que ninguna experiencia podría alcanzar. Esto es, por mucho que se viera y por más atención que pusiera en ello, "yo" no dejaría de verse salvo que mirase otra cosa.

(***) He aquí el problema: “tú” estás implícito en la proposición, aunque no se vea.

(****) Con “yo” me refiero a la reflexión sobre uno mismo. Cuando me miro en el espejo y veo la imagen reflejada, sé que ese que veo soy “yo” (******); cuando me caigo al suelo y me hago daño, sé que quien sufre soy “yo”; cuando leo algo o lo escribo algo, sé que lo he leído o escrito “yo”.

(*****) Una abstracción en sentido negativo, quita y está destinada al fracaso, no tiene lo que la garantizaría.

(******) Al verme reflejado en el espejo sentí serias dudas acerca de que ese que veía era “yo”; dicho de otra manera, me pregunté cómo sabía que ese que veía era “yo” y, lo que puede ser más importante, no otro.