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ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO
05/11/2018, 07:43
“Por lo común, no se tiene en cuenta la primera intriga amorosa de las mujeres hasta que tienen la segunda” (La Rochefoucauld”, Aforismos)

Las referencias que llevo haciendo a las moscas desde verano me resultaban simpáticas, me permitían quitarme algo de pedantería de encima y hablar inteligiblemente para el resto y, además, en una época de mi vida, era llamado entre mis amigos “la mosca”.

La filosofía amigable puede tener tanto interés como la más académica (*). La filosofía podría permitirse más bromas y reírse un poco de la gravedad de la reflexión. Lo verdaderamente importante está en la naturaleza de los problemas a los que uno se enfrenta.

Los esquemas sensibles de la mosca han de ser más rápidos que los nuestros (**). Pero esa “rapidez” es sólo un término, para decirlo irónicamente, relativo al espacio que la mosca puede recorrer (***). Es incomparablemente más importante el reconocimiento negativo en el espejo (****), que no reconozca su imagen reflejada en el espejo (*****)

(*) El interés de una reflexión no está siempre identificado en los libros ni en los términos habituales del mundo filosófico. De hecho, que una reflexión sea identificable es, más bien, signo de cansancio; el impulso que la mueve ha perdido fuelle y manifiesta valores negativos.

(**) No vale de nada especular si no se tiene la reflexión, en cierto modo, atada en un punto fijo. La extensión de la vista de la mosca y su capacidad de movilidad han de estar fijas en su capacidad receptiva. La vista, como toda disposición sensible, ha de ser, en su mayor parte, estable; segundamente, podrá no ser, esto es, ser plástica y extensiva.

(***) La relación del espacio con el tiempo, una de esas majaderías que se venden como una reflexión de importancia, no sólo es una banalidad, sino que siempre lo ha sido y, al menos en la reflexión filosófica, se ha sabido desde siempre.

(****) Si la mosca no reconoce su propia imagen no es por un problema de rapidez perceptiva. La mosca, en ese sentido, es muy rápida. Su problema no es relativo al espacio que pueda recorrer, sino de una cualidad que no se corresponde con los valores del espacio que recorre y, por tanto, no se esperan sin mediación (******).

(*****) La reflexión es algo que todo momento atraviesa, la mosca o cualquier otro ser a concurso. La mosca, de alguna manera, sabe que es y no es la mano que la pretende golpear. El reflejo del espejo es innecesario o, dicho de manera problemática, no es lo esencial.

(******) Dado que “yo” sí se reconoce ante el espejo, la cuestión, ahora, es cómo habría de ser para que la mosca pudiera reconocerse y ejecutar la mediación que, justamente, le falta para reconocer su imagen.

El reconocimiento, independientemente de las referencias sensibles que se corresponden con su expectativa, lo que erróneamente se considera su extensión, es un auténtico problema especulativo, y no tanto porque se carezca de medida, todo sea dicho, la mayor parte de su esencia problemática, sino por lo contrario, porque se toma lo que no es por lo que es.

El reconocimiento debiera dejar de verse como una especie cognoscitiva, un apaño inútil de fijar, una dialéctica sin progreso, pretende avanzar por una vía muerta. Semejante síntesis requiere demasiado poco esfuerzo reflexivo, no hace nada, está demasiado cerca o demasiado lejos (*******); así visto, y por mas paradójico que resulte, no está al alcance, no está disponible.

(*******) Ya en verano señalé hacia lo que era indiferente a la mosca. La mosca, como la conciencia humana, sólo atiende a lo está delante de sus narices, lo que tiene frente a los ojos. Sin embargo, no me preguntaba, de manera simple, por lo que la mosca veía o no veía, sino por todo el recorrido de la vista y, una vez hubiera sido, la esencia de su reflexión.