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ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO
13/10/2018, 06:29
“¿Pero cómo es posible que un sufrimiento que no es el “mío”, que no “me” afecta, se convierta en un motivo para mí de forma inmediata como en otro caso lo sería el mío propio, y me mueva a obrar? Como se dijo, sólo por el hecho de que yo, aunque ese sufrimiento se me dé como algo exterior a través de la mera intuición o la noticia externa, sin embargo lo “co-siento” [mitempfinde], lo “siento como mío”, pero no “en mí”, sino “en otro” […] Pero esto supone que yo, en cierta media, me he identificado con el otro y que, por consiguiente, la barrera entre yo y no-yo se ha suprimido momentáneamente: sólo entonces el asunto del otro, su necesidad, su carencia, su sufrimiento, se convierten inmediatamente en míos: entonces ya no lo veo, tal y como la intuición empírica me lo ofrece, como extraño a mí, indiferente para mí y totalmente distinto de mí; sino que en él com-padezco yo, pese a que su piel no esté conectada con mis nervios” (Arthur Schopenhauer, Los dos problemas fundamentales de la ética)

Hace unos años aparecieron en la neurociencia un tipo de neuronas denominadas “neuronas espejo”. Las neuronas espejo, para decirlo muy resumidamente, no sólo se activan en mí cuando el otro ejecuta movimientos, sino, lo que es incomparablemente más importante, cuando el otro siente algo; no hay sólo una implicación motora en los otros, una coordinación con sus movimientos, sino con sus movimientos emocionales.

Las neuronas espejo me resultaban muy atractivas, pero dejaban muchas respuestas sin resolver. Eran tantas que, en cierto modo, las tuve que rechazar. Me dije, “bueno, todo eso siempre se ha sospechado; es una evidencia y necesidad del trato intersubjetivo (*), el trato con otros; así que, dado de que la filosofía de Schopenhauer te lo anticipó, ¿por qué no tratas de pensar el asunto como si no supieras nada de esas neuronas?”.

(*) Sin embargo, muchos filósofos, del pasado hasta prácticamente ayer mismo, lo han negado hasta la necedad. La “apatía” se ha venido considerando una virtud (**), un privilegio de la razón y las potencias intelectuales. Son pocas las excepciones a esto: David Hume, Rousseau, la filosofía moral escocesa y, claro está, Arthur Schopenhauer. No hay que investigar mucho para dar con todos los que se les oponen, la mayoría: Platón, Descartes, Spinoza, Kant, Nietzsche, Heidegger, Ortega, ….

(**) Si hubiera una indiferencia primaria hacia los otros, el hombre permanecería aislado; no habría otra razón que uniera a los hombres que su propio interés. Si no hubiera una fuente de solidaridad infinita (****), siempre renovada, los hombres no se interesarían por lo ajeno (***).

(***) La prioridad de lo ajeno frente a lo propio no es una elaboración de ego, una posición frente al otro. El otro está en el ego, viene consigo sin que el ego lo ponga. Sucede lo contrario, es el ego el que se opone al otro, choca con él; sin embargo, el otro no está limitado a ese enfrentamiento, sino que su oposición se desarrolla en un plano que la dialéctica no sospecha, sus términos no le pertenecen.

(****) En la solidaridad está yo y no-yo. No-yo, sin embargo, no es una negación figurada, no es una exclusión, sino una extensión, es más amplio que yo; no-yo no es la negación simple de yo, sino de complejidad.