ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO
23/09/2018, 07:18
“Me vi obligado a incurrir en la insatisfactoria conclusión de que mientras “hay”, fuera de toda duda, combinaciones de simplísimos objetos naturales que tienen el poder de afectarnos así, el análisis de este poder se encuentra aún entre las consideraciones que están más allá de nuestro alcance” (Edgar Allan Poe, La caída de la Casa Usher)
Quien haya tratado con personas sordas habrá comprobado que hablan con dificultad. El problema reside en que, al no poder oír, una contradicción de esencia, no se oyen a sí mismos; la persona sorda no puede hacer mejoras en el habla sino con gran dificultad.
A pesar de la dificultad planteada, las personas sordas hacen ciertos ejercicios que tratan de mejorar su relación con el habla. La persona sorda, que no oye, habla como si oyese. Habría que ayudarles a hacer lo contrario, que hablasen como si no oyesen e incidiendo en lo que carecen (*).
El efecto de no oír no se limita al oído. No se oye la propia voz desde fuera, sino, en el sentido que nos interesa, desde dentro (**). Oírse sería un oír complejo que no sólo implicaría oír una voz, sino asignar a la voz una cualidad egocéntrica, que la voz que se oyese fuera la de quien emite el sonido.
Estos actos complejos que soportan al “yo”, que no suscitan la reflexión tanto como debieran, indican unos enlaces de la sensibilidad con quien la siente, y hacen posible lo que se denomina apercepción. Dicho de otra manera, si no hubiera estos enlaces, las sensaciones no se reconocerían; al decir algo, no se esperaría que lo dicho fuese oído (***).
(*) Esta tesis es totalmente especulativa, Según mi parecer, habría que lograr, de alguna manera, que la persona sorda sintiese el empuje afectivo que garantiza que la expectativa de oír la propia voz quedase renovada; de lo contrario, carece de capacidad de rectificación (****).
Veamos un caso de un término que no se ha oído y que es preciso oír para ejecutarlo correctamente. Cuando se aprende a hablar, hay que ejecutar el habla y aprender cómo se pronuncia. Alguien que no conozca el castellano, no sabría cómo se pronuncia la letra "ñ" salvo que se le indique cómo se hace. Pues bien, la persona que sufra sordera no sabe cómo suena lo que se dice. Lo suplanta mediante cierto hábito que podrá (*****), de alguna manera, ir perfeccionando. Sin embargo, las personas sordas no tratan de perfeccionar la escucha; por ahora, no hay nada que hacer con el problema de esencia de su sensibilidad (******). Lo que podrán hacer es corregir los fallos de articulación.
(**) Al oír la propia voz reproducida artificialmente en una grabación se advierte que la voz propia no se oye desde fuera de uno mismo de la misma manera que desde adentro.
(***) Sin este empuje, sólo se aprendería en abstracto; no se aprendería nada.
(****) La esencia comunicativa, imprescindible en toda relación social, depende del oído en un nivel primario, esto es, en sus primeros pasos. No obstante, al pensar en el lenguaje y sus formas esenciales, todas las que hay en él, este tipo de fases, sorprendentemente, se deja de lado.
El enlace de proposiciones es algo que se pone por un principio de coherencia interna, es lo que es y como es; no se dice nade de lo que no es. La capacidad reflexiva que permite lo abstracto tiene garantía si no hay una razón mejor y, preferiblemente, si no se prueba su argumentación falsa, si no hay algún fallo en alguna de sus partes (******).
(*****) Hay cosas que el hábito, por mucho que se practique, no va a producir.
(******) Hay partes, empero, de las que se puede prescindir, no son esenciales.
Quien haya tratado con personas sordas habrá comprobado que hablan con dificultad. El problema reside en que, al no poder oír, una contradicción de esencia, no se oyen a sí mismos; la persona sorda no puede hacer mejoras en el habla sino con gran dificultad.
A pesar de la dificultad planteada, las personas sordas hacen ciertos ejercicios que tratan de mejorar su relación con el habla. La persona sorda, que no oye, habla como si oyese. Habría que ayudarles a hacer lo contrario, que hablasen como si no oyesen e incidiendo en lo que carecen (*).
El efecto de no oír no se limita al oído. No se oye la propia voz desde fuera, sino, en el sentido que nos interesa, desde dentro (**). Oírse sería un oír complejo que no sólo implicaría oír una voz, sino asignar a la voz una cualidad egocéntrica, que la voz que se oyese fuera la de quien emite el sonido.
Estos actos complejos que soportan al “yo”, que no suscitan la reflexión tanto como debieran, indican unos enlaces de la sensibilidad con quien la siente, y hacen posible lo que se denomina apercepción. Dicho de otra manera, si no hubiera estos enlaces, las sensaciones no se reconocerían; al decir algo, no se esperaría que lo dicho fuese oído (***).
(*) Esta tesis es totalmente especulativa, Según mi parecer, habría que lograr, de alguna manera, que la persona sorda sintiese el empuje afectivo que garantiza que la expectativa de oír la propia voz quedase renovada; de lo contrario, carece de capacidad de rectificación (****).
Veamos un caso de un término que no se ha oído y que es preciso oír para ejecutarlo correctamente. Cuando se aprende a hablar, hay que ejecutar el habla y aprender cómo se pronuncia. Alguien que no conozca el castellano, no sabría cómo se pronuncia la letra "ñ" salvo que se le indique cómo se hace. Pues bien, la persona que sufra sordera no sabe cómo suena lo que se dice. Lo suplanta mediante cierto hábito que podrá (*****), de alguna manera, ir perfeccionando. Sin embargo, las personas sordas no tratan de perfeccionar la escucha; por ahora, no hay nada que hacer con el problema de esencia de su sensibilidad (******). Lo que podrán hacer es corregir los fallos de articulación.
(**) Al oír la propia voz reproducida artificialmente en una grabación se advierte que la voz propia no se oye desde fuera de uno mismo de la misma manera que desde adentro.
(***) Sin este empuje, sólo se aprendería en abstracto; no se aprendería nada.
(****) La esencia comunicativa, imprescindible en toda relación social, depende del oído en un nivel primario, esto es, en sus primeros pasos. No obstante, al pensar en el lenguaje y sus formas esenciales, todas las que hay en él, este tipo de fases, sorprendentemente, se deja de lado.
El enlace de proposiciones es algo que se pone por un principio de coherencia interna, es lo que es y como es; no se dice nade de lo que no es. La capacidad reflexiva que permite lo abstracto tiene garantía si no hay una razón mejor y, preferiblemente, si no se prueba su argumentación falsa, si no hay algún fallo en alguna de sus partes (******).
(*****) Hay cosas que el hábito, por mucho que se practique, no va a producir.
(******) Hay partes, empero, de las que se puede prescindir, no son esenciales.