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ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO
21/08/2018, 06:34
“Las generalizaciones son siempre interesantes, pero las generalizaciones morales no significan absolutamente nada” (Oscar Wilde)

De las peores cosas que puede hacer el filósofo es sacar los pies del tiesto, meterse donde no le llaman y hablar de lo que no sabe. Platón, más que ningún otro, se ceñía metódicamente a esa regla para mostrar lo positivo de lo que no se sabe.

Muchas discusiones entre filósofos han surgido porque hablan, con frecuencia, cada uno a su manera. No hay que ser especialmente reflexivo para anticiparse a que, discutiendo así, a la manera de cada cual, no se llega a ningún consenso. Discutir, con frecuencia, es algo ocioso, en la mayor parte de los casos, poco más que luchas de egos.

El relativismo y la reflexión al gusto, el mundo multicolor, no caben en lo primario de la reflexión (*). Si cupiesen, su esfuerzo se agotaría (**), no habría manera de ponerse a salvo en un punto, de la manera que sea, estable.

Cuando veo algo bello, lo primero de todo, lo veo. La cualidad de lo bello o atractivo, sin embargo, no está primeramente en la vista, en lo que entra por los ojos (***). Los valores de atracción no están en la vista ni en el objeto visto, la cháchara aconceptual que pretende pensar sin términos para ello. Pensar sin términos, más o menos conscientes, es una barbarie.

(*) La reflexión requiere, más que diversidad de objetos a los que referirse, una garantía interna, una capacidad de remontarse a los objetos, un centro en que dejarlos caer; no le son primariamente extraños. Lo múltiple, finalmente, no es sino la extensión de lo uno. La reflexión debe estar preparada, por tanto, para resolver, de alguna manera, el problema al que se enfrenta.

(**) El esfuerzo se comprueba empíricamente, pero ninguna verdadera reflexión es propiamente empírica. La reflexión ha de ser, contrariamente, una posibilidad que ha de estar primariamente disponible, sin necesidad de objetos extraños. De no ser así, ninguna posibilidad tendría garantía como objeto de reflexión; y si fuese así, si las posibilidades no dependiesen de un contrario primario, serían indiferentes, no habría por dónde tomarlas.

(***) Los ciegos entienden la belleza, aunque no vean. En ese sentido problemático, la belleza es inteligible, no sensible.

No se trata, sin embargo, de demarcar entre lo sensible y lo inteligible con palabras, a ciegas, poniendo ante la vista lo que no se ve. Esa sensibilidad es puramente figurada y metafórica. Los valores de discriminación estética, que no se corresponden con los de la sensibilidad de otra manera que la del hábito y su irracionalidad, no están sujetos, en lo primario, a arbitrariedad alguna; dicho de manera decisiva, y para que se me entienda, los valores primarios permanecen a pesar de la arbitrariedad, lo primario no deja de ser.