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Ver la versión completa : Afectividad básica



ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO
30/07/2018, 05:20
“¿Acaso conseguimos ver la cienmilésima parte de lo que existe? Piense en el viento, la mayor fuerza de la naturaleza, que derriba hombres, abate los edificios, arranca de raíz los árboles, hace alzarse el mar en montañas de agua, destruye los acantilados, hace pedazos los barcos, el viento que mata, que silba, que gime, que ruge. ¿Acaso lo ha visto alguna vez? ¿puede verlo? Y, sin embargo, existe” (Guy de Maupassant, El Horla)

La vida social no sería posible sin un soporte emocional. Sin un impulso afectivo básico, la relación con el otro no tendría otro interés que el (interés) propio, el del ego. El ego se quita según aparece el otro (*); el “yo”, frente al otro, tiene un ángulo ciego por el que se cuela la afectividad que el otro provoca. La relación del “yo” consigo mismo no se puede comparar a la relación con "otro yo”; en la conciencia de “yo” no hay primariamente noción para el otro, no tiene capacidad de reflejarlo (**).

La teoría que defiende el papel central del ego en las relaciones sociales es una falsedad, una reflexión no sólo moralmente negativa, sino intelectualmente pobre; carece de objeto de reflexión.

En cierto modo, el “yo”, para decirlo de manera reconocible, acompaña a todas nuestras representaciones. Ese ”yo”, sin embargo, es cognoscitivo, una inducción que se hace pasar por deductiva y se pone, erróneamente, primera al ser. El “yo” no conoce primeramente, sino segundamente; lo que el “yo” conoce es la extensión del “yo”, por lo que “yo” pasa.

El dilema afectivo va mucho más lejos de una problemática representativa y puntual. Son dramas ante los que lo intelectual es incapaz y cede ante la profundidad emocional.

Si no hubiese estrés social, cierta tensión implícita en las relaciones con otros, la relación afectiva no renovaría su interés, perdería la ventaja de su posición (***). El impulso social no toma fuerza de las capacidades intelectuales (potencias intelectivas), sino de las afectivas e inmediatamente intuitivas.

(*) El "yo" no se opone al otro como el otro se opone al "yo". No son términos intercambiables, esencialmente indiferentes. El otro tiene primeramente al "yo" consigo (****), pero no sucede al revés; esto es, el "yo" no tiene al otro consigo sino segundamente, alcanzándolo.

La oposición del otro al "yo" quita al "yo" sin conflicto, esto es, sin drama aparente y sin que "yo" se sienta quitado. No es una oposición como un obstáculo ante la vista que no me deje ver. Su negación es mucho más compleja y profunda, mucho más lenta que la rapidez fenoménica. Sus valores negativos no están activos inmediatamente, no son aparentes. Sucede lo contrario, "yo" permanece ante el otro sin que, en apariencia, deje de ser (*****); el otro opone al "yo" un obstáculo afectivo que apenas se percibe, una tensión con más valores positivos del otro que del "yo"; el otro es afirmado sin parecer que el "yo" sea negado.

El "yo" no es una sustancia, es, para decirlo claramente, una apariencia; en el mejor de los casos, es una existencia, finalmente, destinada a pasar, no queda. El otro, por el contrario, no es una oposición relativa al "yo", una frivolidad filosófica artificial; el otro es el encaje y soporte fundamental del "yo" y la capacidad y desarrollo de la conciencia, su destino.

(**) En la relación afectiva del bebé con su madre no hay un “yo” que se oponga dialécticamente a la madre. Al contrario, la madre está afirmada en el bebé haciéndole dependiente de ella.

Desde hace unos años se ha defendido como supuesta novedad la influencia del desarrollo afectivo de las personas haciéndose hincapié en el desarrollo emocional de la niñez. El psicoanálisis viene defendiendo esas tesis desde hace un siglo.

(***) La posición afectiva no se refiere a objetos del mundo externo, como los objetos reconocibles en el espacio. Son discriminaciones primeras y anteriores a la representación de los objetos. Es decir, cuando veo a alguien conocido, siento cierta alegría al reconocer la cara que veo. Sin embargo, la alegría que siento no depende primariamente de verlo; la alegría es un valor afectivo que enlazo a los objetos que veo.

(****) El otro es otro-yo, "yo" complejo, "no-yo" positivo, esto es, sin que "yo" sea abstraído o negado, sino al revés, lleva a "yo" consigo. El otro es la extensión de "yo" por la que vuelve a él, su reflexión.

La extensión de "yo" implica el paso por "no-yo", avanza a su costa, el trámite que lo enfrenta con un reflejo positivo; el otro no es un reflejo pasivo, indiferente a su efecto, sino que "no-yo" se positiviza, encuentra respuesta a su espera.

Así visto, "no-yo" es la primera realización de "yo", el enfrentamiento consigo mismo, su propia oposición y el rellenamiento de su vacío.

"No-yo" no es, sin embargo, un negativo genuino, no es un compuesto de la abstracción. "No-yo" extiende al "yo" a lo que "yo" no puede poner, de lo que "yo" sería incapaz. El recorrido de "yo" no sería posible sin "no-yo" (******); "no-yo" es lo que trasciende a "yo".

Su aspecto negativo es verbal. Su esencia es afirmativa, es algo, más propiamente, alguien, es un valor personal.

(*****) Los valores de "yo" irían a menos sin que "yo" dejase de ser; "yo" estaría preparado para tolerar al otro, lo llevaría consigo.

(******) La extensión de "no-yo" no es física. "No-yo" no es la sustracción de "yo" del total. No es el camino que "yo" transita; es, mejor visto, su diferencia con el resto de cosas, su cualidad, el soporte que lo garantiza. Al chocar con otro frontalmente hay una oposición que alcanza la negación del espacio. Hay una incompatibilidad. El espacio de "yo" no puede seguir siendo donde es el de "no-yo". La dialéctica entre "yo" y "no-yo", más allá de metáforas del lenguaje, no se soluciona en un nivel espacial, como no es de extrañar. Su resolución no se produce contraponiendo los términos en juego hasta que la afirmación de uno neutralice la negación del otro. La posibilidad tercera, que reúne al "yo" y al "no-yo" (******), es en un nivel afectivo, podríamos decir sin miedo, en un nivel metafísico.

(******) No obstante, este "no-yo" está sin madurar, no ha alcanzado su opuesto positivo.