ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO
23/01/2015, 09:59
“No sólo nuestro lenguaje es, en primer lugar, lenguaje del mundo externo, también el interés preferente se dirige en principio al mundo externo. Hasta tal punto no es “en principio” sólo su “representación” -según la charlatanería del idealismo- que el hombre apenas se cuida de la figura efímera de su representación, de su oscilación y continua transformación tras las cosas estables que ella simboliza (….) El “mundo” está dado aquí realmente –no en sentido gnoseológicamente erróneo de una sedicente “filosofía idealista como su representación”. Y esto no sólo rige en la esfera de la “representación”, sino también para la actuación de la “voluntad”” (M. Scheler, Los ídolos del conocimiento de uno mismo; Fuentes de los engaños de la percepción interna, pg. 85)
Admiro mucho a Scheler. Rara vez no he encontrado alguna inspiración en las obras suyas que he estudiado. Sin embargo, no conviene dejarse llevar demasiado por las corrientes afectivas para no encontrase liado en el “enmañaramiento” de los conceptos en cuestión. No cabe duda que Scheler pretende potenciar la ironía a costa de los términos de la principal obra de Schopenhauer, “El mundo como representación y voluntad”.
Uno de los casos físicos de los que Scheler se sirve para mostrar que el engaño concierne, primeramente, a la voluntad con independencia del juicio, me ha traído a la memoria dos casos de los que, alguna vez, me he servido para tratar la misma cuestión: la coordinación de la mano para acercar la taza de café, y golpearse contra una puerta demasiado baja al pretender pasar por ella. El ataque de Scheler hacia Schopenhauer está tan injustificado que termina defendiendo lo mismo que defendía este último.
La garantía de los juicios de existencia por la que Brentano, otra de las víctimas de los brotes interpretativos de Scheler, permitía extender la indeterminación que era objeto de la representación, ahondar en sus posibilidades, ponía la representación en ventaja ante el ámbito judicativo, la remitía a sí, a su actividad interna; el ámbito de la representación se anteponía al de los juicios.
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Admiro mucho a Scheler. Rara vez no he encontrado alguna inspiración en las obras suyas que he estudiado. Sin embargo, no conviene dejarse llevar demasiado por las corrientes afectivas para no encontrase liado en el “enmañaramiento” de los conceptos en cuestión. No cabe duda que Scheler pretende potenciar la ironía a costa de los términos de la principal obra de Schopenhauer, “El mundo como representación y voluntad”.
Uno de los casos físicos de los que Scheler se sirve para mostrar que el engaño concierne, primeramente, a la voluntad con independencia del juicio, me ha traído a la memoria dos casos de los que, alguna vez, me he servido para tratar la misma cuestión: la coordinación de la mano para acercar la taza de café, y golpearse contra una puerta demasiado baja al pretender pasar por ella. El ataque de Scheler hacia Schopenhauer está tan injustificado que termina defendiendo lo mismo que defendía este último.
La garantía de los juicios de existencia por la que Brentano, otra de las víctimas de los brotes interpretativos de Scheler, permitía extender la indeterminación que era objeto de la representación, ahondar en sus posibilidades, ponía la representación en ventaja ante el ámbito judicativo, la remitía a sí, a su actividad interna; el ámbito de la representación se anteponía al de los juicios.
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