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Ver la versión completa : Solidaridad de la espera, la espera de lo mismo; del otro abstracto a su afectividad



ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO
21/11/2014, 08:28
{476} “Nuestra envidia siempre dura más que la felicidad de aquellos a quienes envidiamos” (François de La Rochefoucauld, Máximas)


En la expectativa del lenguaje está el otro. El otro está asentado en toda espera, el otro no viene por cualquier sitio; la totalidad por la que entra el otro reside en "la falta". Ahora bien, conviene establecer una distinción fundamental en “el otro abstracto”: la categoría de la que depende el otro abstracto, "lo otro", es una categoría ontológica; por el contrario, la categoría de la que depende "el otro afectivo" es moral, viene de adentro, está consigo.

Mi ruptura con el pensamiento filosófico-sociológico acerca del otro surgió a raíz de la intuición de que el otro abstracto era falso (*), no era capaz de cumplir con lo que se esperaba de él.

Pongo el pensamiento sociológico a la altura del filosófico por algunos autores clásicos de la teoría sociológica. Son muy pocos, nada parecido a una generalidad; el pensamiento sociológico se caracteriza por la superficialidad de su reflexión, rara vez reflexiona porque desconoce sobre qué tiene que reflexionar (**). Por otro lado, esto no es casual, sino que indica la altura a la que se da una experiencia de la que la sociología no llega a desembarazarse; la sociología no sabe qué pesa la "acción social" ni su densidad en la sociedad, esto es, su concepto solidario.

(*) La verdad del otro no se corresponde con su representación o idea; la categoría que representa al otro no es capaz de cumplir con todo lo que exige su presencia (***), su unidad no está garantizada, no tiene garantía de que vaya a seguir estando; el otro reclama del “uno mismo” mucho más de lo que uno mismo puede dar de sí (****).

He de aclarar, en todo caso, que la “intuición falsa” depende de una idea contrapuesta a sí misma que profundiza en una de las capas que tiene debajo, esta es, la de su expectativa, un pliegue temporal ilusorio sobre el que se erige sin haber pasado por un proceso de elaboración que ponga su tiempo por encima de todo tiempo por venir, así pues, abstrae el aspecto creativo de la historicidad y en lo que la historia participa de su tiempo.

(**) La sociología y algunas de sus cuestiones pendientes han sido el centro de muchas de mis reflexiones durante años. Me enganché tanto a ellas que no supe cómo desengancharme. No obstante, desde que fui consciente de ello, supe que la única manera de terminar la digestión se encontraba en la metafísica: ahondar en la raíz en la que descansan los problemas más que en su solución, encararla de frente.

(***) La presencia del otro no es su experiencia, la presencia no se refiere a otro histórico que no sea el mismo que sigue estando; la experiencia es, por el contrario, la insistencia de su contradicción, esto es, su no-ser. La presencia del otro y su experiencia no son lo mismo, la presencia del otro es una figura que prepara un sitio para que el otro tenga dónde caer (*****).

(****) Esta desigualdad permite cierta amplitud, no se queda fija en su dialéctica, sino que viene por encima de ella; su actividad es genuina, tiene ventaja.

El otro no tiene a priori más espacio que uno; sin embargo, llegado el momento, el otro trae consigo algo que uno no tiene, muestra inmediatamente su contradicción, reemplaza a uno, "se pone en su lugar" (******).

Aquí se puede entender fácilmente por qué reclamo espacios extendidos para los que pido sitio; la intuición, por sí sola, no es capaz de poner otros espacios en juego que los que tiene en ella de serie, sus valores espaciales por defecto, por así decir.

(*****) Esta caída no es la misma que "la caída heideggeriana", una caída en la que el Dasein no deja de caer hasta que llega a la muerte, sin solución posible (*******). El otro del que hablo está en el mismo espacio que el uno; uno y otro, en general, caen por el mismo sitio por el que cae una piedra; empero, hay lugar para una especialidad de espacios que deja sitio para la afectividad y movimientos internos distintos del espacio que ocupa la piedra.

Heidegger extrae la existencia del otro un ámbito que no es auténticamente originario, sino, fundamentalmente, distante; yo extraigo, exactamente, lo contrario. Heidegger interpretó a Nietzsche al revés que yo. En este sentido, no leo a Nietzsche desde Heidegger; leo a Nietzsche desde una perspectiva que pueda llevar a una interpretación de la moral que descubra la moral misma.

(******) Esto es una ironía moral. A pesar de que la interpretación vulgar de la empatía sea lo que se viene a conocer como "la capacidad de ponerse en el lugar del otro", cuando hablo de empatía no hablo de nada que tenga que ver con un afecto social propio de una psicología (social) sin otros conceptos que los que estén a su altura. La psicología social no da respuesta a la cuestión de “en qué aspecto toda psicología es social y en qué sentido lo social es distinto del resto de sentidos"; la psicología social no pone el peso en el sitio específico que su concepto reclama, la cuestión que tiene pendiente resolver. Así pues, cuando hablo del otro y el afecto del que se sirve, el problema que todo otro moral lleva en las entrañas, hablo de "fenomenologia afectiva", las capas que toda estética moral tiene debajo y yo trato de poner a la vista.

(*******) La interpretación que hace Heidegger de la angustia echa a perder todo el potencial que tiene el análisis ético-existencial de Kierkergaard, la preparación que aprovecha su síntesis: descubrir lo que está oculto. El "temple resolutivo" de Heidegger es un "quiero y no puedo", un instante vano que la eternidad ignora mientras lo está engullendo.

ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO
28/11/2014, 07:14
Para hacer más intuitiva la idea del otro y lo que su presencia conlleva podría valer la siguiente explicación:

Si se traza una línea en la imaginación, ésta puede ir a cualquier sitio (*); si se trazan cuerdas que "materialicen" las líneas de la imaginación (**), las líneas se afirmaran por encima de las posibilidades de las líneas imaginativas, siguen las reglas por las que vienen determinadas ciñéndose a ellas (***); si en las líneas en las que se han trazado cuerdas aparece “el otro”, la afirmación del espacio cambia de patrón, el espacio no se sigue, sino que sigue al "otro", el espacio se desplaza hacia él.

La estética del otro abstracto, un otro cualquiera, es distinta de la del otro moral en la categoría de la que cada uno depende. En principio, la extensión el espacio es indiferente, el espacio se puede reproducir sin encontrar contradicciones que invaliden el patrón que sigue su reproducción; ahora bien, llegado cierto punto, la extensión del espacio se satura, su unidad de medida, pierde validez (****). Así pues, los espacios no dependen de lo mismo.

(*) Esta capacidad será tanto menos especulativa cuanto más educada esté.

(**) Este instante material no está en relación con su instante formal, sino que son dos fases distintas por las que pasa el instante.

La totalidad del instante en la que afirma su superioridad al paso del tiempo, por lo tanto, está en un tiempo mismo especulativo; no es un tiempo ingénito que sea independiente del tiempo y, al no haber sido creado, “siempre” haya estado ahí.

La eternidad es un concepto temporal negativo que saca algo de la falta de sensibilidad para todo tiempo posterior; así pues, lo que aporta depende de un defecto formal: el tiempo es una ilusión retrospectiva sin nada adentro. Toda idea positiva del tiempo está en el tiempo por venir, el que, todavía, no ha llegado y está, más inmediatamente, a la espera.

(***) Me refiero a la desventaja de la posibilidad frente a la actualidad. La afirmación que está consigo es la base de “la ventaja”.

(****) Esta pérdida de valor interno del espacio es más grave que una “pérdida”. La pérdida recorre las capas de su interioridad en las que se asienta la unidad en la que converge con lo externo; lo interno no mira a lo externo para seguir siendo, sino que se mira a sí mismo.

El cambio cualitativo arrastra consigo al cambio cuantitativo, esto es, el avance cuantitativo depende de una cualidad que le hace sitio, la cualidad ayuda a afirmar el ser de la cantidad; sin embargo, no sucede al revés, esto es, el cambio cuantitativo no se traduce en un cambio cualitativo. Esto significa, dicho resumidamente, que las nociones más externas y, por así decir, más generales, son una construcción hecha a toda prisa, sin sitio para el detalle; el detalle se deja caer en la especulación intrínseca de la que depende la garantía de lo abstracto y con lo que se solidariza todo lo general.

ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO
01/12/2014, 08:34
“¿Y no es acaso bello imaginar que dos seres estén destinados el uno al otro? ¿No se ha tenido a menudo el impulso de ir más allá de la conciencia histórica, el ansia, la añoranza de esa selva virgen que hemos dejado atrás, y no cobra ese ansia un doble significado cuando se la asocia a la representación de otro ser que habitaría también esas comarcas?” (S. Kierkegaard, "O lo uno o lo otro"; La validez estética del matrimonio)

No me pasa mucho que simpatice con un autor tanto, ¡y tan pronto!, como me pasa con Kierkegaard. Me parece, en un solo instante (*), que estamos en un mismo sitio, que no hace falta decir más; todo lo que se diga ya ha sido dicho (**). ¿O no hay ningún misterio oculto tras el decir? ¿Qué se ocultará tras la contradicción aparente?

(*) El instante es una figura temporal, una falta en la que cae el pensamiento ante su incapacidad para ubicarse temporalmente de una vez (***), el tiempo no cabe en sus manos; el instante no está en el tiempo ni, mucho menos, es un tiempo espacial.

(**) No se trata de un problema de orden en el decir. La afirmación genuina del decir no va detrás de algo para adelantarse a ello; sucede, mejor visto, que el orden no es sino la forma de manifestar los conceptos que más abusan de la experiencia abstracta. Un tiempo genuino no pide sitio, sino que está ya en él.

(***) Hace unos días me distancié radicalmente de la caída heideggeriana, una caída en la que no se deja de caer (****). La categoría a la que pertenece el otro moral no puede ser deducida, el otro no sigue las reglas que sigue el pensamiento; de no estar el otro presente, no se puede ir a él.

(****) Lo genuino del "ser con el otro" de Heidegger depende de un ámbito impropio, lo que no diría nada del otro y su ser conmigo; el otro no diría todo, sino sólo mucho; estar con otro sería un compuesto puro impuro, en otras palabras, degenerado y decadente; el otro sería una copia.

ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO
03/12/2014, 07:01
Hace tiempo comenté que Kierkegaard se sirve de la “experiencia religiosa” para extraer de ella una nueva categoría, el pecado es el despertar del espíritu, abre un mundo; yo la extraigo de la experiencia moral, del espacio que ocupa el otro. Kierkegaard dice que el pecado despierta la angustia, “el vértigo que surge cuando, al querer el espíritu poner la síntesis, la libertad echa la vista hacia abajo por los derroteros de su propia posibilidad, amarrándose entonces a la finitud para sostenerse”; yo pongo el concepto de libertad en entredicho, lo determino recorriéndolo por dentro, paso a paso (*), sin dejarme "llevar".

El tiempo del otro, la reafirmación de su historia mientras se hace presente, busca eternidad (**), se reafirma consigo; es una infinitud temporal en la que el individuo temporal no llega a asentarse (***). El fondo del otro, el otro sustancial, está, rigurosa y necesariamente, determinado, tiene que estar ahí; en este sentido, el otro está, principalmente, hecho, vuelve a su sitio. Empero, el otro está siempre ahí a la espera, no termina de llegar. El tiempo del otro es una determinación que, a pesar de todo, se abre paso (****). La experiencia de fondo que el otro recorre tiene muchas capas, hay muchas experiencias dentro de sí.

El concepto de libertad es una arbitrariedad negativa que siempre arrastra deudas, una historia con las manos atadas que abstrae sus movimientos, sustrae de las manos el movimiento. Su parte positiva concierne a la posibilidad con la que especula sin que se llegue a realizar, hace un cuarto más grande que la casa; un solo hombre no es libre, la libertad es una realización histórica superficial, sin correlato interno; su actividad no llega a terminarse, no llega a hacerse actual.

Cuando comenté esto que digo tenía en mente la cuestión de unas reglas para la moral, que, dicho en otras palabras, el problema de la ilusión moral estaba en la forma menor para que fuese determinada a priori por la mayor en beneficio del sentido moral de las diversas representaciones (*****), el cerco a la forma subjetiva determinada por la voluntad.

(*) Esto es, un paso tras otro, a distancia. Los pasos del hombre se dan poco a poco, con mucho esfuerzo; a los dioses y ángeles no les cuesta esfuerzo alguno. El tiempo original viene de golpe; su representación, por el contrario, se da a pedazos.

En la conciencia del hombre no hay lugar para que la libertad sea satisfecha sino en abstracto. La única libertad que el hombre puede alcanzar es gradual e imperfecta; la libertad perfecta es irrealizable.

El ámbito de la libertad es indeterminado, no es inmediato, sino todo lo contrario. Lo inmediato llega de una vez; lo mediato viene por fases, lentamente y haciéndose rogar. Para llegar a la libertad hay que darse tiempo, hacer que sea posible, crear cierto artificio.

La libertad es una idea sin relación con lo concreto. Lo excede totalmente. Es un concepto sin materia; sólo tiene sitio para lo abstracto. Para que el concepto de libertad sea realizable hay que elaborar una idea hecha a su medida, la del ser indeterminado, o indeterminación del ser, el espíritu, un ser sin nada positivo que no sea sí mismo. Lo que descansa en la idea de libertad es un ansia, un estado del ánimo con una finalidad sin satisfacer.

(**) Se trata de las tendencias, la idea de “ir a algún sitio”. "En el sitio" está implícita "la posibilidad de ir", y "en el ir" está implícito "un sitio"; así pues, ¿de qué demonios se está hablando si no se habla de nada?

(***) El falso infinito, o malo, es una figura desarrollada por Hegel para tener por dónde encarar la falta de determinación del infinito, su caída en lo sensible. Defiendo que no hay ninguna idea positiva en él que no sea, íntimamente, una distancia; es un auténtico coladero por el que todo cae. Para encarar un no-determinado se debiera empezar por la determinación, no al revés, esto es, encarando lo indeterminado como si fuese un ámbito primero y sustantivo. Sucede todo lo contrario, a cada pasa que el infinito da acumula densidad abstracta, un repliegue sobre la indiferencia, una distancia con la sensibilidad, una nada a la que no hay manera de poner cara; en el instante crítico, a la hora de verse las caras, cuando no hay lugar para más espera y la incansable demora de lo abstracto se satura, cuando la urgencia se abre camino, lo negativo no puede consigo, no está a la altura ni pesa lo suficiente.

(****) La llegada del otro causa sorpresa. No hay preparación posible para él. El otro aporta algo que sin él no habría; el otro no trae sólo compañía, sino una modificación interna del ser, lo extiende.

(*****) Al título "La ilusión moral de Kant" le acompañaba la cuestión de “si la moral no era la ilusión de un sentimiento objetivo dado a partir de una subjetividad”.

Kant, ciertamente, no quería hablar de sentimientos para resolver la síntesis de la moral, y prefería permanecer en un ámbito inteligible sin contaminar por lo empírico (******). El problema de la moral estaba en la falta de desarrollo de un ámbito que rigiese en la voluntad. Los sentimientos eran el problema, que cada cual deformaba la materia a su manera.

(******) Esta “permanencia” es, por más paradójico que parezca, “insostenible”. El cambio no es una fase externa, sino, mejor visto, propia e interna, inherente. ¿Cuánto más habría qué extender las especies temporales para llegar al tiempo máximo sobre el que la eternidad da vueltas y a partir del que no da más de sí?

ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO
05/12/2014, 09:32
El espacio afectivo no es un espacio sensible. Su determinación no viene de afuera, del ámbito de la sensación. Los pasos de afuera se pueden medir porque hay lugar para una correspondencia que se sirve de lo abstracto para sustituir la interioridad a lo que no llega; apenas hay lugar para el ajuste de la medida (*). El régimen afectivo, por el contrario, viene de adentro, es una respuesta interna.

(*) Esta medida se basa en que la intuición externa está, primeramente, adaptada a la generalidad con la que se relaciona, una extensión intrínsecamente limitada (**); su especialidad, segundamente, cae bajo la expectativa que sigue la regla unificando lo distinto, limitándose a sí (***); no obstante, la medida se repite entre lo mismo ocultándose bajo el amparo de que no hay sensibilidad para ella y sus defectos.

(**) Una extensión intrínsecamente limitada es una extensión falsa, sin autenticidad, una extensión sin recorrido.

(***) La caída de esta especialidad es consecuencia de la fase pasiva que atraviesa lo abstracto, cuando se deja llevar. Su actividad posible es desaprovechada (****).

(****) Este desaprovechamiento se manifiesta en una repetición histórica que, en lugar de centrarse en los desarrollos de fondo, lo que corre debajo, se contenta con la actividad aparente que más se adapte a su medida (*****).

(******) La medida no es un concepto cualitativo sino cuantitativo, avanza detrás de algo repitiendolo; es un lugar pasivo, inactivo.