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Ver la versión completa : Medida de la moral



ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO
24/10/2014, 08:24
El ámbito moral no se presta a representación como otros ámbitos. Para pensar la moral hay que elaborar ciertas ideas que recompongan las cosas, hacer un sitio para ellas, que lo pensado se corresponda con la afectividad que le acompaña.

El pensamiento de la moral no se corresponde con el pensamiento mismo; el pensamiento arrastra una carga afectiva que deja al pensamiento en desventaja frente a ella; lo afectivo no se deja llevar por el pensamiento, la prioridad del pensamiento pierde, pues, la delantera.

La problemática del mantenimiento de la cosa pensada consiste en que: a) se opone a sí misma, se aparta de sí en el instante de su apariencia y pierde conciencia de las fuerzas que la presionan, esto es, hacen que su determinación pierda “poder” (*); b) y, por otro lado, reafirma la dialéctica que tiene encima, amplía la desventaja de la conciencia dejándole estar, reafirma su presencia. De hecho, la correspondencia es una modalidad que atraviesa lo a priori al extender la generalidad de instantes que su intención comprende y a la que su temporalidad se adelanta (**).

La reflexión sobre la moral no es incierta de otra manera que depositando sus esperanzas en un coladero, donde no hay suficiente lugar para ubicar las cosas en su “justa medida”; no hay una correspondencia genuina.

(*) Este poderío es una ironía del pensamiento al pedir cuentas a la capacidad abstracta; el pensamiento se enfrenta consigo mismo. Lo abstracto, ora antes, ora después, descansa en una nada; viene de ningún sitio y no va a sitio alguno.

Todo lo abstracto sustituye algo, mantiene su existencia sin apoyarse en nada genuino; no descansa en nada positivo sino, muy al contrario, en una expectativa vacía. Lo abstracto, visto así, es un fenómeno imposible, sin otra aproximación que una esencialmente distante, una garantía sin garantía que, llegado el momento, cede su espacio (***). No hay actividad genuina en su fundamento, aquello de lo que íntimamente depende; no tiene consigo sino una distancia, no es ella consigo misma, coexistente.

(**) La interioridad de la intención asociada a un objeto, la “intencionalidad” (estar "referido a"), que toda voluntad va detrás de algo, abstrae de qué está hecha su temporalidad, que su experiencia atraviesa una fase formal de cierta densidad interna por la que fluye. Toda inclinación es a priori, sigue unas reglas que la determinan.

Adelantarse a la temporalidad requiere pensar los términos temporales con ventaja, que la determinación temporal ahonde en nuevas posibilidades temporales.

(***) La figura del espacio, tal y como la vengo usando últimamente, no tiene atributos espaciales, sino que pertenece al ámbito pensante en el que su actividad, sin embargo, no es enteramente inteligible ni fenomenológica, en el sentido de ser noumenal (perfectamente pensable); la inteligibilidad es problemática, no tiene una garantía esencial, no logra ser pensable sólo por ella (****).

(****) Lo inteligible termina en un callejón sin salida. Cuando rastrea las categorías de las que depende, cuando piensa su determinación esencial, pone el pensamiento delante y, lógicamente, se ve atropellado por sí mismo; llega al mismo sitio en el que está, no avanza.

ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO
25/10/2014, 06:38
Toda inclinación consiste en la reafirmación de un sentido anteriormente experimentado. La inclinación sigue de suyo un camino, su sentido ya no atraviesa primeramente una fase experimental; no va a tientas, sino que avanza de manera determinada. La posibilidad de la inclinación está madura, su posibilidad no está tanto a la espera como está ya en ello; su interioridad se ha realizado, recorre un camino.

Al escribir ésto, “estar ya en ello”, primeramente, he seguido una inclinación típica del lenguaje al escribir “seguir estando” para referirme a un modo de estar que insiste en su estancia, reafirma un modo que adopta el ser extendiendo su estancia.

Cuando el pensamiento se encadena al lenguaje pierde la mayor parte de su poder. Pensar filosóficamente consiste en romper las cadenas del lenguaje y permitir ir a la cosa en sí, esto es, a lo que contiene. Este contenido, no obstante, no es algo que se tenga como el que tiene dos ojos para ver, sino, mejor visto, que los ojos tienen implícita la vista. Ver no consiste en la actividad con la que se ve ésto o lo otro, “ver con los ojos”; ver, en sentido filosófico, consiste en poner algo ante los ojos para que sea visto.

Esta semana me he encontrado con una aclaración de Kant acerca de que “el ámbito conceptual de la metafísica contiene los principios puros a priori de la física en su significación más universal” (KdpV, A249). Recordé inmediatamente lo que alguien me preguntara lleno de sospechas cuando me vio leyendo “Física” de Aristóteles: “¿y de qué trata ese libro?”. Contesté de manera muy parecida a la cita que traigo de Kant: “Física” era una preparación de los términos de los que trataran los conceptos de “Metafísica”, el fondo en el que se asentaba su especulación”.