Ciro
10/09/2014, 17:29
"Unánime es la voz de la humanidad en admitir la existencia de un lugar donde las almas, abandonada ESTA vida sin estar plenamente reconciliadas con su Creador, deben ser retenidas antes de entrar en la posesión de la felicidad eterna. Ciertamente que este argumento es por sí de tan gran valor, que, aunque la Iglesia no hubiese proclamado la existencia del Purgatorio como dogma de fe, debería bastar para persuadirnos de ellas. Pero la Iglesia ha hablado claro a este respecto, y en el Concilio de Trento, apoyada en la autoridad de las sagradas Escrituras y en la constante tradición católica, definió solemnemente, en la sesión veinticinco, “que no sólo existe el Purgatorio, sino también que las almas que allí son detenidas PUEDEN ser ayudadas con los sufragios de los fieles y especialmente con el adorable sacrificio del la Misa”. Y con esta definición condenó de una vez para siempre la doctrina protestante. Verdad es que la palabra Purgatorio no se halla formalmente expresada en los Santos Evangelios; pero ¿qué debe importarnos esto si hallamos claramente expresado cuanto ella significa? Y ante todo dos indicaciones principales nos hace Nuestro Señor Jesucristo mismo: la primera está en el evangelio de San Mateo (capítulo XIII), donde nos habla de una blasfemia injuriosa al Espíritu Santo, añadiendo que semejante pecado no se perdonará ni en esta vida ni en la futura. Los intérpretes de la Sagrada Escritura y los Doctores de la Iglesia toman este texto para demostrar la existencia del Purgatorio. En efecto, si existe en el otro mundo un lugar donde ciertos pecados, por no ser graves, pueden ser perdonados, este lugar no puede ser otro sino aquel que llamamos Purgatorio, porque los pecados de los condenados son irremisibles.
En el Evangelio de San Lucas (capítulo XII) el mismo divino Redentor nos dice que a prudencia nos impone el deber de habérnoslas con nuestro adversario, mientras todavía nos hallamos por el camino, esto es, en vida, por temor de que, llegados al término del viaje, él no PUEDA entregarnos en las manos del Juez, y éste en las de su ministro, el cual nos aherrojará en una prisión de la cual no es posible salir en tanto no se haya satisfecho la deuda hasta el último maravedí. Según esta enseñanza de Jesús, es claro que si hacemos penitencia de nuestros pecados en la vida presente, nuestro adversario, que puede ser el demonio o también nuestra propia conciencia, en la cual está escrita la ley de Dios, nos acusará al término de la vida ante el Juez, que es el mismo Jesucristo, y él nos encerrará en una cárcel que no puede ser otra sino la del Purgatorio, y de la que no saldremos hasta que hayamos satisfecho, ya sea por medio de nuestros sufrimientos, bien por medio de la caridad de los vivos, toda la pena debida por nuestras culpas.
Pero el testimonio que más explícitamente que cualquier otro nos prueba la existencia del dogma del Purgatorio, es el que nos da san Pablo en su primera carta a los de Corinto: “Hay quien sobre el fundamento de la fe pone por materiales oro, plata, piedras preciosas, es decir, obras perfectas; otro también hay que pone maderas, heno, hojarasca, o sea, obras defectuosas. El que edificó del primer modo recibirá la PAGA establecida; pero el que edificó del segundo mudo deberá padecer por ello; no obstante no dejará de salvarse, si bien como quien pasa por el fuego”, esto es, deberá sufrir temporalmente en las llamas purificadoras del Purgatorio, según explican concordes los Padres de la Iglesia, revestidos de una dignidad y de una antigüedad de que no gozan los postulados protestantes, aparecidos en escena dieciséis siglos después de la Institución del cristianismo.
“El apóstol San Pablo, nota aquí San Francisco de Sales, se sirve en este pasaje de doble semejanza: la primera es la del arquitecto que, EMPLEANDO materiales sólidos, construye una casa sobre buenos fundamentos; la segunda, al contrario es la del otro arquitecto que, edificando sobre los mismos fundamentos, emplea materias combustibles. Supongamos ahora, añade el Santo, para entrar en el pensamiento del Apóstol, que el fuego prenda en ambas casas; la que ha sido fabricada con materiales sólido no sufrirá desperfecto, mientras que la otra quedará al instante reducida a cenizas. Si el arquitecto de la primera se hallare dentro de ella, saldrá sano y salvo; el otro, sin embargo, si quiere salvarse, deberá necesariamente pasar a través de las llamas y recibir sobre sí las huellas del incendio. Imagen natural del Purgatorio, en el cual las almas manchadas con cualesquiera culpas que no merecen el infierno deberán pasar y recibir también las señales del incendio por las obras de la otra vida; mientras que las almas que no tienen necesidad de purificarse de ninguna mancha de culpa son preservadas de estas llamas, y van derechas al cielo a recibir la recompensa por sus buenas obras”.
Finalmente, omitiendo otros testimonios tomados de las Escrituras del Nuevo Testamento, referiré solamente lo que dice San Juan en el capítulo quinto de su Apocalipsis. “Y a todas las criaturas en el cielo, sobre la tierra, debajo de la tierra…, oí que decían: Al que está sentado sobre el trono y al Cordero, bendición, honor, gloria y poder por los siglos de los siglos”. Cuáles sean las criaturas que están en el cielo y sobre la tierra ya lo sabemos; pero ¿cuáles son, preguntan los intérpretes aquellas otras que debajo de la tierra cantan alabanzas al Altísimo? No pueden ser otras, responden, más que las almas de los fieles difuntos, que se hallan recluidas en aquella prisión subterránea, llamada Purgatorio, en donde, no obstante el rigor de los tormentos, no cesan de bendecir y de alabar al Señor. No son ciertamente las almas de los condenados, porque éstas, bien lejos de alabar y bendecir al Señor, le blasfeman de CONTINUO....."
https://www.aciprensa.com/difuntos/difuntos1.htm
En el Evangelio de San Lucas (capítulo XII) el mismo divino Redentor nos dice que a prudencia nos impone el deber de habérnoslas con nuestro adversario, mientras todavía nos hallamos por el camino, esto es, en vida, por temor de que, llegados al término del viaje, él no PUEDA entregarnos en las manos del Juez, y éste en las de su ministro, el cual nos aherrojará en una prisión de la cual no es posible salir en tanto no se haya satisfecho la deuda hasta el último maravedí. Según esta enseñanza de Jesús, es claro que si hacemos penitencia de nuestros pecados en la vida presente, nuestro adversario, que puede ser el demonio o también nuestra propia conciencia, en la cual está escrita la ley de Dios, nos acusará al término de la vida ante el Juez, que es el mismo Jesucristo, y él nos encerrará en una cárcel que no puede ser otra sino la del Purgatorio, y de la que no saldremos hasta que hayamos satisfecho, ya sea por medio de nuestros sufrimientos, bien por medio de la caridad de los vivos, toda la pena debida por nuestras culpas.
Pero el testimonio que más explícitamente que cualquier otro nos prueba la existencia del dogma del Purgatorio, es el que nos da san Pablo en su primera carta a los de Corinto: “Hay quien sobre el fundamento de la fe pone por materiales oro, plata, piedras preciosas, es decir, obras perfectas; otro también hay que pone maderas, heno, hojarasca, o sea, obras defectuosas. El que edificó del primer modo recibirá la PAGA establecida; pero el que edificó del segundo mudo deberá padecer por ello; no obstante no dejará de salvarse, si bien como quien pasa por el fuego”, esto es, deberá sufrir temporalmente en las llamas purificadoras del Purgatorio, según explican concordes los Padres de la Iglesia, revestidos de una dignidad y de una antigüedad de que no gozan los postulados protestantes, aparecidos en escena dieciséis siglos después de la Institución del cristianismo.
“El apóstol San Pablo, nota aquí San Francisco de Sales, se sirve en este pasaje de doble semejanza: la primera es la del arquitecto que, EMPLEANDO materiales sólidos, construye una casa sobre buenos fundamentos; la segunda, al contrario es la del otro arquitecto que, edificando sobre los mismos fundamentos, emplea materias combustibles. Supongamos ahora, añade el Santo, para entrar en el pensamiento del Apóstol, que el fuego prenda en ambas casas; la que ha sido fabricada con materiales sólido no sufrirá desperfecto, mientras que la otra quedará al instante reducida a cenizas. Si el arquitecto de la primera se hallare dentro de ella, saldrá sano y salvo; el otro, sin embargo, si quiere salvarse, deberá necesariamente pasar a través de las llamas y recibir sobre sí las huellas del incendio. Imagen natural del Purgatorio, en el cual las almas manchadas con cualesquiera culpas que no merecen el infierno deberán pasar y recibir también las señales del incendio por las obras de la otra vida; mientras que las almas que no tienen necesidad de purificarse de ninguna mancha de culpa son preservadas de estas llamas, y van derechas al cielo a recibir la recompensa por sus buenas obras”.
Finalmente, omitiendo otros testimonios tomados de las Escrituras del Nuevo Testamento, referiré solamente lo que dice San Juan en el capítulo quinto de su Apocalipsis. “Y a todas las criaturas en el cielo, sobre la tierra, debajo de la tierra…, oí que decían: Al que está sentado sobre el trono y al Cordero, bendición, honor, gloria y poder por los siglos de los siglos”. Cuáles sean las criaturas que están en el cielo y sobre la tierra ya lo sabemos; pero ¿cuáles son, preguntan los intérpretes aquellas otras que debajo de la tierra cantan alabanzas al Altísimo? No pueden ser otras, responden, más que las almas de los fieles difuntos, que se hallan recluidas en aquella prisión subterránea, llamada Purgatorio, en donde, no obstante el rigor de los tormentos, no cesan de bendecir y de alabar al Señor. No son ciertamente las almas de los condenados, porque éstas, bien lejos de alabar y bendecir al Señor, le blasfeman de CONTINUO....."
https://www.aciprensa.com/difuntos/difuntos1.htm