georgeone
25/08/2014, 20:51
No sabía donde exponer una pequeña duda que tengo con el ordenador, si este no es el lugar adecuado para contarla ruego que la pongan donde se considere conveniente. Cualquier ayuda será bienvenida.
La pasada noche estaba leyendo un relato plácida y precisamente en esta sección, apoyada la espalda en el potro cuando la pantalla se puso de un color oscuro sordo y aparecieron simultáneamente varias señales de aviso del programa antivirus. Siempre lo hacen en el ángulo inferior derecho pero esta vez su situación era variable, saltaban de esquina a esquina sin parar, siguiendo un sentido antihorario y cada salto llevaba asociado un chillido de esos que tienen los antivirus que ponen a dar brincos a la aorta.
Con la flema que da la ignorancia, puesto que soy distraído para los ordenadores, salí dando voces al pasillo en busca de la ayuda de la frau. No había nadie, me encontraba solo y creía que no lo estaba. Al volver, la puerta del cubículo se había cerrado con la corriente y no había manera de abrirla. Tantas humedades acaban por entumecer la madera cuando menos falta hace. Dentro, el antivirus insistía: ¡Aaarg!... ¡Aaarg!... ¡Aaarg!...
Con unos cuantos porrazos, la puerta terminó por abrirse, había un individuo obeso sentado en pelotas en mi silla. La ventana estaba cerrada.
—¿Usted es...?
—Sí.
—Por la tele da mejor.
—Ya...
—Vengo a buscarle.
—¿Tan pronto? No estoy preparado pero lo sé... la cruel parca no espera, tarde o temprano tendría que pasar y ha sido más bien temprano, el mundo de los vivos no me echará de menos, todo está cumplido.
—Usted debe ser imbécil.
—¡Oiga!, no falte, hombre —le dije aliviado. También que qué hacía ahí, que qué pretendía con su aptitud y que su asquerosa presencia resultaba improcedente. Le brillaba el mentón justo debajo del agujero de la boca y eso no lo soporto:
—¡No le aguanto, baboso! —le dije. Me habló de sus hijos. La gente no escucha a los demás.
Bueno, al grano:
Por detrás de la pantalla del ordenador brotaba ectoplasma verde eléctrico, no sé si esto será normal porque suele ser de un color más apagado. Me hace sospechar que posiblemente haya que pintar las paredes con otro tono. La red de hilos brillantes comenzó a volverse tupida en exceso así que me fui a hacer café, que me sale muy bueno, para tomarlo junto con el señor gordo:
—Tardo poco.
—Vaya, vaya.
Al volver con la bandeja me encuentro al tío rebozándose con la masa verde y suspendido en el aire a la altura de las lámparas dando vueltas hacia adelante sobre sí mismo. No paraba de decir: ¡Aaarg!... ¡Aaarg!... ¡Aaarg!...
Le eché. Ahora los virus degluten las lámparas de mi ordenador alegremente y sin oposición y a mí me posee la tristeza.
Bien, si encontráis alguna solución, sin meteros conmigo, soy todo oídos.
Abrazos cariñosos
La pasada noche estaba leyendo un relato plácida y precisamente en esta sección, apoyada la espalda en el potro cuando la pantalla se puso de un color oscuro sordo y aparecieron simultáneamente varias señales de aviso del programa antivirus. Siempre lo hacen en el ángulo inferior derecho pero esta vez su situación era variable, saltaban de esquina a esquina sin parar, siguiendo un sentido antihorario y cada salto llevaba asociado un chillido de esos que tienen los antivirus que ponen a dar brincos a la aorta.
Con la flema que da la ignorancia, puesto que soy distraído para los ordenadores, salí dando voces al pasillo en busca de la ayuda de la frau. No había nadie, me encontraba solo y creía que no lo estaba. Al volver, la puerta del cubículo se había cerrado con la corriente y no había manera de abrirla. Tantas humedades acaban por entumecer la madera cuando menos falta hace. Dentro, el antivirus insistía: ¡Aaarg!... ¡Aaarg!... ¡Aaarg!...
Con unos cuantos porrazos, la puerta terminó por abrirse, había un individuo obeso sentado en pelotas en mi silla. La ventana estaba cerrada.
—¿Usted es...?
—Sí.
—Por la tele da mejor.
—Ya...
—Vengo a buscarle.
—¿Tan pronto? No estoy preparado pero lo sé... la cruel parca no espera, tarde o temprano tendría que pasar y ha sido más bien temprano, el mundo de los vivos no me echará de menos, todo está cumplido.
—Usted debe ser imbécil.
—¡Oiga!, no falte, hombre —le dije aliviado. También que qué hacía ahí, que qué pretendía con su aptitud y que su asquerosa presencia resultaba improcedente. Le brillaba el mentón justo debajo del agujero de la boca y eso no lo soporto:
—¡No le aguanto, baboso! —le dije. Me habló de sus hijos. La gente no escucha a los demás.
Bueno, al grano:
Por detrás de la pantalla del ordenador brotaba ectoplasma verde eléctrico, no sé si esto será normal porque suele ser de un color más apagado. Me hace sospechar que posiblemente haya que pintar las paredes con otro tono. La red de hilos brillantes comenzó a volverse tupida en exceso así que me fui a hacer café, que me sale muy bueno, para tomarlo junto con el señor gordo:
—Tardo poco.
—Vaya, vaya.
Al volver con la bandeja me encuentro al tío rebozándose con la masa verde y suspendido en el aire a la altura de las lámparas dando vueltas hacia adelante sobre sí mismo. No paraba de decir: ¡Aaarg!... ¡Aaarg!... ¡Aaarg!...
Le eché. Ahora los virus degluten las lámparas de mi ordenador alegremente y sin oposición y a mí me posee la tristeza.
Bien, si encontráis alguna solución, sin meteros conmigo, soy todo oídos.
Abrazos cariñosos