tutifruti
13/04/2014, 05:44
LOS GERANIOS
Con la nariz casi pegada a los cristales del balcón, permanecía ensimismada en sus pensamientos, miraba sin ver los geranios cuajados de flores, la enredadera que buscaba un lugar entre los barrotes de hierro forjado, pero miraba sin ver lo que la rodeaba, su pensamiento, estaba a dos mil quilómetros... el fragor de la tormenta le ayudaba a trasladarse y vivir en otro lugar una tormenta semejante, al lado entonces, de un ser muy querido. Recordó la conversación de meses atrás. “Que tiempo tan loco, hace unos momentos lucía un sol espléndido, y mira cómo en cuestión de un par de horas se ha cubierto el cielo de negros nubarrones. No te puedes imaginar cuánto añoro el clima Mediterráneo”
También entonces estaba detrás de un gran ventanal, mirando la sucesión de relámpagos y escuchando el fragor de los truenos. Sólo que por aquel entonces ni la lluvia ni el frio repentino hacían mella en nuestro estado anímico. Después de una larga separación volvíamos a estar juntas, y nada hubiera logrado estropearnos la charla amena, las confesiones hechas a media voz, para no despertar a los que disfrutaban de un reparador sueño después de la comida. La lluvia parecía una cortina de agua movida por el fuerte viento, que hacía golpear con fuerza las ramas de los árboles contra los cristales. El jardín se veía encharcado, las altas hierbas y arbustos se mecían de un lado a otro para quedar al fin doblegados por el peso del agua; los geranios recién traídos de España, puestos estratégicamente para que quedaran resguardados del aire, apenas si se movían. Tan sólo hacía dos días que los habíamos instalado después de un largo viaje, incluso sabiendo que a los primeros fríos se morirían, pero ahora daban un encanto especial con su colorido y brillantez. Todo lo que hiciera para revivir esencias de su país natal, merecía la pena hacerlo. Las añoranzas eran tantas... el idioma distinto, la manera de ser de los oriundos, poco habladores, taciturnos y replegados en sí mismos, contrastaba con nuestro carácter Mediterráneo, Por este motivo, aquellos insignificantes geranios, con su presencia le ayudaban a recordar todo cuanto había dejado atrás.
La vívida luz de un rayo, la obligó instintivamente a separarse un poco del cristal, devolviéndola a la realidad.
¿Qué estaría ocurriendo a dos mil quilómetros de aquí, también llovería? Era muy probable. Allá la lluvia era la cosa más normal.
Si era así, estaba segura, que también en aquellos momentos, su pensamiento vagaría por el Cosmos, hasta encontrarse, para rememorar juntas el día en que vivieron una tormenta semejante.
Dese aquel lejano día de vacaciones en pleno agosto que visitó aquel País, siempre que el tiempo se presentaba irascible como ahora, su pensamiento indefectiblemente volaba a su lado.
Miró sus geranios expuestos sin ningún tipo de precauciones a la lluvia, la tormenta actual, había arrancado unos cuantos pétalos, que descansaban, dejando constancia de la tormenta. Sabía que no era importante que hubiera sucedido esto; en pocos días se recuperarían; se sonrió al pensar que era como si alguien fuera en zapatillas de andar por casa, aquellos geranios estaban en una tierra que los acogía cálidamente por lo que podían permitirse el lujo de perder unas cuantas flores, porque en un par de días volverían retoñar; en cambio allá, tan lejos todas las precauciones eran pocas, sólo podían lucir sus mejores galas en julio y agosto, en estos sesenta días hacían su aparición todas las flores, llenando de vida y de color las frías ciudades del norte de Europa, para finalmente morir heladas a primeros de octubre.
Sabía que la próxima carta que le escribiera la empezaría así: Querida hija, hoy hemos tenido una fuerte tormenta, que me ha hecho pensar más en ti si cabe, recordando aquel día de vacaciones que pasamos juntas.....
Barcelona octubre 2000
http://lh5.googleusercontent.com/-E-iGgKm1WFA/UxtQoxnur9I/AAAAAAAAAjQ/fK7cT49Xgzc/w346-h259/geranio.png
Con la nariz casi pegada a los cristales del balcón, permanecía ensimismada en sus pensamientos, miraba sin ver los geranios cuajados de flores, la enredadera que buscaba un lugar entre los barrotes de hierro forjado, pero miraba sin ver lo que la rodeaba, su pensamiento, estaba a dos mil quilómetros... el fragor de la tormenta le ayudaba a trasladarse y vivir en otro lugar una tormenta semejante, al lado entonces, de un ser muy querido. Recordó la conversación de meses atrás. “Que tiempo tan loco, hace unos momentos lucía un sol espléndido, y mira cómo en cuestión de un par de horas se ha cubierto el cielo de negros nubarrones. No te puedes imaginar cuánto añoro el clima Mediterráneo”
También entonces estaba detrás de un gran ventanal, mirando la sucesión de relámpagos y escuchando el fragor de los truenos. Sólo que por aquel entonces ni la lluvia ni el frio repentino hacían mella en nuestro estado anímico. Después de una larga separación volvíamos a estar juntas, y nada hubiera logrado estropearnos la charla amena, las confesiones hechas a media voz, para no despertar a los que disfrutaban de un reparador sueño después de la comida. La lluvia parecía una cortina de agua movida por el fuerte viento, que hacía golpear con fuerza las ramas de los árboles contra los cristales. El jardín se veía encharcado, las altas hierbas y arbustos se mecían de un lado a otro para quedar al fin doblegados por el peso del agua; los geranios recién traídos de España, puestos estratégicamente para que quedaran resguardados del aire, apenas si se movían. Tan sólo hacía dos días que los habíamos instalado después de un largo viaje, incluso sabiendo que a los primeros fríos se morirían, pero ahora daban un encanto especial con su colorido y brillantez. Todo lo que hiciera para revivir esencias de su país natal, merecía la pena hacerlo. Las añoranzas eran tantas... el idioma distinto, la manera de ser de los oriundos, poco habladores, taciturnos y replegados en sí mismos, contrastaba con nuestro carácter Mediterráneo, Por este motivo, aquellos insignificantes geranios, con su presencia le ayudaban a recordar todo cuanto había dejado atrás.
La vívida luz de un rayo, la obligó instintivamente a separarse un poco del cristal, devolviéndola a la realidad.
¿Qué estaría ocurriendo a dos mil quilómetros de aquí, también llovería? Era muy probable. Allá la lluvia era la cosa más normal.
Si era así, estaba segura, que también en aquellos momentos, su pensamiento vagaría por el Cosmos, hasta encontrarse, para rememorar juntas el día en que vivieron una tormenta semejante.
Dese aquel lejano día de vacaciones en pleno agosto que visitó aquel País, siempre que el tiempo se presentaba irascible como ahora, su pensamiento indefectiblemente volaba a su lado.
Miró sus geranios expuestos sin ningún tipo de precauciones a la lluvia, la tormenta actual, había arrancado unos cuantos pétalos, que descansaban, dejando constancia de la tormenta. Sabía que no era importante que hubiera sucedido esto; en pocos días se recuperarían; se sonrió al pensar que era como si alguien fuera en zapatillas de andar por casa, aquellos geranios estaban en una tierra que los acogía cálidamente por lo que podían permitirse el lujo de perder unas cuantas flores, porque en un par de días volverían retoñar; en cambio allá, tan lejos todas las precauciones eran pocas, sólo podían lucir sus mejores galas en julio y agosto, en estos sesenta días hacían su aparición todas las flores, llenando de vida y de color las frías ciudades del norte de Europa, para finalmente morir heladas a primeros de octubre.
Sabía que la próxima carta que le escribiera la empezaría así: Querida hija, hoy hemos tenido una fuerte tormenta, que me ha hecho pensar más en ti si cabe, recordando aquel día de vacaciones que pasamos juntas.....
Barcelona octubre 2000
http://lh5.googleusercontent.com/-E-iGgKm1WFA/UxtQoxnur9I/AAAAAAAAAjQ/fK7cT49Xgzc/w346-h259/geranio.png