Davidmor
02/04/2014, 05:34
Pablo encuentra puntos en común con sus oyentes y se adapta a ellos
Basado en Hechos 17:16-34
PABLO está cada vez más a disgusto. Va caminando por Atenas, centro griego del saber donde antaño difundieron sus doctrinas Sócrates, Platón y Aristóteles, y que además es una ciudad sumamente religiosa. A cada paso se topa con un ídolo: en los templos, en las plazas, en las calles... por dondequiera que va. Y es que allí se da culto a todo un panteón de divinidades. Pero el fiel apóstol conoce muy bien lo que piensa Jehová acerca de esas imágenes y, como él, las detesta (Éxo. 20:4, 5).
2 Al llegar al ágora (la plaza de mercado), se encuentra con un espectáculo asqueante: en el ángulo noroeste, cerca de la entrada principal, se alza una hilera de estatuas fálicas del dios Hermes. Y la plaza entera está llena de santuarios y capillas. ¿Cómo va a predicar el ardoroso misionero en un ambiente tan idolátrico? ¿Logrará reprimir su exasperación y encontrar puntos en común con sus oyentes? Lo que es más, ¿conseguirá ayudar a alguno a buscar al único Dios verdadero y de hecho encontrarlo?
3 En Hechos 17:22-31 podemos leer el discurso que pronunció ante la intelectualidad ateniense. Examinemos detenidamente su disertación, modelo de elocuencia y tacto, pues contiene lecciones muy útiles que nos permitirán sintonizar con nuestro auditorio y ayudarlo a razonar.
“En la plaza de mercado” (Hechos 17:16-21)
4 Pablo visitó Atenas durante su segunda expedición misional, hacia el año 50. Mientras aguardaba la llegada de Silas y Timoteo, que se habían quedado en Berea, “se puso a razonar en la sinagoga con los judíos”, tal y como acostumbraba. También localizó un lugar donde podía entrar en contacto con los atenienses ajenos al judaísmo: el ágora, o “plaza de mercado” (Hech. 17:17). Situada al noroeste de la Acrópolis, abarcaba unas 5 hectáreas (12 acres). Pero era mucho más que un centro de intercambio comercial. Era la plaza mayor o, en palabras de un especialista, el “corazón económico, político y cultural de la urbe”. Constituía el punto predilecto para reunirse y entablar discusiones intelectuales.
5 En aquel marco se enfrentó a un público difícil, con filósofos de dos escuelas rivales: la epicúrea y la estoica. Los primeros creían que la vida había surgido por azar, por pura casualidad. Su actitud existencial se ha resumido en las siguientes palabras: “No hay que temer a Dios. En la muerte no se siente nada. El bien es alcanzable y el mal es soportable”. Los estoicos, por su parte, daban prioridad a la lógica y la razón, y rechazaban que Dios fuera un ser personal. Además, ninguno de los dos grupos creía en la resurrección tal como la enseñaban los discípulos de Cristo. Es patente que ambos sistemas filosóficos resultaban incompatibles con las elevadas verdades del cristianismo predicadas por el apóstol.
6 ¿Cómo respondieron aquellos eruditos griegos a las enseñanzas de Pablo? Algunos lo tildaron de “charlatán” o, más literalmente, de “recogedor de semillas” (Hech. 17:18; nota). ¿Qué indicaba ese insulto? Según un comentarista, el término griego “se refería en sus orígenes al pájaro que iba de un lado a otro recogiendo granos; más tarde se aplicó a las personas que merodeaban por el mercado buscando sobras de comida y otros desechos. Terminó usándose en sentido figurado para designar a quienes iban tomando de aquí y de allá opiniones sueltas, sobre todo si luego las hilvanaban sin orden ni concierto”. En definitiva, aquellos hombres tan cultos estaban acusando al apóstol de ser un plagiario, un copión ignorante. Pero, como veremos, él no se dejó intimidar por tales descalificaciones.
7 Las cosas no han cambiado demasiado. Muchos se burlan de nosotros porque sostenemos creencias basadas en la Biblia. Por ejemplo, hay educadores que proclaman que la teoría de la evolución es un dogma incuestionable y que todo el que tenga dos dedos de frente debe aceptarla sin protestar. Como nos negamos a creer en ella, nos catalogan de incultos. Estos académicos nos presentan ante el público como indoctos “recogedores de semillas”, palabreros que recurren a “detallitos” del mundo natural para justificar sus doctrinas bíblicas. Pero, en vez de acobardarnos, seguimos defendiendo con confianza nuestra creencia en que la vida en la Tierra es obra de un Diseñador inteligente, nuestro Dios Jehová (Rev. 4:11).
8 Otros reaccionaron de manera distinta a la predicación de Pablo en la plaza. Dijeron: “Parece que es publicador de deidades extranjeras” (Hech. 17:18). Pero ¿de verdad estaba introduciendo en Atenas el culto a nuevos dioses? De ser así, se jugaba el pellejo, pues siglos atrás, Sócrates había sido sentenciado a muerte por ese mismo cargo. Ante tan grave acusación, no es de extrañar que llevaran al apóstol al Areópago para que explicara las doctrinas que les resultaban extrañas. ¿Cómo defendería su mensaje delante de individuos que no habían recibido ninguna formación bíblica?
“Varones de Atenas, contemplo que...” (Hechos 17:22, 23)
9 Recordemos lo molesto que se sintió Pablo al ver tanta idolatría. Sin embargo, en vez de despotricar contra el culto a las imágenes, mantuvo la compostura. Con exquisita delicadeza, trató de ganarse a sus oyentes y hallar un terreno común. Comenzó con esta introducción: “Varones de Atenas, contemplo que en todas las cosas ustedes parecen estar más entregados que otros al temor a las deidades” (Hech. 17:22). En cierto sentido, les vino a decir: “Ya veo que son muy religiosos”. Sabiamente, los felicitó por su inclinación espiritual. Comprendía que aun quienes están cegados por la falsedad pueden tener el corazón bien dispuesto hacia la verdad. A fin de cuentas, él recordaba siempre su propia historia, pues más tarde escribió: “Antes [...] era ignorante y obré con falta de fe” (1 Tim. 1:13).
10 Luego pasó a mencionar que había visto claras muestras de su religiosidad, entre ellas un altar con la siguiente dedicatoria: “A un Dios Desconocido”. Como explica un intérprete bíblico, “los griegos y otros pueblos solían consagrar altares a ‘dioses desconocidos’ por miedo a ofender a alguna divinidad omitida por ignorancia”. Con monumentos como ese, los atenienses admitían que había un Dios del que no sabían nada. Pablo usó aquel objeto de culto como trampolín para anunciarles las buenas nuevas: “Aquello a lo que ustedes sin conocerlo dan devoción piadosa, esto les estoy publicando” (Hech. 17:23). Un razonamiento sutil, pero convincente. Él no era ningún propagandista de dioses nuevos o extranjeros, como decían algunos. Más bien, anunciaba al Dios que no conocían: el Dios verdadero.
11 ¿Cómo podemos imitar al apóstol en el ministerio? Si somos observadores, seguramente veremos indicios de la devoción de la gente, como algún ornamento que lleven puesto o que tengan colocado en la casa o el jardín. Pudiéramos decir: “Me doy cuenta de que usted es una persona creyente. Y me gusta mucho hablar con quienes se preocupan por su espiritualidad”. Al reconocer con tacto la religiosidad ajena, creamos un marco que favorece el diálogo. No podemos darnos el lujo de juzgar a nadie por la fe que profesa. Recordemos que muchos hermanos defendieron en su día doctrinas erróneas.
“[Dios] no está muy lejos de cada uno de nosotros” (Hechos 17:24-28)
12 Pablo había encontrado un denominador común entre él y sus oyentes. Ahora bien, ¿lograría mantener el interés? Conocedor de que habían sido instruidos en la filosofía griega pero no estaban familiarizados con las Escrituras, tuvo que adaptar su presentación de varias formas. Primero, expuso las enseñanzas bíblicas sin referirse directamente al texto sagrado. Segundo, estableció nexos con su auditorio utilizando a veces los verbos en primera persona del plural y los pronombres “nos” y “nosotros”. Tercero, incorporó citas de la literatura griega para destacar que sus propios escritores ya habían dicho lo mismo que él. Ahora que tenemos una idea general del enfoque adoptado en la poderosa exposición del apóstol, examinemos las importantes verdades que encierra sobre el Dios que desconocían los atenienses.
13 Dios creó el universo. “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que hay en él, siendo, como es Este, Señor del cielo y de la tierra, no mora en templos hechos de manos.” (Hech. 17:24.) Con estas palabras, Pablo señaló que el universo no surgió por accidente. Fue creado por el único Dios verdadero (Sal. 146:6). Y a diferencia de Atenea y las demás deidades —cuya gloria dependía de los santuarios, capillas y altares—, el Soberano del cielo y la Tierra no cabe en ninguno de los templos construidos por el hombre (1 Rey. 8:27). De esta porción del discurso se desprende una lección muy clara: el Creador es infinitamente mayor que los ídolos venerados en esos templos (Isa. 40:18-26).
14 Dios no depende de nadie. Los idólatras vestían sus imágenes con ropas suntuosas, les hacían ofrendas caras y les llevaban alimentos y bebidas, ¡como si les hiciera falta! Sin embargo, algunos filósofos que escuchaban a Pablo probablemente no creían que los dioses requerían los cuidados del ser humano. Coincidían con el apóstol en que Dios no era “atendido por manos humanas como si necesitara algo”. Es obvio que no hay ningún regalo material que podamos hacerle al Creador. Es él quien nos proporciona “vida y aliento y todas las cosas” que precisamos, como el sol, la lluvia y la tierra fértil (Hech. 17:25; Gén. 2:7). Dios, el Gran Dador, no se apoya en los hombres, que son tan solo receptores de sus dádivas.
15 Dios hizo al hombre. Los atenienses creían que, como griegos, eran superiores a los demás pueblos. Pero el orgullo nacionalista y étnico es contrario a la verdad bíblica (Deu. 10:17). Pablo trató con mucho tino este peliagudo asunto. Sin duda, puso a pensar a su auditorio cuando dijo: “[Dios] hizo de un solo hombre toda nación de hombres” (Hech. 17:26). Se refería al relato de Génesis sobre Adán, nuestro primer padre (Gén. 1:26-28). Dado que venimos del mismo antepasado, no hay ninguna raza o nación superior a las demás. ¡Era imposible que los presentes no captaran esa idea! De este ejemplo aprendemos una valiosa lección: aunque queremos ser educados y razonables cuando damos testimonio, no debemos aguar la verdad bíblica con la intención de que resulte más fácil de aceptar.
16 Dios quiere que los hombres se acerquen a él. Puede que los filósofos que escuchaban a Pablo hubieran debatido por años el sentido de la vida. Sea como fuere, nunca serían capaces de dar una explicación satisfactoria por sí solos. Sin embargo, el apóstol sí supo mostrarles con claridad la voluntad del Creador para los seres humanos: “[Desea] que todos lo busquen y, aunque sea a tientas, lo encuentren. En verdad, él no está lejos de ninguno de nosotros” (Hech. 17:27, Nueva Versión Internacional). Así que es posible conocer al Dios desconocido por los atenienses. Él está al alcance de quienes se esfuerzan por hallarlo y por aprender acerca de él (Sal. 145:18). Al usar el pronombre “nosotros”, Pablo admitió que la invitación “Busquen [a Dios], aunque sea a tientas” también era válida para él.
17 Las personas deberían sentirse atraídas a Dios. “Por él —prosiguió el discurso— tenemos vida y nos movemos y existimos.” En opinión de algunos helenistas, este comentario es una alusión a las palabras de Epiménides, poeta cretense del siglo VI antes de nuestra era y “figura destacada de la tradición religiosa ateniense”. Pablo mencionó luego otra razón por la que el ser humano debería buscar a Dios: “[Es] como ciertos poetas de entre ustedes han dicho: ‘Porque también somos linaje de él’” (Hech. 17:28). La realidad es que todos deberíamos reconocer que tenemos un cierto parentesco con Jehová; fue él quien creó al único hombre del que descendemos sin excepción. Como vemos, para mantener la atención, el apóstol tuvo el acierto de referirse a escritos griegos que su público seguramente respetaba. Siguiendo el modelo de este excelente orador, a veces podemos usar con prudencia libros de historia, enciclopedias y otras obras prestigiosas. Por ejemplo, una cita de una fuente confiable tal vez logre que nuestros interlocutores abran los ojos y vean el verdadero origen de ciertas prácticas y festividades religiosas.
18 Hasta este punto, Pablo se limitó a exponer verdades esenciales sobre Dios, adaptando la presentación del mensaje a las características de sus oyentes. Pero ¿qué quería que hicieran ellos con esa información vital? Acto seguido, el apóstol se lo indicó.
Basado en Hechos 17:16-34
PABLO está cada vez más a disgusto. Va caminando por Atenas, centro griego del saber donde antaño difundieron sus doctrinas Sócrates, Platón y Aristóteles, y que además es una ciudad sumamente religiosa. A cada paso se topa con un ídolo: en los templos, en las plazas, en las calles... por dondequiera que va. Y es que allí se da culto a todo un panteón de divinidades. Pero el fiel apóstol conoce muy bien lo que piensa Jehová acerca de esas imágenes y, como él, las detesta (Éxo. 20:4, 5).
2 Al llegar al ágora (la plaza de mercado), se encuentra con un espectáculo asqueante: en el ángulo noroeste, cerca de la entrada principal, se alza una hilera de estatuas fálicas del dios Hermes. Y la plaza entera está llena de santuarios y capillas. ¿Cómo va a predicar el ardoroso misionero en un ambiente tan idolátrico? ¿Logrará reprimir su exasperación y encontrar puntos en común con sus oyentes? Lo que es más, ¿conseguirá ayudar a alguno a buscar al único Dios verdadero y de hecho encontrarlo?
3 En Hechos 17:22-31 podemos leer el discurso que pronunció ante la intelectualidad ateniense. Examinemos detenidamente su disertación, modelo de elocuencia y tacto, pues contiene lecciones muy útiles que nos permitirán sintonizar con nuestro auditorio y ayudarlo a razonar.
“En la plaza de mercado” (Hechos 17:16-21)
4 Pablo visitó Atenas durante su segunda expedición misional, hacia el año 50. Mientras aguardaba la llegada de Silas y Timoteo, que se habían quedado en Berea, “se puso a razonar en la sinagoga con los judíos”, tal y como acostumbraba. También localizó un lugar donde podía entrar en contacto con los atenienses ajenos al judaísmo: el ágora, o “plaza de mercado” (Hech. 17:17). Situada al noroeste de la Acrópolis, abarcaba unas 5 hectáreas (12 acres). Pero era mucho más que un centro de intercambio comercial. Era la plaza mayor o, en palabras de un especialista, el “corazón económico, político y cultural de la urbe”. Constituía el punto predilecto para reunirse y entablar discusiones intelectuales.
5 En aquel marco se enfrentó a un público difícil, con filósofos de dos escuelas rivales: la epicúrea y la estoica. Los primeros creían que la vida había surgido por azar, por pura casualidad. Su actitud existencial se ha resumido en las siguientes palabras: “No hay que temer a Dios. En la muerte no se siente nada. El bien es alcanzable y el mal es soportable”. Los estoicos, por su parte, daban prioridad a la lógica y la razón, y rechazaban que Dios fuera un ser personal. Además, ninguno de los dos grupos creía en la resurrección tal como la enseñaban los discípulos de Cristo. Es patente que ambos sistemas filosóficos resultaban incompatibles con las elevadas verdades del cristianismo predicadas por el apóstol.
6 ¿Cómo respondieron aquellos eruditos griegos a las enseñanzas de Pablo? Algunos lo tildaron de “charlatán” o, más literalmente, de “recogedor de semillas” (Hech. 17:18; nota). ¿Qué indicaba ese insulto? Según un comentarista, el término griego “se refería en sus orígenes al pájaro que iba de un lado a otro recogiendo granos; más tarde se aplicó a las personas que merodeaban por el mercado buscando sobras de comida y otros desechos. Terminó usándose en sentido figurado para designar a quienes iban tomando de aquí y de allá opiniones sueltas, sobre todo si luego las hilvanaban sin orden ni concierto”. En definitiva, aquellos hombres tan cultos estaban acusando al apóstol de ser un plagiario, un copión ignorante. Pero, como veremos, él no se dejó intimidar por tales descalificaciones.
7 Las cosas no han cambiado demasiado. Muchos se burlan de nosotros porque sostenemos creencias basadas en la Biblia. Por ejemplo, hay educadores que proclaman que la teoría de la evolución es un dogma incuestionable y que todo el que tenga dos dedos de frente debe aceptarla sin protestar. Como nos negamos a creer en ella, nos catalogan de incultos. Estos académicos nos presentan ante el público como indoctos “recogedores de semillas”, palabreros que recurren a “detallitos” del mundo natural para justificar sus doctrinas bíblicas. Pero, en vez de acobardarnos, seguimos defendiendo con confianza nuestra creencia en que la vida en la Tierra es obra de un Diseñador inteligente, nuestro Dios Jehová (Rev. 4:11).
8 Otros reaccionaron de manera distinta a la predicación de Pablo en la plaza. Dijeron: “Parece que es publicador de deidades extranjeras” (Hech. 17:18). Pero ¿de verdad estaba introduciendo en Atenas el culto a nuevos dioses? De ser así, se jugaba el pellejo, pues siglos atrás, Sócrates había sido sentenciado a muerte por ese mismo cargo. Ante tan grave acusación, no es de extrañar que llevaran al apóstol al Areópago para que explicara las doctrinas que les resultaban extrañas. ¿Cómo defendería su mensaje delante de individuos que no habían recibido ninguna formación bíblica?
“Varones de Atenas, contemplo que...” (Hechos 17:22, 23)
9 Recordemos lo molesto que se sintió Pablo al ver tanta idolatría. Sin embargo, en vez de despotricar contra el culto a las imágenes, mantuvo la compostura. Con exquisita delicadeza, trató de ganarse a sus oyentes y hallar un terreno común. Comenzó con esta introducción: “Varones de Atenas, contemplo que en todas las cosas ustedes parecen estar más entregados que otros al temor a las deidades” (Hech. 17:22). En cierto sentido, les vino a decir: “Ya veo que son muy religiosos”. Sabiamente, los felicitó por su inclinación espiritual. Comprendía que aun quienes están cegados por la falsedad pueden tener el corazón bien dispuesto hacia la verdad. A fin de cuentas, él recordaba siempre su propia historia, pues más tarde escribió: “Antes [...] era ignorante y obré con falta de fe” (1 Tim. 1:13).
10 Luego pasó a mencionar que había visto claras muestras de su religiosidad, entre ellas un altar con la siguiente dedicatoria: “A un Dios Desconocido”. Como explica un intérprete bíblico, “los griegos y otros pueblos solían consagrar altares a ‘dioses desconocidos’ por miedo a ofender a alguna divinidad omitida por ignorancia”. Con monumentos como ese, los atenienses admitían que había un Dios del que no sabían nada. Pablo usó aquel objeto de culto como trampolín para anunciarles las buenas nuevas: “Aquello a lo que ustedes sin conocerlo dan devoción piadosa, esto les estoy publicando” (Hech. 17:23). Un razonamiento sutil, pero convincente. Él no era ningún propagandista de dioses nuevos o extranjeros, como decían algunos. Más bien, anunciaba al Dios que no conocían: el Dios verdadero.
11 ¿Cómo podemos imitar al apóstol en el ministerio? Si somos observadores, seguramente veremos indicios de la devoción de la gente, como algún ornamento que lleven puesto o que tengan colocado en la casa o el jardín. Pudiéramos decir: “Me doy cuenta de que usted es una persona creyente. Y me gusta mucho hablar con quienes se preocupan por su espiritualidad”. Al reconocer con tacto la religiosidad ajena, creamos un marco que favorece el diálogo. No podemos darnos el lujo de juzgar a nadie por la fe que profesa. Recordemos que muchos hermanos defendieron en su día doctrinas erróneas.
“[Dios] no está muy lejos de cada uno de nosotros” (Hechos 17:24-28)
12 Pablo había encontrado un denominador común entre él y sus oyentes. Ahora bien, ¿lograría mantener el interés? Conocedor de que habían sido instruidos en la filosofía griega pero no estaban familiarizados con las Escrituras, tuvo que adaptar su presentación de varias formas. Primero, expuso las enseñanzas bíblicas sin referirse directamente al texto sagrado. Segundo, estableció nexos con su auditorio utilizando a veces los verbos en primera persona del plural y los pronombres “nos” y “nosotros”. Tercero, incorporó citas de la literatura griega para destacar que sus propios escritores ya habían dicho lo mismo que él. Ahora que tenemos una idea general del enfoque adoptado en la poderosa exposición del apóstol, examinemos las importantes verdades que encierra sobre el Dios que desconocían los atenienses.
13 Dios creó el universo. “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que hay en él, siendo, como es Este, Señor del cielo y de la tierra, no mora en templos hechos de manos.” (Hech. 17:24.) Con estas palabras, Pablo señaló que el universo no surgió por accidente. Fue creado por el único Dios verdadero (Sal. 146:6). Y a diferencia de Atenea y las demás deidades —cuya gloria dependía de los santuarios, capillas y altares—, el Soberano del cielo y la Tierra no cabe en ninguno de los templos construidos por el hombre (1 Rey. 8:27). De esta porción del discurso se desprende una lección muy clara: el Creador es infinitamente mayor que los ídolos venerados en esos templos (Isa. 40:18-26).
14 Dios no depende de nadie. Los idólatras vestían sus imágenes con ropas suntuosas, les hacían ofrendas caras y les llevaban alimentos y bebidas, ¡como si les hiciera falta! Sin embargo, algunos filósofos que escuchaban a Pablo probablemente no creían que los dioses requerían los cuidados del ser humano. Coincidían con el apóstol en que Dios no era “atendido por manos humanas como si necesitara algo”. Es obvio que no hay ningún regalo material que podamos hacerle al Creador. Es él quien nos proporciona “vida y aliento y todas las cosas” que precisamos, como el sol, la lluvia y la tierra fértil (Hech. 17:25; Gén. 2:7). Dios, el Gran Dador, no se apoya en los hombres, que son tan solo receptores de sus dádivas.
15 Dios hizo al hombre. Los atenienses creían que, como griegos, eran superiores a los demás pueblos. Pero el orgullo nacionalista y étnico es contrario a la verdad bíblica (Deu. 10:17). Pablo trató con mucho tino este peliagudo asunto. Sin duda, puso a pensar a su auditorio cuando dijo: “[Dios] hizo de un solo hombre toda nación de hombres” (Hech. 17:26). Se refería al relato de Génesis sobre Adán, nuestro primer padre (Gén. 1:26-28). Dado que venimos del mismo antepasado, no hay ninguna raza o nación superior a las demás. ¡Era imposible que los presentes no captaran esa idea! De este ejemplo aprendemos una valiosa lección: aunque queremos ser educados y razonables cuando damos testimonio, no debemos aguar la verdad bíblica con la intención de que resulte más fácil de aceptar.
16 Dios quiere que los hombres se acerquen a él. Puede que los filósofos que escuchaban a Pablo hubieran debatido por años el sentido de la vida. Sea como fuere, nunca serían capaces de dar una explicación satisfactoria por sí solos. Sin embargo, el apóstol sí supo mostrarles con claridad la voluntad del Creador para los seres humanos: “[Desea] que todos lo busquen y, aunque sea a tientas, lo encuentren. En verdad, él no está lejos de ninguno de nosotros” (Hech. 17:27, Nueva Versión Internacional). Así que es posible conocer al Dios desconocido por los atenienses. Él está al alcance de quienes se esfuerzan por hallarlo y por aprender acerca de él (Sal. 145:18). Al usar el pronombre “nosotros”, Pablo admitió que la invitación “Busquen [a Dios], aunque sea a tientas” también era válida para él.
17 Las personas deberían sentirse atraídas a Dios. “Por él —prosiguió el discurso— tenemos vida y nos movemos y existimos.” En opinión de algunos helenistas, este comentario es una alusión a las palabras de Epiménides, poeta cretense del siglo VI antes de nuestra era y “figura destacada de la tradición religiosa ateniense”. Pablo mencionó luego otra razón por la que el ser humano debería buscar a Dios: “[Es] como ciertos poetas de entre ustedes han dicho: ‘Porque también somos linaje de él’” (Hech. 17:28). La realidad es que todos deberíamos reconocer que tenemos un cierto parentesco con Jehová; fue él quien creó al único hombre del que descendemos sin excepción. Como vemos, para mantener la atención, el apóstol tuvo el acierto de referirse a escritos griegos que su público seguramente respetaba. Siguiendo el modelo de este excelente orador, a veces podemos usar con prudencia libros de historia, enciclopedias y otras obras prestigiosas. Por ejemplo, una cita de una fuente confiable tal vez logre que nuestros interlocutores abran los ojos y vean el verdadero origen de ciertas prácticas y festividades religiosas.
18 Hasta este punto, Pablo se limitó a exponer verdades esenciales sobre Dios, adaptando la presentación del mensaje a las características de sus oyentes. Pero ¿qué quería que hicieran ellos con esa información vital? Acto seguido, el apóstol se lo indicó.