Davidmor
30/03/2014, 11:09
“Es a Jehová tu Dios a quien tienes que adorar, y es solo a él a quien tienes que rendir servicio sagrado.” (LUCAS 4:8.)
LA EXPRESIÓN “adorar” se define así en un diccionario: “Reverenciar con sumo honor o respeto a un ser, considerándolo como cosa divina”. ¿Quién debería recibir tal adoración? Jesucristo dijo: “Tienes que amar a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente”. (Mateo 22:37.) Además, cuando a Jesús le ofrecieron todos los reinos del mundo si ejecutaba un solo “acto de adoración” ante Satanás, Jesús rehusó, declarando: “Es a Jehová tu Dios a quien tienes que adorar, y es solo a él a quien tienes que rendir servicio sagrado”. (Lucas 4:7, 8.) Por las palabras y acciones de Jesús está claro que solo se ha de adorar a Jehová Dios. Esta adoración incluye “servicio sagrado”, porque “la fe sin obras está muerta”. (Santiago 2:26.)
Esa adoración a Jehová es propia, porque él es el Soberano Supremo de todo el universo, el Creador de los impresionantes cielos y de la Tierra con todas sus formas de vida. En esa posición, solamente él es digno de ser ‘reverenciado con sumo honor o respeto’ por parte de los humanos. La Biblia dice: “Digno eres tú, Jehová, nuestro Dios mismo, de recibir la gloria y la honra y el poder, porque tú creaste todas las cosas, y a causa de tu voluntad existieron y fueron creadas”. (Revelación 4:11.) De seguro ningún simple humano ni objeto animado o inanimado pudiera merecer tal ‘reverencia, honor y respeto’. Solamente Jehová merece “devoción exclusiva”. (Éxodo 20:3-6.)
Urgencia especial
Porque vivimos en un período de juicio, ahora hay una urgencia especial de adorar a Dios como es debido. Se están determinando destinos eternos. La Palabra profética de Dios nos dice que en estos “últimos días” del sistema de cosas actual Cristo Jesús ha llegado en gloria celestial “y todos los ángeles con él”. ¿Con qué propósito? Jesús mismo predijo ese propósito, así: “Todas las naciones serán reunidas delante de él, y separará a la gente unos de otros, así como el pastor separa las ovejas de las cabras”. Las ovejas partirán “a la vida eterna”. Las cabras partirán “al cortamiento eterno”. (2 Timoteo 3:1-5; Mateo 25:31, 32, 46.)
El apóstol Pablo escribió acerca de “la revelación del Señor Jesús desde el cielo con sus poderosos ángeles en fuego llameante, al traer él venganza sobre los que no conocen a Dios y sobre los que no obedecen las buenas nuevas acerca de nuestro Señor Jesús. Estos mismos sufrirán el castigo judicial de destrucción eterna”. (2 Tesalonicenses 1:7-9.) Así, la destrucción eterna es el destino de las personas tercas, semejantes a cabras, que no desean conocer los propósitos de Dios o que rehúsan actuar cuando se les presenta la oportunidad de hacerlo. Pero la “vida eterna” es el destino de las personas humildes y semejantes a ovejas que desean adquirir conocimiento acerca de Jehová, que prestan atención a sus instrucciones y que entonces se someten a su voluntad. La Biblia dice: “El mundo va pasando, y también su deseo, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”. (1 Juan 2:17; véase también 2 Pedro 2:12.)
Las personas semejantes a ovejas están dispuestas a sacrificar tiempo, energía y recursos materiales en busca de la verdad. Hacen lo que dice Proverbios 2:1-5: “Hijo mío, si recibes mis dichos y atesoras contigo mis propios mandamientos, de modo que con tu oído prestes atención a la sabiduría, para que inclines tu corazón al discernimiento; si, además, clamas por el entendimiento mismo y das tu voz por el discernimiento mismo, si sigues buscando esto como a la plata, y como a tesoros escondidos sigues en busca de ello, en tal caso entenderás el temor de Jehová, y hallarás el mismísimo conocimiento de Dios”.
La disposición de buscar a Jehová es lo que separa a las personas que son semejantes a ovejas de las que son semejantes a cabras. “Si tú lo buscas, él se dejará hallar de ti; pero si lo dejas, él te desechará para siempre.” (1 Crónicas 28:9.) Así, prescindiendo de la raza o nacionalidad de una persona, de la educación académica que tenga, o de si es rica o pobre, si sinceramente busca la verdad acerca de Dios, la hallará. Desde el lugar ventajoso donde están en los cielos, Cristo y sus ángeles se encargarán de que la persona que busca se ponga en contacto con la verdad, sin importar dónde viva. ¿Qué recompensa tendrá esa búsqueda? Jesús dijo: “Esto significa vida eterna, el que estén adquiriendo conocimiento de ti, el único Dios verdadero, y de aquel a quien tú enviaste, Jesucristo”. (Juan 17:3; véase también Ezequiel 9:4.)
Evite la adoración de criaturas
Por toda la Tierra, muchas personas consideran a ciertos humanos —vivos o muertos— ‘con reverencia, sumo honor o respeto’. Aunque quizás digan que esto es parte de la adoración que dan a Dios, en realidad los desvía de la adoración verdadera. Esto abre el camino para que crean en doctrinas y participen en prácticas que son contrarias a la voluntad de Dios. Un ejemplo sobresaliente es el modo como millones de personas consideran a María, la madre de Jesús, tanto en los países católicos romanos como en los países católicos ortodoxos orientales.
La gente se inclina ante imágenes e iconos de María en actitud de adoración, y en la doctrina eclesiástica oficial se hace referencia a ella como “la Virgen María Theotokos”. La palabra the·o·tó·kos significa “portadora de Dios” o “madre de Dios”. La New Catholic Encyclopedia dice: “María es la madre de Dios. [...] Si María no es verdaderamente la madre de Dios, entonces Cristo no es verdadero Dios así como verdadero hombre”. Así, como parte de su doctrina de la Trinidad estas religiones enseñan que Jesús era el Dios Todopoderoso en forma humana, lo que haría que María fuera la “madre de Dios”. La misma fuente añade que la devoción a María incluye: “1) veneración, o el reconocimiento reverente de la dignidad de la santa Virgen Madre de Dios; 2) invocación, o invocar a nuestra Señora para que interceda como madre y reina; [...] y oraciones particulares [a María]”.
Sin embargo, la palabra the·o·tó·kos no aparece en las Escrituras inspiradas. Y en ningún lugar dice la Biblia que María sea la “madre de Dios”. Jesús no enseñó eso, ni lo hicieron los cristianos del primer siglo. Además, la Biblia muestra claramente que Jesús no es el Dios Todopoderoso en forma humana, sino que es el Hijo de Dios. Sí, cuando un ángel notificó a María que ella daría a luz un hijo, le informó: “Espíritu santo vendrá sobre ti, y poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, también, lo que nace será llamado santo, Hijo de Dios”. (Lucas 1:35.) De modo que Jesús era el Hijo de Dios, no Dios mismo en forma humana. Por lo tanto, María era la madre de Jesús el Hijo de Dios, no la madre de Dios en forma humana. Por eso, ni Jesús ni sus discípulos llamaron alguna vez “madre de Dios” a María.
El modo como Jesús consideró a su madre indica la posición relativa de ella. Sobre un banquete de bodas en Caná, el relato bíblico nos dice: “Cuando faltó el vino, la madre de Jesús le dijo: ‘No tienen vino’. Pero Jesús le dijo: ‘¿Qué tengo que ver contigo, mujer?’”. La versión católica romana de Straubinger dice: “¿Qué (nos va en esto) a Mí y a ti, mujer?”. (Juan 2:3, 4.) En otra ocasión, alguien le dijo: “¡Feliz es la matriz que te llevó y los pechos que mamaste!”. Aquella era una excelente oportunidad para que Jesús diera honor especial a su madre y mostrara que otros deberían hacer lo mismo. En vez de eso, Jesús dijo: “No; más bien: ¡Felices son los que oyen la palabra de Dios y la guardan!”. (Lucas 11:27, 28.)
Esas referencias muestran que Jesús se cuidó de dar devoción u honor indebido a María o de dirigirse a ella por algún título especial. Él no permitió que la relación que existía entre ellos ejerciera influencia en él. Y los apóstoles y discípulos siguieron su ejemplo, porque en ningún lugar de sus escritos inspirados se da a María honor, título o influencia indebidos. Aunque ellos la respetaban como la madre de Jesús, no fueron más allá de eso. Ciertamente nunca se refirieron a ella como la “madre de Dios”. Sabían que Jesús no era el Dios Todopoderoso en forma humana y, por lo tanto, que María de ninguna manera podía ser la madre de Dios, una posición que va mucho más allá de lo que la Palabra de Dios permite para María.
El culto de la madre-diosa
Entonces, ¿de dónde surgió esta idea? Gradualmente se introdujo en la cristiandad apóstata en los siglos III y IV de nuestra era común. Esto fue especialmente así después del año 325 E.C., cuando el Concilio de Nicea adoptó la doctrina antibíblica de que Cristo era Dios. Una vez que se aceptó aquella idea errónea, se hizo más fácil enseñar que María era la “madre de Dios”. En cuanto a esto, The New Encyclopædia Britannica declara: “El título [‘madre de Dios’] parece haber surgido en el uso devocional, probablemente en Alejandría, en algún tiempo durante el siglo III o el IV [...] Para fines del siglo IV, la Theotokos se había establecido firmemente en varias secciones de la iglesia”. La New Catholic Encyclopedia indica que la doctrina se aceptó oficialmente “desde el Concilio de Éfeso de 431”.
Es de interés notar dónde se reunió aquel concilio y por qué. El libro The Cult of the Mother-Goddess (El culto de la madre-diosa), por E. O. James, dice: “El Concilio de Éfeso se reunió en la basílica de la Theotokos en 431. Si en algún lugar, sería allí donde difícilmente pudiera haberse rechazado el título ‘portadora de Dios’, en la ciudad tan famosa por su devoción a Ártemis (o Diana como la llamaban los romanos), donde se decía que su imagen había caído del cielo, a la sombra del gran templo dedicado a la Magna Máter [Gran Madre] desde 330 a. de J.C. y donde, según la tradición, hubo una residencia temporal de María”.
Así que, tal como sucedió con la Trinidad, la doctrina de la “madre de Dios” es una enseñanza pagana a la que se hace pasar por creencia cristiana. Fue prominente en las religiones paganas siglos antes de Cristo. The New Encyclopædia Britannica declara bajo el encabezamiento “madre diosa”: “Cualquiera de una variedad de deidades femeninas y símbolos maternales de creatividad, nacimiento, fertilidad, unión sexual, crianza y el ciclo del crecimiento. El término también se ha aplicado a figuras tan diversas como las Venus de la Edad de Piedra y la Virgen María. [...] No hay cultura que no haya empleado algún simbolismo materno en la descripción de sus deidades. [...] Ella es la protectora y alimentadora de un hijo divino y, por extensión, de toda la humanidad”. Por eso el sacerdote católico Andrew Greely dice en su libro The Making of the Popes 1978 (La formación de los papas, 1978): “El símbolo de María enlaza al cristianismo directamente con las religiones antiguas [paganas] que tenían madres diosas”.
LA EXPRESIÓN “adorar” se define así en un diccionario: “Reverenciar con sumo honor o respeto a un ser, considerándolo como cosa divina”. ¿Quién debería recibir tal adoración? Jesucristo dijo: “Tienes que amar a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente”. (Mateo 22:37.) Además, cuando a Jesús le ofrecieron todos los reinos del mundo si ejecutaba un solo “acto de adoración” ante Satanás, Jesús rehusó, declarando: “Es a Jehová tu Dios a quien tienes que adorar, y es solo a él a quien tienes que rendir servicio sagrado”. (Lucas 4:7, 8.) Por las palabras y acciones de Jesús está claro que solo se ha de adorar a Jehová Dios. Esta adoración incluye “servicio sagrado”, porque “la fe sin obras está muerta”. (Santiago 2:26.)
Esa adoración a Jehová es propia, porque él es el Soberano Supremo de todo el universo, el Creador de los impresionantes cielos y de la Tierra con todas sus formas de vida. En esa posición, solamente él es digno de ser ‘reverenciado con sumo honor o respeto’ por parte de los humanos. La Biblia dice: “Digno eres tú, Jehová, nuestro Dios mismo, de recibir la gloria y la honra y el poder, porque tú creaste todas las cosas, y a causa de tu voluntad existieron y fueron creadas”. (Revelación 4:11.) De seguro ningún simple humano ni objeto animado o inanimado pudiera merecer tal ‘reverencia, honor y respeto’. Solamente Jehová merece “devoción exclusiva”. (Éxodo 20:3-6.)
Urgencia especial
Porque vivimos en un período de juicio, ahora hay una urgencia especial de adorar a Dios como es debido. Se están determinando destinos eternos. La Palabra profética de Dios nos dice que en estos “últimos días” del sistema de cosas actual Cristo Jesús ha llegado en gloria celestial “y todos los ángeles con él”. ¿Con qué propósito? Jesús mismo predijo ese propósito, así: “Todas las naciones serán reunidas delante de él, y separará a la gente unos de otros, así como el pastor separa las ovejas de las cabras”. Las ovejas partirán “a la vida eterna”. Las cabras partirán “al cortamiento eterno”. (2 Timoteo 3:1-5; Mateo 25:31, 32, 46.)
El apóstol Pablo escribió acerca de “la revelación del Señor Jesús desde el cielo con sus poderosos ángeles en fuego llameante, al traer él venganza sobre los que no conocen a Dios y sobre los que no obedecen las buenas nuevas acerca de nuestro Señor Jesús. Estos mismos sufrirán el castigo judicial de destrucción eterna”. (2 Tesalonicenses 1:7-9.) Así, la destrucción eterna es el destino de las personas tercas, semejantes a cabras, que no desean conocer los propósitos de Dios o que rehúsan actuar cuando se les presenta la oportunidad de hacerlo. Pero la “vida eterna” es el destino de las personas humildes y semejantes a ovejas que desean adquirir conocimiento acerca de Jehová, que prestan atención a sus instrucciones y que entonces se someten a su voluntad. La Biblia dice: “El mundo va pasando, y también su deseo, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”. (1 Juan 2:17; véase también 2 Pedro 2:12.)
Las personas semejantes a ovejas están dispuestas a sacrificar tiempo, energía y recursos materiales en busca de la verdad. Hacen lo que dice Proverbios 2:1-5: “Hijo mío, si recibes mis dichos y atesoras contigo mis propios mandamientos, de modo que con tu oído prestes atención a la sabiduría, para que inclines tu corazón al discernimiento; si, además, clamas por el entendimiento mismo y das tu voz por el discernimiento mismo, si sigues buscando esto como a la plata, y como a tesoros escondidos sigues en busca de ello, en tal caso entenderás el temor de Jehová, y hallarás el mismísimo conocimiento de Dios”.
La disposición de buscar a Jehová es lo que separa a las personas que son semejantes a ovejas de las que son semejantes a cabras. “Si tú lo buscas, él se dejará hallar de ti; pero si lo dejas, él te desechará para siempre.” (1 Crónicas 28:9.) Así, prescindiendo de la raza o nacionalidad de una persona, de la educación académica que tenga, o de si es rica o pobre, si sinceramente busca la verdad acerca de Dios, la hallará. Desde el lugar ventajoso donde están en los cielos, Cristo y sus ángeles se encargarán de que la persona que busca se ponga en contacto con la verdad, sin importar dónde viva. ¿Qué recompensa tendrá esa búsqueda? Jesús dijo: “Esto significa vida eterna, el que estén adquiriendo conocimiento de ti, el único Dios verdadero, y de aquel a quien tú enviaste, Jesucristo”. (Juan 17:3; véase también Ezequiel 9:4.)
Evite la adoración de criaturas
Por toda la Tierra, muchas personas consideran a ciertos humanos —vivos o muertos— ‘con reverencia, sumo honor o respeto’. Aunque quizás digan que esto es parte de la adoración que dan a Dios, en realidad los desvía de la adoración verdadera. Esto abre el camino para que crean en doctrinas y participen en prácticas que son contrarias a la voluntad de Dios. Un ejemplo sobresaliente es el modo como millones de personas consideran a María, la madre de Jesús, tanto en los países católicos romanos como en los países católicos ortodoxos orientales.
La gente se inclina ante imágenes e iconos de María en actitud de adoración, y en la doctrina eclesiástica oficial se hace referencia a ella como “la Virgen María Theotokos”. La palabra the·o·tó·kos significa “portadora de Dios” o “madre de Dios”. La New Catholic Encyclopedia dice: “María es la madre de Dios. [...] Si María no es verdaderamente la madre de Dios, entonces Cristo no es verdadero Dios así como verdadero hombre”. Así, como parte de su doctrina de la Trinidad estas religiones enseñan que Jesús era el Dios Todopoderoso en forma humana, lo que haría que María fuera la “madre de Dios”. La misma fuente añade que la devoción a María incluye: “1) veneración, o el reconocimiento reverente de la dignidad de la santa Virgen Madre de Dios; 2) invocación, o invocar a nuestra Señora para que interceda como madre y reina; [...] y oraciones particulares [a María]”.
Sin embargo, la palabra the·o·tó·kos no aparece en las Escrituras inspiradas. Y en ningún lugar dice la Biblia que María sea la “madre de Dios”. Jesús no enseñó eso, ni lo hicieron los cristianos del primer siglo. Además, la Biblia muestra claramente que Jesús no es el Dios Todopoderoso en forma humana, sino que es el Hijo de Dios. Sí, cuando un ángel notificó a María que ella daría a luz un hijo, le informó: “Espíritu santo vendrá sobre ti, y poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, también, lo que nace será llamado santo, Hijo de Dios”. (Lucas 1:35.) De modo que Jesús era el Hijo de Dios, no Dios mismo en forma humana. Por lo tanto, María era la madre de Jesús el Hijo de Dios, no la madre de Dios en forma humana. Por eso, ni Jesús ni sus discípulos llamaron alguna vez “madre de Dios” a María.
El modo como Jesús consideró a su madre indica la posición relativa de ella. Sobre un banquete de bodas en Caná, el relato bíblico nos dice: “Cuando faltó el vino, la madre de Jesús le dijo: ‘No tienen vino’. Pero Jesús le dijo: ‘¿Qué tengo que ver contigo, mujer?’”. La versión católica romana de Straubinger dice: “¿Qué (nos va en esto) a Mí y a ti, mujer?”. (Juan 2:3, 4.) En otra ocasión, alguien le dijo: “¡Feliz es la matriz que te llevó y los pechos que mamaste!”. Aquella era una excelente oportunidad para que Jesús diera honor especial a su madre y mostrara que otros deberían hacer lo mismo. En vez de eso, Jesús dijo: “No; más bien: ¡Felices son los que oyen la palabra de Dios y la guardan!”. (Lucas 11:27, 28.)
Esas referencias muestran que Jesús se cuidó de dar devoción u honor indebido a María o de dirigirse a ella por algún título especial. Él no permitió que la relación que existía entre ellos ejerciera influencia en él. Y los apóstoles y discípulos siguieron su ejemplo, porque en ningún lugar de sus escritos inspirados se da a María honor, título o influencia indebidos. Aunque ellos la respetaban como la madre de Jesús, no fueron más allá de eso. Ciertamente nunca se refirieron a ella como la “madre de Dios”. Sabían que Jesús no era el Dios Todopoderoso en forma humana y, por lo tanto, que María de ninguna manera podía ser la madre de Dios, una posición que va mucho más allá de lo que la Palabra de Dios permite para María.
El culto de la madre-diosa
Entonces, ¿de dónde surgió esta idea? Gradualmente se introdujo en la cristiandad apóstata en los siglos III y IV de nuestra era común. Esto fue especialmente así después del año 325 E.C., cuando el Concilio de Nicea adoptó la doctrina antibíblica de que Cristo era Dios. Una vez que se aceptó aquella idea errónea, se hizo más fácil enseñar que María era la “madre de Dios”. En cuanto a esto, The New Encyclopædia Britannica declara: “El título [‘madre de Dios’] parece haber surgido en el uso devocional, probablemente en Alejandría, en algún tiempo durante el siglo III o el IV [...] Para fines del siglo IV, la Theotokos se había establecido firmemente en varias secciones de la iglesia”. La New Catholic Encyclopedia indica que la doctrina se aceptó oficialmente “desde el Concilio de Éfeso de 431”.
Es de interés notar dónde se reunió aquel concilio y por qué. El libro The Cult of the Mother-Goddess (El culto de la madre-diosa), por E. O. James, dice: “El Concilio de Éfeso se reunió en la basílica de la Theotokos en 431. Si en algún lugar, sería allí donde difícilmente pudiera haberse rechazado el título ‘portadora de Dios’, en la ciudad tan famosa por su devoción a Ártemis (o Diana como la llamaban los romanos), donde se decía que su imagen había caído del cielo, a la sombra del gran templo dedicado a la Magna Máter [Gran Madre] desde 330 a. de J.C. y donde, según la tradición, hubo una residencia temporal de María”.
Así que, tal como sucedió con la Trinidad, la doctrina de la “madre de Dios” es una enseñanza pagana a la que se hace pasar por creencia cristiana. Fue prominente en las religiones paganas siglos antes de Cristo. The New Encyclopædia Britannica declara bajo el encabezamiento “madre diosa”: “Cualquiera de una variedad de deidades femeninas y símbolos maternales de creatividad, nacimiento, fertilidad, unión sexual, crianza y el ciclo del crecimiento. El término también se ha aplicado a figuras tan diversas como las Venus de la Edad de Piedra y la Virgen María. [...] No hay cultura que no haya empleado algún simbolismo materno en la descripción de sus deidades. [...] Ella es la protectora y alimentadora de un hijo divino y, por extensión, de toda la humanidad”. Por eso el sacerdote católico Andrew Greely dice en su libro The Making of the Popes 1978 (La formación de los papas, 1978): “El símbolo de María enlaza al cristianismo directamente con las religiones antiguas [paganas] que tenían madres diosas”.